Infierno especial
“¿No me podés vender una caja?”. Me miró con desprecio: “No. Las estamos guardando para cuando la gente salga de las oficinas”
Haciendo diligencias por mi barrio, pasé por un sitio encantador: un local en el que varias chicas amasaban pastas. Frases manuscritas en las puertas de vidrio anunciaban los gustos del día, las salsas, el horario: miércoles a domingo desde las 11. Decidí comprar. Me atendió una chica jovial. Me explicó el concepto (pastas veganas), me dijo lo mismo que se leía en el vidrio: “Estamos de miércoles a domingo de 11 a 6”. Compré, pagué, le dije: “Mañana vengo a buscar más”. Las pastas resultaron exquisitas. Al día siguiente me de...
Haciendo diligencias por mi barrio, pasé por un sitio encantador: un local en el que varias chicas amasaban pastas. Frases manuscritas en las puertas de vidrio anunciaban los gustos del día, las salsas, el horario: miércoles a domingo desde las 11. Decidí comprar. Me atendió una chica jovial. Me explicó el concepto (pastas veganas), me dijo lo mismo que se leía en el vidrio: “Estamos de miércoles a domingo de 11 a 6”. Compré, pagué, le dije: “Mañana vengo a buscar más”. Las pastas resultaron exquisitas. Al día siguiente me desperté a las siete, empecé a editar un libro. A las cuatro, como me quedaban todavía varias horas de trabajo, hice una pausa y salí a hacer compras. Tomé mi carrito, caminé diez cuadras hasta la casa de pastas. Ahí estaban: las amasadoras, la chica jovial. Que levantó apenas el rostro del teléfono y me dijo: “Está cerrado”. Le dije: “En el vidrio dice que abren a las 11 y ayer me dijiste… “. “Está cerrado, hoy vamos a abrir a las seis”. Vi lo que ella veía: una señora con un carrito, un ama de casa que sale a hacer las compras después de ver la telenovela. Algo que, quizás, para ella sea la encarnación del diablo (para mí no lo es). Le dije: “Decidieron cambiar el horario sin aviso”. “Sí”. “Pero tenés la heladera repleta. ¿No me podés vender una caja?”. Me miró con desprecio: “No. Las estamos guardando para cuando la gente salga de las oficinas”. Y, significativamente, agregó: “De trabajar”. Podría haberle dicho cosas. Que su concepto de “cuando la gente salga de las oficinas” atrasa bastante, que existe el trabajo freelance, que su veganismo choca de frente con la idea capitalista de “acumulo para la alta demanda”. Pero no le dije nada. Me fui pensando en una frase de Madeleine Albright, la primera mujer en ocupar el cargo de secretaria de Estado en Estados Unidos: “Hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no se ayudan”.