Cuidado con lo que piensas
Nos hemos educado bajo el principio de que los pensamientos son privados, resultan inimputables y valen menos de un penique
“Un penique por tus pensamientos”, decían en las películas antiguas, y el interlocutor solía responder: “No valen tanto”. Nos hemos educado bajo el principio de que los pensamientos son privados, resultan inimputables y, en efecto, valen menos de un penique. Lo primero —que son privados— está dejando de ser cierto. Lo segundo y lo tercero vendrán detrás.
Es verdad que no entendemos aún cómo el cerebro construye una representación del mundo, pero no hace falta entenderlo para empezar a usarlo. Por ejemplo, ver un avión de pasajeros aterrizando implica un proceso de abstracción progresiva...
“Un penique por tus pensamientos”, decían en las películas antiguas, y el interlocutor solía responder: “No valen tanto”. Nos hemos educado bajo el principio de que los pensamientos son privados, resultan inimputables y, en efecto, valen menos de un penique. Lo primero —que son privados— está dejando de ser cierto. Lo segundo y lo tercero vendrán detrás.
Es verdad que no entendemos aún cómo el cerebro construye una representación del mundo, pero no hace falta entenderlo para empezar a usarlo. Por ejemplo, ver un avión de pasajeros aterrizando implica un proceso de abstracción progresiva —líneas, ángulos, superficies, volúmenes, una gramática de las formas— que puede detectarse con unas técnicas de imagen tan habituales como la resonancia magnética. Los humanos no sabemos leer esas pautas neuronales para deducir de ellas lo que está viendo una persona, pero la inteligencia artificial sí. Muéstrale a la máquina los patrones de actividad cerebral y ella sabrá que estás viendo un avión que aterriza o un reloj en un campanario. El trabajo de Yu Takagi y Shinji Nishimoto, de la Universidad de Osaka, está pendiente de revisión por pares.
Que las matemáticas puedan deducir a partir de la actividad neuronal lo que está pensando una persona es una evidencia llamada a encender el pelo de los filósofos. Algunos, como los de la escuela misteriana, aducirán que, aun cuando exista una explicación neurológica del pensamiento, los humanos no podremos entenderla, y la verdad es que el hecho de que haya sido necesaria la inteligencia artificial parece darles la razón en este caso. Otros, en la estela de Charles Sanders Peirce, recuperarán su concepto de qualia, los elementos de la experiencia consciente, como la rojez del rojo o el dolor de una jaqueca, que según esta escuela son irreducibles a la actividad de un mero conjunto de objetos, como un circuito neuronal. Dejaremos para los pensadores del futuro la refutación de estos ejercicios de ingenio académico.
También puede uno salirse por la tangente argumentando que la representación mental de una imagen es una cosa, y el verdadero pensamiento es otra totalmente distinta. No lo es. Toda actividad mental se debe a —o más bien consiste en— la actividad de ciertas configuraciones de neuronas, y esto vale lo mismo para ver un reloj de campanario que para escribir la Crítica de la razón pura. Ver es activar neuronas. Pensar también, a menos que uno esté dispuesto a reivindicar el dualismo cartesiano o la existencia del alma como guías para el avance del conocimiento.
Entonces, si los pensamientos ya no son privados, ¿seguirán siendo inimputables? Eres inocente mientras sueñas, canta Tom Waits, pero ¿hasta qué punto lo eres mientras piensas? Imagina que estás pensando en robar la piedra lunar, un prodigioso diamante capaz de derrocar un reino, y un neurodetective lo deduce de tu escáner cerebral. ¿Debería detenerte? Tu abogado sostendrá que no, porque los pensamientos son privados, pero el fiscal aducirá que no lo son. ¿Y si en vez de robar una joya estás planeando envenenar a media ciudad? ¿O destruir el mundo?
No, tus pensamientos ya no valen menos de un penique. Pueden valer una fortuna, y también llevarte a la ruina. Son tan reales como el arma que guardas en tu cajón.