Columna

Todas las Nochebuenas

La diferencia entre una Navidad y otra, la diferencia entre tener 10 años y 20, la diferencia entre creer de verdad y creer porque no queda más remedio, que es la diferencia entre las cosas que van a pasar en cualquier momento y las que están pasando ahora

Tres niños se divierten con un flotador en un parque nevado de Boston.Brian Snyder (reuters)

Luca pide mollejitas de primero, chuletón de segundo y cocacola en un restaurante argentino, porque ayer Argentina ganó un Mundial y él tiene apellido italiano de Buenos Aires, si eso es posible, y en mitad de la comida saca su móvil y enseña una foto, que es una foto de la misma comida hace un año en un restaurante alemán. Entonces empieza esta columna. Porque Luca, que tiene 13, hace un año sólo era un niño. No hace un año, sino hace unos m...

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Luca pide mollejitas de primero, chuletón de segundo y cocacola en un restaurante argentino, porque ayer Argentina ganó un Mundial y él tiene apellido italiano de Buenos Aires, si eso es posible, y en mitad de la comida saca su móvil y enseña una foto, que es una foto de la misma comida hace un año en un restaurante alemán. Entonces empieza esta columna. Porque Luca, que tiene 13, hace un año sólo era un niño. No hace un año, sino hace unos meses. Quizá hace unos días. Pero hubo un momento muy violento del que quizás él no fue consciente en que Luca se despertó y ya era un adolescente, y me dan ganas de decirle que de eso va la vida: de cuando dejamos de ser niños, de cómo al principio intentamos volver a toda costa, en seguir creyendo en las cosas en que creíamos, y pasamos unos años tristes y confusos hasta que nos rendimos y renunciamos a seguir saltando, felices, encima de los charcos. Ser adulto ya es pisarlos sin querer, y disgustarse.

Como con Jacobo y varios amigos más al día siguiente (Jacobo prepara arroz con zorzales y pichones, que corto en rodajas perfectas y de ahí el éxito del arroz), y me toca Eva al lado de la mesa. Eva, madre de cuatro hijos (tres chicas y un chico), tiene una teoría: las niñas acompasan mejor la cabeza y el cuerpo cuando están creciendo, los niños no. Los niños se encuentran de repente una mañana cualquiera con las manos grandes, las piernas largas, la nariz y las orejas de adulto, quizá bigote, y su cabeza sigue siendo la de un niño: manejan el cuerpo como un tipo conduce un deportivo sin tener el carné, chocan con los marcos de las puertas, se ven ridículos comprando gominolas y jugando al escondite con el cuerpo de un señor. “Su adolescencia”, resume Eva con humor a mi juicio demasiado afilado, “dura desde los 12 hasta los 31 años; la de las chicas, de los 12 a los 18″.

Pienso en mi hijo, que tiene 10 y está en capilla. “Yo también tengo mis derechos”, dijo a su madre cuando ella le amenazó con castigarlo sin hacer un viaje. Ese niño que sospecha que tiene sus derechos, pero no acierta aún a saber cuáles son, está en la víspera de dejar de ser niño. Probablemente haya escuchado ya algo sobre los Reyes Magos, quizá esté prorrogando voluntariamente el estado de ingenuidad, ese que a duras penas quieren establecer para sí mismos los adultos para no responsabilizarse de algo. Pero su inteligencia no ha contado con su cuerpo, que está empezando a estirarse de tal forma que a veces, como decía Umbral de su hijo, se le escucha crecer. Y aunque él no lo sepa, nosotros sí. Y lo vemos cada día, cada hora, abandonando definitivamente algo que todavía no sabe lo valioso que es, y que perseguirá el resto de su vida: el momento en el que no te despierta la alarma ni tu jefe, sino tus abuelos. El momento en el que dejas de soñar no porque haya salido el sol, sino porque va a salir. La diferencia entre una Navidad y otra, la diferencia entre tener 10 años y 20, la diferencia entre creer de verdad y creer porque no queda más remedio, que es la misma diferencia entre las cosas que van a pasar en cualquier momento y las cosas que están pasando ahora. Por eso crecer es una traición, por eso me gusta pensar que parir viene de parto, que es marchar, y por eso no hay mejor sueño que el sueño en brazos de tu madre. Y hay un instante, de un día a otro, y siempre demasiado pronto, en que esas madres ya no pueden levantarte, y tienes que levantarte solo.

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