Malabarismos

Aunque el nombre de Ratzinger parece el de un interior del Bayern de Múnich, en realidad fue un teólogo que en medio de los lobos voraces hizo de Dios, como Pelé, un juego de la imaginación

Miembros de una guardia de honor acompañan el féretro de Pelé, el martes en el estadio Vila Belmiro, en Santos.Sebastiao Moreira (EFE)

Se acaban de ir a la tumba el expapa Joseph Ratzinger y el rey Pelé con las pompas fúnebres respectivas a cargo de sus propios fieles, puesto que ambos habían sido sumos pontífices, cada uno de una distinta religión. Uno fue teólogo y el otro un mago ...

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Se acaban de ir a la tumba el expapa Joseph Ratzinger y el rey Pelé con las pompas fúnebres respectivas a cargo de sus propios fieles, puesto que ambos habían sido sumos pontífices, cada uno de una distinta religión. Uno fue teólogo y el otro un mago con el balón. Para Jorge Luis Borges, la teología pertenece al género de la literatura fantástica. En este sentido, puede que no haya habido literato capaz de manejar la ciencia ficción con tanto rigor como Joseph Ratzinger, un sofista superdotado, que hizo con la fe y la razón los mismos malabarismos que Pelé realizaba con la pelota. Su jugada maestra se produjo cuando con zapatos rojos de Prada pisó sin mancharlos el campo de exterminio de Auschwitz y formuló la pregunta: ¿dónde estabas, Señor, cuando sucedía esto? Sabía de sobra que no obtendría respuesta alguna. No la hay. Los sofistas griegos tenían una inteligencia muy creativa. A partir de un principio falso eran capaces de elaborar una construcción lógica prodigiosa, llena de quiebros sutiles entre el sí y el no, con lo que siempre encontraban un resquicio sorprendente para evadirse de los arcanos más oscuros. Se dice que si los teólogos supieran con absoluta certeza que Dios no existe, seguirían produciendo teología como quien se entretiene envolviendo a Dios en un infinito encaje de bolillos. El futbol es hoy otra religión. Cientos de millones de fieles han cambiado el templo por el estadio donde se practica el oficio litúrgico de implorar en cada partido el favor del balón, su único dios verdadero. Como sumo sacerdote de esta religión, Pelé introducía a ese dios en su cerebro y le bastaba con una leve flexión de cadera para sacarlo por la parte más inesperada del cuerpo. Aunque el nombre de Ratzinger parece el de un interior del Bayern de Múnich, en realidad fue un teólogo que en medio de los lobos voraces hizo de Dios, como Pelé, un juego de la imaginación.

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