Del periodismo y algunas de sus renuncias
Sánchez lamentó el plasma de Rajoy hasta que se volvió un presidente sonriente. Convoca a la prensa para lucir paseo por Doñana sin dejar que se le acerquen las preguntas
Con las sonrisas pueden hacerse las cosas peores: las sonrisas matan. Con una de ellas, la más reluciente, libró Ada Colau a Yolanda Díaz de las preguntas de los periodistas. Ocurrió en Sant Jordi: Colau y Díaz convocaron a la prensa en Barcelona y, a la que llegó una pregunta inoportuna, se marcharon sonriendo y agradecidas. Razones para estarlo tenían, desde luego:...
Con las sonrisas pueden hacerse las cosas peores: las sonrisas matan. Con una de ellas, la más reluciente, libró Ada Colau a Yolanda Díaz de las preguntas de los periodistas. Ocurrió en Sant Jordi: Colau y Díaz convocaron a la prensa en Barcelona y, a la que llegó una pregunta inoportuna, se marcharon sonriendo y agradecidas. Razones para estarlo tenían, desde luego: ya nos habían usado lo suficiente. Así escapaba también Jordi Pujol cuando sacaba aquello del això no toca, con el que decretaba lo que se le podía preguntar y lo que no: tan crítica que fue Colau con Convergència para luego desenvolverse con tal soltura. Pasa siempre: Pedro Sánchez lamentó el plasma de Mariano Rajoy hasta que se volvió un presidente sonriente. Convoca a la prensa para lucir paseo por Doñana sin dejar que se le acerquen las preguntas.
A mí me hace dudar la idea de no acudir a un acto político en ningún caso si no se aceptan preguntas porque, en una situación excepcional, lo que diga un dirigente puede tener valor o tener efectos, sea un discurso a su partido o sean declaraciones que necesiten contexto, explicaciones y contraste: es decir, periodismo. Nuestro trabajo no solo está en las preguntas, aunque sean imprescindibles. No tengo dudas, en cambio, de que abusan y nos usan, o eso quieren. Y tampoco las tengo de que hemos hecho algunas renuncias: si interpretaron que podían proponerse a sí mismos como entrevistados y quejarse de no sé qué censura si no aparecían, como si les tocase decidir cuándo se les entrevista y qué se les pregunta. No es raro que ocurra que un dirigente se ofrezca cuando le convenga y te plante cuando tú lo pidas, o que intenten provocar hasta la hora en la que se publica una noticia con la excusa de que está embargada.
Propuse a una ministra que participase en un debate sobre su materia, pero la oficina de prensa lo rechazó con un argumento singular: “Quiere una entrevista política”. No hubo entrevista, claro, aunque ella hizo después unas declaraciones contra la oposición que reproducían palabra por palabra el argumentario del día de su partido. No dijo nada nuevo ni relevante ni, por supuesto, que tuviera que ver con su ámbito. Apareció igualmente en varios titulares.
Hace unos días, en una charla con Pepa Bueno e Iñaki Gabilondo, Jordi Évole contó estupefacto algo que dejó estupefactos a los demás: el día en que reunió al Papa con un grupo de jóvenes para Disney Plus no se presentó ni un responsable de prensa del Vaticano. Lo que habría sucedido con el alcalde del pueblo más remoto, con cualquier dirigente o aspirante a serlo, no le ocurrió en el Vaticano con el Papa de Roma. Hubo más: cuando le enseñaron a Francisco el resultado del programa antes de que lo emitieran, el Papa no hizo ninguna observación. Ni una pega. Gabilondo recordó entonces el día en que un cardenal le pidió por anticipado las preguntas que pensaba hacerle para decidir si le daba una entrevista. “Muy bien —le contestó el periodista—. Mándeme usted las respuestas y ya veré si me interesa”. El cardenal sonrió.