Podemos y el 15-M: hay otra izquierda que se agota

Si Podemos y Yolanda Díaz no llegan a un acuerdo satisfactorio, la izquierda alternativa movilizará a unos pocos, pero renunciará a un eventual revulsivo para reilusionar a esa otra parte del progresismo.

Pablo Iglesias, junto a Pablo Echenique, portavoz de Unidas Podemos en el Congreso.Claudio Álvarez

Hay otra izquierda que se agota. Podemos debe decidir qué papel piensa ocupar en este año electoral decisivo. Es decir, si seguir representando un grupo de 35 escaños, a lo sumo, o intentar ensancharse más allá de sus actuales límites. Hay otra izquierda que se agota: esa tan empeñada en hablar sólo a un grupo de convencidos, en articular un malestar contra el sistema como tras el 15-M, que puede reventar las posibilidades del progresismo de continuar en la Moncloa más allá de 2023.

Sirva como ejemplo la bronca ...

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Hay otra izquierda que se agota. Podemos debe decidir qué papel piensa ocupar en este año electoral decisivo. Es decir, si seguir representando un grupo de 35 escaños, a lo sumo, o intentar ensancharse más allá de sus actuales límites. Hay otra izquierda que se agota: esa tan empeñada en hablar sólo a un grupo de convencidos, en articular un malestar contra el sistema como tras el 15-M, que puede reventar las posibilidades del progresismo de continuar en la Moncloa más allá de 2023.

Sirva como ejemplo la bronca en el pleno del Congreso sobre la ley del sólo Sí es Sí de hace un par de semanas. Podemos se sirvió para desplegar un argumentario basado en equiparar al PSOE con la derecha, —sólo porque el PP votara a favor de admitir a trámite la contrarreforma de la norma; mientras logró incluso desdibujar el papel de la vicepresidenta Yolanda Díaz, incómoda en medio de la trifulca feminista.

Así que Podemos debe preguntarse a dónde llevan algunas de sus estrategias a la contra, si el primer efecto es acabar sembrando la división en la izquierda, en el peor momento, cuando algunas voces alertan del riesgo de desmovilización de la base progresista.

Primero, porque tratar de amilanar a Pedro Sánchez le pudo funcionar a Podemos en el pasado por el miedo del PSOE a perder votos masivamente hacia sus socios morados. Eran las lógicas que imperaban en la política española desde 2015. Los podemitas presionaban a los socialistas presentándoles como poco de izquierdas, en casos como alquileres o la ley Trans, para que la pena de telediario los llevara a su terreno.

Y esas formas de Podemos quizás tenían utilidad para que el partido morado no quedara disuelto en estos años en la coalición de Gobierno. En ausencia de la mayoría numérica, o de no tener poder real del presidente Sánchez, para Pablo Iglesias era clave tirar del poder mediático, el de marcar agenda. El exvicepresidente probablemente sigue siendo consciente de la importancia de tener una tribuna pública, a la luz de sus proyectos tras salir del Ejecutivo.

Sin embargo, la política española está ya en una pantalla distinta. El PSOE habría pagado un precio mayor por actuar como un activista, que como un partido de Estado, tras la alarma social generada con la ley del sólo Sí es Sí. Y aún es pronto para aventurarlo, pero quizás Sánchez haya llegado a la conclusión de que Podemos no puede hacer ahora tanto daño a los socialistas con sus habituales coletillas, si el pánico al sorpasso es historia.

Segundo, el histrionismo morado también tiene una lectura en la reconfiguración del espacio alternativo. Cuanto más protagonismo cosecha Podemos, más le suben el precio a Yolanda Díaz para integrarse en su espacio Sumar, en lo relativo a diseñar las listas electorales, o repartirse el poder en los espacios de influencia. El partido fundado por Iglesias se sabe una minoría de bloqueo: tiene capacidad de movilizar a una base a la contra del PSOE, de los jueces, del fascismo… por lo que darle el visto bueno a Díaz, bendecirla, es decisivo para que también cierren filas sus adeptos.

Sin embargo, no es suficiente para el resto. En los últimos años el espectro morado ha ido estrechándose, hasta convertirse en una suerte de nueva Izquierda Unida. Despareció en el parlamento de Galicia, se descalabró en Euskadi, y partió peras con varias de las antiguas confluencias regionales. Ese componente plurinacional o federalista es el que aspira a reconstruir la plataforma Sumar.

Y la vicepresidenta peca de no mojarse, de no arriesgar, en asuntos que han dividido a la coalición. Se puede ser un buen ministro para sus afines, pero ser un líder político exige un programa más nítido en una amplia variedad de temas. Pero el momento de la verdad se acerca: si Podemos y Díaz no llegan a un acuerdo satisfactorio, la izquierda alternativa movilizará a unos pocos, pero renunciará a un eventual revulsivo para reilusionar a esa otra parte del progresismo.

Hay una izquierda que se agota: la de reinar sobre una minoría purista, antes que remar en la causa conjunta de la izquierda. Y a las puertas de las elecciones municipales y autonómicas, existe el riesgo de que la derecha avance posiciones. Aunque quién sabe: igual hay quien aún piensa que se hace mejor política desde los platós, como Podemos antes de 2015, que estar en el Gobierno, que es donde todavía se sigue cambiando la vida de la gente.

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