Lo que la paz de Colombia ha unido…
El país ha dejado constancia en los últimos años de que es un ejemplo en la resolución de conflictos
Se han llamado de todo y más. Durante años, décadas, han sido enemigos irredentos. Entre ellos, entre sus partidos, entre los intereses que han defendido. Se han acusado de lo peor y se han deseado, implícita y explícitamente, nada bueno, por ser suaves. “Contrariedad, rivalidad, oposición sustancial o habitual, especialmente en doctrinas y opiniones”, todo lo que implica la definición de antagonismo la encarnan, en la práctica, Iván Cepeda y José Félix Lafaurie. El primero, uno de los representantes de la izquierda colombiana más emblemáticos de los últimos años, negociador de sol a sombra, h...
Se han llamado de todo y más. Durante años, décadas, han sido enemigos irredentos. Entre ellos, entre sus partidos, entre los intereses que han defendido. Se han acusado de lo peor y se han deseado, implícita y explícitamente, nada bueno, por ser suaves. “Contrariedad, rivalidad, oposición sustancial o habitual, especialmente en doctrinas y opiniones”, todo lo que implica la definición de antagonismo la encarnan, en la práctica, Iván Cepeda y José Félix Lafaurie. El primero, uno de los representantes de la izquierda colombiana más emblemáticos de los últimos años, negociador de sol a sombra, hijo de un político asesinado por los paramilitares. El segundo, de origen sevillano, su némesis: exdiputado, estandarte de la derecha colombiana, ahora presidente de los ganaderos, es decir, representante del poder de los terratenientes. Y ahí están ahora, compartiendo risas y bromas en Twitter y fuera de la red social. Quizás la paz en la Colombia de Petro no termine por ser total, pero por algo se empieza.
“Ay, pobre mi maridito, está aburrido”, tuiteó esta semana María Fernanda Cabal, la esposa de Lafaurie, una de las representantes del ala más dura de la derecha colombiana, que no es poca cosa en cuanto a las fuerzas conservadoras de América Latina. El mensaje presidía una foto de su marido, con cara ciertamente de no estar lo que se dice disfrutando, junto a Cepeda y la periodista María Jimena Duzán. Los tres se encuentran en México como parte de la delegación del Gobierno de Gustavo Petro con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la guerrilla activa más longeva de América Latina. Es decir, del mismo lado para tratar de llegar a una salida negociada con un grupo del que, cada uno, tiene una visión muy distinta.
“No se crea, senadora María Fernanda”, le contestó poco después Cepeda con una foto de parte de la delegación en la que se ve a Lafaurie más sonriente. “Doy fe, está muy a gusto”, se sumó María José Pizarro, también senadora del Pacto Histórica, hija del exguerrillero asesinado Carlos Pizarro, la persona que le puso la banda presidencial a Petro el pasado agosto. “… Me haces falta!”, se vio obligador a responder, finalmente, Lafaurie para zanjar cualquier atisbo de conflicto familiar y no dar más alas a las bromas de sus pares.
Haber llegado a este punto no solo de complicidad tuitera dice mucho de la altura política de los dos senadores de la izquierda y del presidente de los ganaderos. Un mensaje al interior de Colombia, donde la crispación va en aumento con el paso de los minutos, y que ve cómo algo que resultaba quimérico, se ha logrado a base de conversar y pactar. Gracias, en buena parte, a la audacia de quienes lo han propiciado: el presidente, Gustavo Petro y el exmandatario y eterno líder de la oposición desde que dejó el poder, Álvaro Uribe, sin cuya venia se antoja muy complicado pensar que Lafaurie haya dado este paso.
Colombia ha dejado constancia en los últimos años de que es un ejemplo en la resolución de conflictos. Que puede poner fin a una guerra como la que mantuvo durante décadas con las FARC a través de una negociación minuciosa. Le costó miles y miles de muertos. Y aquel resultado fue rechazado por una parte del país que se siente representada por Lafaurie o Cabal. Seguir intentando conversar y sentarse en la misma mesa es admirable y, como suele repetir Cepeda, el único camino. Porque si falla este proceso o el otro, habrá que volver a sentarse a hablar. Con todos, incluso con quien se jura no hacerlo por opinar lo contrario. Ese es un mensaje para todo el mundo.