Tribuna

Ucrania, la derrota de Putin

Lo que teme Moscú no es que Kiev se integre en la OTAN, sino que sea democrática y realmente soberana. El desenlace de la guerra aún está en juego, pero Rusia ha perdido a los ucranios para siempre

Eduardo Estrada

Vladímir Putin ha fracasado hasta el momento. No ha conseguido doblegar Ucrania, como evidentemente pensaba que pasaría, y como hizo creer a su población y a otros Estados (China, muy en particular) para que lo apoyaran. Este hecho habla por sí mismo. Debilita la imagen ...

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Vladímir Putin ha fracasado hasta el momento. No ha conseguido doblegar Ucrania, como evidentemente pensaba que pasaría, y como hizo creer a su población y a otros Estados (China, muy en particular) para que lo apoyaran. Este hecho habla por sí mismo. Debilita la imagen del poder ruso, por dentro y por fuera y, en cambio, afianza la existencia de Ucrania, cada día un poco más. La respuesta colectiva de la población, ya sea de origen ucranio o ruso, está acelerando —alcanzado ya probablemente un punto de no retorno— el proceso de construcción nacional e institucional, iniciado en 2014 tras los primeros y fracasados intentos de la revolución naranja de 2004. Y tras las contraofensivas ucranias, la idea de que Kiev podría ganar la guerra ya no es impensable.

Además de la resistencia armada, los ciudadanos ucranios han encontrado la manera más sencilla, valiente y rotunda, de resistir a la agresión: llevar una vida lo más normal posible. Esta nueva normalidad es el orgullo de la población que quiere marcar así su “no pasarán”. “En Ucrania las cosas son muy sencillas: si no te cae un misil en la cabeza, sales a trabajar”, decía hace poco Oleksandra Romantsova, directora del Centro para las Libertades Civiles, galardonado con el Premio Nobel de la Paz 2022. Con una movilización cívica como esta, la tarea de los “desnazificadores” rusos no se presenta fácil a pesar de los planes ya preparados y puestos en práctica en los territorios ocupados. Porque la desnazificación de la que habla el Kremlin no es un mero eslogan para uso propagandístico.

Para que nadie se llame a engaño conviene percatarse de lo que se entiende en Moscú por desnazificación. Uno de los principales ideólogos rusos del término, Timoféi Serguéitsev, nos explica Lo que debe hacer Rusia con Ucrania en un artículo muy ilustrativo, publicado en abril de 2022 por la oficialista agencia de prensa, Ria Novosti. “Hay que proceder a una limpieza total. […] La desnazificación posterior de la masa de población consiste en la reeducación, que se consigue mediante la represión ideológica (supresión) de las actitudes nazis y una severa censura: no sólo en la esfera política, sino necesariamente también en la esfera de la cultura y la educación”. “El nombre de Ucrania no puede ser mantenido” porque “el Occidente colectivo es el que ha diseñado, dado a luz y patrocinado el nazismo ucranio”. Por tanto, “la expiación por haber tratado a Rusia como a un enemigo sólo puede producirse contando con Rusia en los procesos de reconstrucción, regeneración y desarrollo. No debe permitirse ningún Plan Marshall para estos territorios”. Así que “la desnazificación será inevitablemente una desucranización” pero como “el ucranianismo es una construcción artificial antirrusa sin contenido civilizatorio propio, un elemento subordinado de una civilización extranjera, […] la desnazificación de Ucrania es también su inevitable deseuropeización”.

Leer el texto entero es un ejercicio muy aconsejable para entender lo que espera a la población de las zonas ocupadas por las fuerzas rusas, a los miles de niños ucranios secuestrados, enviados a Rusia para ser “desprogramados” y, en general a los ucranios si pierden la guerra. Aconsejable también para hacernos una idea clara de lo que estaríamos aceptando para ellos si no seguimos apoyándoles en todos los ámbitos, empezando por el militar. Después de esta lectura ya no vale decir que no sabíamos, no teníamos toda la información, que ya se sabe, los dos bandos desinforman, o que ya se sabe, en Occidente impera el relato único, como dicen voces pretendidamente críticas que se prodigan en medios de comunicación diversos. No vale, por lo visto, el trabajo informativo de corresponsales españoles y extranjeros —muchos de los cuales hablan ruso—, porque, ya se sabe, están pagados por las grandes corporaciones mediáticas. Pero los que conocen de verdad la Rusia actual saben que solo hay un pensamiento único y es el que producen las directivas del Kremlin, transmitidas por medios de comunicación que difunden mensajes de odio e histeria en la estela de la siniestra Radio Televisión Libre de las Mil Colinas ruandesa, cuyos responsables acabaron en el Tribunal Penal Internacional para Ruanda.

En este contexto, si queremos salvaguardar el proyecto europeo, la contención más eficaz de la escalada del conflicto es apoyar, con todos los medios y sin perder tiempo, la resistencia armada frente a una agresión de la que Rusia, y solo Rusia, es responsable. Quien quiera matizar esta afirmación, que pregunte a los pacifistas rusos, bielorrusos o ucranios. No hay ni un solo demócrata ruso o bielorruso que no desee ardientemente la derrota militar de Putin. Todas las guerras son execrables, pero no todas las guerras son iguales. Algunas son inevitables, como las que libraron los republicanos españoles en la Guerra Civil o los aliados y los antinazis alemanes durante la II Guerra Mundial. Crecí con el lamento de los republicanos exiliados, de todos los colores políticos, por haber sido indignamente abandonados por las democracias europeas bajo las bombas alemanas e italianas que nunca escasearon en el lado franquista.

El vergonzoso intento de apaciguar la Alemania nazi por parte de Francia y Reino Unido en 1938 fracasó como era previsible y además permitió a Hitler ocupar más territorios y avasallar a más países. De la misma manera, la única política de contención que podría satisfacer a Putin supondría aceptar su pretensión natural a un área de influencia bajo su control exclusivo; o sea, sacrificar las aspiraciones de la población ucrania, decirle que su lucha y sus muertos han sido en vano y que, en pro de la paz en el resto de Europa, ellos tienen que aceptar vivir avasallados en un país arrasado. Tal como están las cosas de momento, cualquier intento de negociación susceptible de ser aceptado por Putin debería empezar por ahí. Porque lo que teme Moscú no es una Ucrania en la OTAN, como demuestra su ausencia total de reacción al anuncio del presidente Zelenski, a finales de marzo de 2022, según el cual aceptaba la neutralidad para Ucrania como parte de un acuerdo de paz con Rusia; lo que teme Moscú es una Ucrania democrática y realmente soberana. El desenlace de la guerra aún está en juego, pero Putin ha perdido a los ucranios para siempre.

Por tanto, exigir a España o a cualquier otro país europeo que deje de suministrar armas a Ucrania para evitar la escalada y parar la guerra equivale a condenar a los ucranios a una muerte segura, en cuerpo y espíritu, porque ellos no dejarán de luchar. Gritar “no a la guerra” es un acto contestatario y de valentía solo en las calles de Moscú o de Minsk. Aquí, sale gratis.

Todavía falta mucho para cambiar la naturaleza profunda de la cultura política rusa, dominada por una mentalidad imperialista, por el dogma del excepcionalismo y por la convicción ciega de que Rusia sólo puede existir como superpotencia. La Rusia de Putin tendrá que hacer un examen de conciencia colectivo similar al de la Alemania nazi al acabar la guerra. Y el camino pasa por su derrota en Ucrania. La lucha de los ucranios también es la nuestra y tenemos que seguir ayudándoles a prevalecer. Los que queremos una Europa libre de déspotas arcaicos y de guerras debemos ayudar a los ucranios a ganar esta y a los rusos a deshacerse de Putin y del ocupante gran ruso que muchos aún llevan dentro de sus cabezas.

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