Vox, o recuperar la culpa contra las mujeres libres

El protocolo antiabortista de Castilla y León revienta la columna vertebral de los esfuerzos que viene haciendo nuestra sociedad, desde hace años, por la emancipación femenina

El vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, de Vox, el pasado lunes en Valladolid.NACHO GALLEGO (EFE)

En nombre del sentimiento de culpa, una amiga sigue creyendo que algo hizo para merecer que su exnovio le hablara mal a menudo. Por eso, volvía una y otra vez con él, pese a ser una mujer de 31 años, informada, con recursos. Imaginemos, pues, lo peligroso de que Vox pretenda recuperar la culpa, elevándola a categoría de política pública contra las mujeres libres, como en...

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En nombre del sentimiento de culpa, una amiga sigue creyendo que algo hizo para merecer que su exnovio le hablara mal a menudo. Por eso, volvía una y otra vez con él, pese a ser una mujer de 31 años, informada, con recursos. Imaginemos, pues, lo peligroso de que Vox pretenda recuperar la culpa, elevándola a categoría de política pública contra las mujeres libres, como en el caso del protocolo antiabortista de Castilla y León.

Es el efecto clave de utilizar la culpabilización como estrategia política: revienta la columna vertebral de los esfuerzos que viene haciendo nuestra sociedad, desde hace años, por la emancipación femenina. Desde la mujer que es maltratada, hasta la chica que desea abortar, la culpa es peligrosa porque sigue actuando todavía como un lastre invisible que dificulta de facto zafarse del daño o elegir lo que se desea. Incluso donde el Estado reconoce su protección y derechos, la culpa es limitante en las mujeres porque actúa en silencio, desde las propias mentes.

La culpa es esa voz interna llamándote “mala madre” por tener una exigente carrera profesional. La culpa hace sentirse insuficientes a muchas chicas, poco merecedoras, nutriendo el síndrome de la impostora. La culpa es lo que aún se utiliza en países como Afganistán o Irán para justificar los actos de sus gobiernos contra las mujeres, acusándolas de “impúdicas”. La culpa jamás puede ser promovida desde las instituciones de un país democrático como España, porque legitima o normaliza en la sociedad el tormento sobre las voluntades femeninas.

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Así que las medidas que Vox desearía aplicar en Castilla y León constituyen la institucionalización de una mentalidad ancestral, cuasi feudal, donde la mujer debe ser devuelta al cauce de lo que algunos consideran correcto, mediante el chantaje emocional o la interferencia sobre sus deseos. Es el paternalismo de quien considera a la mujer un eslabón, un engranaje más, y no como ser autónomo o pleno, con capacidad de decidir su propio destino. Irrita que hoy podamos decidir no ser madres, si no queremos, porque nuestro útero no está al servicio del interés ajeno.

La prueba es cómo algunos cuelan el debate de la natalidad para justificar sus tropelías. Sugieren que la generación actual tiene menos hijos porque hay abortos, tal que habría que “reconducirnos” hacia nuestras labores maternas. Culpabilizar a la mujer, de forma torticera, les sirve además para no aceptar la necesidad de un Estado de bienestar, en el que no creen. Son quienes tildan las ayudas sociales del Gobierno de “paguitas”, como si no fuera la precariedad una potente causa de que algunas familias no tengan hijos.

Hete ahí la hipocresía de Vox: la moral solo les interesa cuando les conviene. Ni la aplican sobre los inmigrantes, ni la aplican sobre las condiciones laborales dignas o la transición ecológica, a la luz de cómo se posicionan en los debates en el Congreso.

Ese repliegue de la mujer hacia la esfera privada tampoco es casual en la ultraderecha. Como diría Gloria Steinem, las feministas se interponen en la base de su jerarquía, que es el hogar. La mujer en la calle siempre abanderará un modelo de progreso para los derechos de toda la ciudadanía; metida en casa, evocará un modelo conservador o restrictivo. Por eso, la ultraderecha guarda especial obsesión contra las políticas paritarias, como las cuotas, que han permitido a muchas mujeres lograr su merecido hueco en la empresa o la política, expandiéndose en la esfera pública.

Sin embargo, la ultraderecha no sería capaz de apelar a muchas conciencias, si no fuera tan hábil esparciendo clichés contra las mujeres. Asumen, de fondo, que ellas abortan porque son seres sin piedad ni escrúpulos. Solo si uno es capaz de deshumanizar a una mujer podrá creer que el aborto es un jolgorio sin más repercusión en su vida. Solo si uno es capaz de ignorar su dolor emocional, puede avalar que la hagan dudar o la desestabilicen, como a una niña que creen inconsciente.

Es la estrategia ultraderechista. Recuperar la culpa contra la mujer actual no solo es cruel, sino un lastre contra la igualdad, la construcción del avance femenino y de la sociedad entera. Quien bien te quiere jamás te hace sentir culpable sino ligera de carga para que vueles libre. En nombre de la culpa, serán cómplices quienes permitan cualquier retroceso femenino, por mucho que se vistan de moderación o se crean muy distintos a los ultras.

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