La fábula del anzuelo

El ‘clickbait’ toma al lector por tonto, como si hubiera que hacerle el avioncito para que trague otra cucharada de información

Posado veraniego de la familia real en el palacio de Marivent de Palma de Mallorca, en agosto de 2007.gtresonline

“¿Qué pasaría si el periodismo siempre hubiese sido a base de clickbait?”, planteó la cuenta de Twitter @lafeadelbaile refiriéndose a esa práctica de algunos medios de comunicación consistente en no hacer titulares, sino cebos, ocultándole al lector la información principal para que pinche por curiosidad en el enlace web. En un hilo (cadena de mensajes), ponía algunos ejemplos:

— “La última ocurrencia de Adolf Hitler que no ha gustado a los polacos”. (Por la invasión de Polonia).

— “Juntó a doce amigos para cenar y lo que pasó a continuación te sorprenderá”. (Por la última...

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“¿Qué pasaría si el periodismo siempre hubiese sido a base de clickbait?”, planteó la cuenta de Twitter @lafeadelbaile refiriéndose a esa práctica de algunos medios de comunicación consistente en no hacer titulares, sino cebos, ocultándole al lector la información principal para que pinche por curiosidad en el enlace web. En un hilo (cadena de mensajes), ponía algunos ejemplos:

— “La última ocurrencia de Adolf Hitler que no ha gustado a los polacos”. (Por la invasión de Polonia).

— “Juntó a doce amigos para cenar y lo que pasó a continuación te sorprenderá”. (Por la última cena)

— “Salen de tranquis y terminan sin saber dónde”. (Por el descubrimiento de América).

— “No te imaginas cómo promocionaron estos dos hermanos su pueblo”. (Por la matanza de Puerto Hurraco).

— “Las últimas movidas de esta Familia dejan a Succession al nivel de Disney. (Da igual cuando lo leas)”. (Con foto del clan Borbón al completo, antes de la separación temporal de la convivencia, la entrada de un yerno en la cárcel, la abdicación del rey Juan Carlos y su residencia forzosa en Abu Dabi por escándalos varios).

Evidentemente, era una parodia, pero el hilo tuitero —que proseguía con más ejemplos— terminó adoptando forma de fábula, esos relatos ficticios con moraleja e intención didáctica. Todos los días hay en redes sociales casos reales de esas fórmulas tramposas: “La última ocurrencia de…”; “lo que pasó a continuación te sorprenderá…”. La atención, como todo lo que escasea, se ha convertido en un lujo y para captarla las campañas publicitarias son cada vez más agresivas, los tuits de los políticos, más arriesgados y polémicos y los titulares de alguna prensa, ejercicios de trilero: pinche en esta frase críptica si quiere saber dónde está la bolita.

En lo que afecta al periodismo hay una parte de ofensa y otra de rendición. Lo primero porque el clickbait se parece bastante a tomar al lector por idiota, como si hubiera que hacerle el avioncito para que tragase otra cucharada de información. Lo segundo, porque quien recurre a ese tipo de tácticas ha olvidado la potencia de sus propias armas: el rigor, la precisión y el interés general.

Internet y las redes sociales han distorsionado la oferta, multiplicándola, y eso, por pura matemática, ha dividido el tiempo y la capacidad de concentración. Pero el clickbait o anzuelo digital ya existía mucho antes que la palabra. Mucho antes que lo digital. En el delicioso libro El arte del periodista, publicado en 1906, Rafael Mainar pone un ejemplo de clickbait del malo, el que se extiende en la actualidad, a la vez que hace una apasionada defensa del bueno, el que atrae la atención del lector sin más filigranas que los buenos textos y la buena información. Así, relata una conversación entre el redactor y el director de un diario sobre la mejor manera de titular un determinado contenido. “Hay que apretar mucho en el reclamo”, insiste el director. Le dan varias vueltas —“muy usado”, “no sirve”...— hasta que el redactor propone una palabra exótica, que ninguno de los dos sabe muy bien qué quiere decir. “El periodista la lanzó a la circulación y excitó la pública curiosidad prometiendo explicar lo que significaba”, concluye Mainar. El clickbait del bueno, descrito en el resto de las páginas de este libro de rabiosa actualidad pese a los 117 años transcurridos desde su primera edición, podría resumirse en dos consejos del autor: emplear un “lenguaje nervioso, vivo y vibrante” y respetar al lector, “un gourmet que rechaza siempre los manjares manidos y recalentados”.

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