LA BRÚJLA EUROPEA

Los ‘Guerra y Paz’ de Xi y de Lula tienen un problema

Llamar al diálogo sin apoyar a Ucrania ni sancionar a Rusia solo significa una cosa: permitir al agresor culminar su atropello

Luis Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil y el canciller de Alemania, Olaf Scholz, durante una reunión en Brasil a finales de enero.DPA vía Europa Press

La invasión rusa de Ucrania acaba de cumplir un año y, como es lógico en medio de destrucción, sufrimiento y graves consecuencias a escala global, abundan llamamientos a la paz e iniciativas para lograrla. Por supuesto, anhelos y esfuerzos de paz son en términos generales encomiables. Pero conviene mirarlos bien en los ojos.

China ha lanzado un sedicente plan de paz. La importancia geoestratégica de Pekín hace que sea o...

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La invasión rusa de Ucrania acaba de cumplir un año y, como es lógico en medio de destrucción, sufrimiento y graves consecuencias a escala global, abundan llamamientos a la paz e iniciativas para lograrla. Por supuesto, anhelos y esfuerzos de paz son en términos generales encomiables. Pero conviene mirarlos bien en los ojos.

China ha lanzado un sedicente plan de paz. La importancia geoestratégica de Pekín hace que sea oportuno fijarse en sus palabras. Es un vacuo ejercicio de contorsionismo diplomático. Afirma la centralidad esencial de los principios de respeto a la soberanía e integridad territorial de cada país, pero no llega a la lógica conclusión de condenar quien los viola. Es, pues, lo que parece: la inútil retórica de un mediador de parte.

Más interés para las democracias occidentales tienen otros planteamientos, como el del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, que ha mencionado recientemente su voluntad de impulsar la paz coagulando un grupo de países terceros que hagan presión para ello (entre ellos China). Brasilia, a diferencia de Pekín, condenó la invasión rusa en la ONU. Pero el loable objetivo y el posicionamiento político de Lula, desafortunadamente, sufren bastante ante un análisis con el prisma de los principios, y también con el del pragmatismo.

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Antes de volver a ganar las elecciones, en mayo del año pasado, Lula sostuvo en una entrevista con la revista Time que Zelenski es “tan responsable como Putin” de la guerra. Hace pocas semanas afirmó que “dos no pelean si uno no quiere”. En lo primero, por mucho que se puedan achacar errores al líder ucranio, cuesta tragarse la equiparación del agresor que invade y bombardea a civiles con el agredido. En lo segundo, desde la mirada progresista que Lula por lo general defiende, cuesta aceptar una visión que no contempla el simple escenario de la agresión, tan habitual den la historia y en la cotidianidad. Como muchos entienden, -especialmente, por desgracia, las mujeres- a menudo la violencia es el ataque de uno a otro.

Lula además dice que no alimentará el fuego de la guerra entregando armas. Bien, nadie exige que Brasil las suministre y además puede entenderse un deseo de posicionar estratégicamente al país en la cabeza de un amplio grupo de no alineados. Pero, de nuevo, la visión desconcierta. Las armas que se entregan de entrada sirven para que un agredido pueda defenderse. No entregarlas es solo sinónimo de dejar que el agresor culmine su atropello. Usando el símil de Lula, que baja la cuestión a una interpretación de relación entre individuos, esto significa llanamente dejar que la violencia se perpetre hasta la conclusión final. No es muy difícil entenderlo.

En una línea parecida, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, celebrada el fin de semana pasado, la vicepresidenta de Colombia, Francia Márquez, pronunció una vibrante intervención contra la guerra, evitando tomar partido, con una retórica muy idealista y en la que vituperó el patriarcado que se halla detrás de tanta de la violencia del mundo. Significativamente, se encargó otra líder política mujer, progresista y feminista -Sanna Marin, primera ministra de Finlandia- de replicar al alegato idealista con una contundente dosis de valores conjugados con realismo. Poco sospechosa de ser defensora de patriarcados y actitudes beligerantes, Marin recordó con fuerza y sencillez que ella también quiere la paz, pero que cuando alguien ataca con armas brutales, limitarse a lamentar la violencia y exhortar a buscar la paz no tiene muchos visos de arreglar el problema.

Por supuesto, estas voces tienen argumentos sólidos cuando denuncian errores y dobles raseros de Occidente. La historia colonial europea es terrible; la promoción de golpes de Estado por parte de Washington, nauseabunda; la guerra de Irak lanzada por EEUU con apoyo de algunos europeos fue un atropello; puede criticarse la decisión de abrir la puerta de la OTAN a Ucrania o Georgia; y sí, Occidente deja correr injusticias de distinto corte, desde la ocupación de territorios palestinos o saharauis hasta muchos otros asuntos. Pero todo aquello no justifica equidistancia o, de facto, indiferencia, ante esta agresión concreta.

China es lo que es, una potencia autoritaria alineada con Rusia. Poco se puede hacer. En cambio, es muy importante el posicionamiento de sectores del progresismo mundial democrático, sean ellos segmentos minoritarios en países que apoyan a Ucrania, o mayoritarios en países que eluden ese apoyo, como muchos de América Latina. Ojalá se logre convencerles. Ojalá entiendan que es necesario plantearse y responder la siguiente pregunta: ¿Cuál sería el resultado de iniciativa verbales de paz no acompañadas por un apoyo armado a Ucrania y sanciones a Rusia? La respuesta es muy sencilla, y no es paz. Hubiese sido la culminación de la invasión, el sometimiento por la fuerza de una nación y su pueblo a un régimen autoritario. Toca decidir si asumir esa respuesta es una posición democrática, progresista y feminista.

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