Te amo chico de la tienda de móviles
Los ancianos nos recuerdan que internet debe estar al servicio de las personas y nunca al revés. Y allí está Miguel para escucharlos
“Te amo chico de la tienda de móviles de Bravo Murillo 303 que siempre ayuda a los yayos con sus problemas con la tecnología. Lo he visto varias veces. Hoy era que si la batería no dura, que si no encuentro un contacto. La señora de hoy: ‘Bueno, niño, aquí te dejo para un café’”. El tuit es de Gonzalo Remiro y lo compartió hace unas semanas. Desde entonces pienso en la pelea cotidiana del chaval y en la ingenua fascinación con que los Gobiernos y las empresas están acogiendo tecnologías exponenciales, como internet o...
“Te amo chico de la tienda de móviles de Bravo Murillo 303 que siempre ayuda a los yayos con sus problemas con la tecnología. Lo he visto varias veces. Hoy era que si la batería no dura, que si no encuentro un contacto. La señora de hoy: ‘Bueno, niño, aquí te dejo para un café’”. El tuit es de Gonzalo Remiro y lo compartió hace unas semanas. Desde entonces pienso en la pelea cotidiana del chaval y en la ingenua fascinación con que los Gobiernos y las empresas están acogiendo tecnologías exponenciales, como internet o la Inteligencia Artificial. ¿Quién protegerá a los humanos de la tecnología?, me pregunto a veces. Por fin Twitter responde: el chico de Bravo Murillo, 303. Y claro, pienso tanto en él, que decido ir a conocerlo.
Nada más llegar a la tienda reconozco al héroe a la primera: es el mismo que aparece en las fotos de Twitter. Se llama Miguel, tiene 32 años y es español de origen chino: lleva viviendo en España desde los seis. La procedencia viene al caso por ser uno de los aspectos que se comentan en el hilo. “En China se escucha y se respeta a los ancianos, aquí se les desprecia y se les considera una carga”, sentencia Mr. Cheng. A lo que otro tuitero, @KamGalCar responde: “China no es ningún ejemplo de respeto a los derechos humanos, precisamente”. Miguel, por su parte, explica que en China sí que existe una cultura generalizada de respeto a los mayores, aunque matiza que “cada persona es diferente allí, aquí y en cualquier parte”.
Con todo, China es un gigante tecnológico donde la estructura social se ha mantenido por encima de la tecnología. Me refiero a que la identidad allí es todavía comunitaria (y familiar), además de rígida, autoritaria y patriarcal. En cambio, en Occidente las estructuras comunitarias no son ya ni malas ni buenas, pues están totalmente disueltas. Y los partidos políticos no se ocupan de restañar o reinventar estas estructuras porque los vínculos afectivos no votan ni producen. Mientras tanto, Europa —que no genera tecnología al nivel de Estados Unidos o China pero sí padece sus consecuencias— no está siendo capaz de legislar, pensar ni educar al respecto.
Y así es como hemos entrado en una espiral donde la tecnología primero se desarrolla y después se usa de forma masiva sin que por el camino intermedie ni la más mínima reflexión sobre el modo de vida que estamos llevando, ni por parte de las autoridades ni por parte de las personas que seguimos este modelo sin otra alternativa de supervivencia. Pero los mayores se resisten. No es que sean torpes o tontos, es que a veces rechazan lo que la tecnología les ofrece y denuncian que no es tan fácil ni eficiente como promete. Ellos nos recuerdan que internet debe estar al servicio de las personas y nunca al revés. Y allí está Miguel para escucharlos. “Lo que más cuesta a las personas mayores es estrenar dispositivo”, explica. “Y necesitan hablar con alguien del cambio”. Observo a Miguel tras el mostrador y creo que esta tienda de barrio de migrantes debería convertirse en un think tank tecnológico. Urge implicar a personas que hayan transitado distintos modelos de convivencia, como migrantes y mayores, a la hora de pensar futuro. Personas cualificadas para identificar y corregir las limitaciones de una tecnología que, no sabiendo dónde va, corre el riesgo de convertirse en un gran salto al vacío. Las incógnitas son muchas, pero una cosa es segura: los héroes ya no viven en Silicon Valley.