Los pájaros de las buenas ideas

Antes se creaba, ahora se produce y a nadie le es dado situarse por encima de su eficiencia

El escritor Camilo José Cela, fotografiado en su casa en septiembre de 1999.Ricardo Gutiérrez

Antes se hablaba más de la inspiración. Lo he pensado mientras leía Euforia, el último y extraordinario libro de Carlos Marzal, quien dedica al asunto un poema. Había individuos provistos de aptitudes iluminadas a cada paso por fulgores de genialidad; gente que, de modo inexplicable, daba en artistas inspirados, en cantantes inspirados, incluso en futbolistas y toreros inspirados. ¿Qué diablos pasó con la inspiración? Lo más fácil es negar que la hubiera, veredicto condenatorio usual en boca de quien jamás hizo cosa d...

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Antes se hablaba más de la inspiración. Lo he pensado mientras leía Euforia, el último y extraordinario libro de Carlos Marzal, quien dedica al asunto un poema. Había individuos provistos de aptitudes iluminadas a cada paso por fulgores de genialidad; gente que, de modo inexplicable, daba en artistas inspirados, en cantantes inspirados, incluso en futbolistas y toreros inspirados. ¿Qué diablos pasó con la inspiración? Lo más fácil es negar que la hubiera, veredicto condenatorio usual en boca de quien jamás hizo cosa de mérito. La inspiración es trabajar. Así lo enunció en su día, con rotundidad enfadada (y enfadosa), Camilo José Cela en su entrevista de la serie A fondo. El aserto se lo había prestado Baudelaire y era una manera de proclamar que los dioses ya no admiten elegidos. Antes se creaba, ahora se produce y a nadie le es dado situarse por encima de su eficiencia. Antaño unos pájaros antojadizos solían revolar alrededor de cuartillas, lienzos o papeles pautados. De pronto un ruiseñor, quizá un jilguero, tenía el capricho de posarse en la mano que manejaba el pincel o la péndola. Dichos pájaros ponían ideas en vez de huevos.

Quienes ejercen el oficio de juntar palabras conocen las horas gozosas en que los textos parecen escribirse solos y las áridas en que no se avista un mal pájaro sobre el escritorio. Tengo oído que, en circunstancias favorables y no faltando un mínimo de talento, el artífice dispone de trazas con que atraer a los pájaros de las buenas ideas; pero no todas son salutíferas. Frente a la manzana estimulante, el paseo campestre o la oportuna ducha están el excesivo café diario que consumían Ortega o Balzac, el tabaco de Almudena o los psicotrópicos de ignoro cuántos ni quiénes, pues tampoco me dedico a inspeccionar vidas ajenas. Sea como fuere, prefiero creer en la inspiración, exista o no, a envenenarme.

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