No es delito

El Papa se ha asegurado de mantener a los gays católicos en su corral, recordándoles que, si bien tienen derecho a estar exentos de que los encarcelen o los aniquilen en la tierra, su fe les tiene preparado un castigo mayor, una condena infinita

El papa Francisco, en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.Giampiero Sposito (Reuters)

A veces, cuando salgo a correr, paso por delante de una parroquia de nombre curioso: Parroquia de Todos los Santos y Todas las Ánimas. Siempre imagino un cónclave de gente preguntándose: “¿Cómo le ponemos?”. “Santa Rita”, dice uno. “No, muy trillado”, dice otro. “¿Sagrado Corazón?”. “No, muy pretencioso”. Hasta que alguien da con el nombre que cubre el inmenso espectro de posibilidades: “Vamos con Todos los Santos y Todas las Ánimas, y quedamos bien con el paraíso completo”. Cuando hace un par de semanas el papa Francisco dijo en una entrevista con Associated Press que ...

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A veces, cuando salgo a correr, paso por delante de una parroquia de nombre curioso: Parroquia de Todos los Santos y Todas las Ánimas. Siempre imagino un cónclave de gente preguntándose: “¿Cómo le ponemos?”. “Santa Rita”, dice uno. “No, muy trillado”, dice otro. “¿Sagrado Corazón?”. “No, muy pretencioso”. Hasta que alguien da con el nombre que cubre el inmenso espectro de posibilidades: “Vamos con Todos los Santos y Todas las Ánimas, y quedamos bien con el paraíso completo”. Cuando hace un par de semanas el papa Francisco dijo en una entrevista con Associated Press que “ser homosexual no es un delito, es una condición humana”, la frase subió a la portada de todos los diarios. Pero el hombre agregó, en letra chica: “No es un delito, pero sí es un pecado”. Pensé en la parroquia y en esa manera tan astuta de matar dos pájaros —o más— de un tiro. Las relaciones entre personas del mismo sexo están prohibidas, castigadas con sentencias diversas —meses o años de prisión, castigos corporales, pena de muerte—, en unos sesenta y ocho países. Algunos, no la mayoría, son católicos. La cantidad de católicos en el mundo es de 1.600 millones de personas. Hay que asumir que parte de ellas son gays y que, como creyentes, siguen los lineamientos que dicta su religión. Ahora, en un solo malabar, el jefe de su Iglesia se ha asegurado, mientras se hace pasar por tipo progre —no, ¿cómo les van a dar azotes?, qué barbaridad—, de mantenerlos en su corral, recordándoles —sobre todo a los fieles gays que no viven en países que los criminalicen: la inmensa mayoría— que, si bien tienen derecho a estar exentos de que los encarcelen o los aniquilen en la tierra, su fe les tiene preparado un castigo mayor, una condena infinita: el pecado no termina nunca. Hay que ser inteligente, la verdad.

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