¿Quién destruye el planeta?
Casi la mitad de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero en 2019 fueron responsabilidad del 10% más rico de la población. De hecho, el 1% más rico emitió lo mismo que el 50% más pobre
Vivimos inmersos en un discurso un tanto inculpatorio que nos recuerda que tenemos que ser conscientes y contribuir en la lucha contra el cambio climático. Nos dicen que la solución pasa por abandonar los coches que funcionan con diésel o gasolina, consumir la menor carne posible —o no comerla, incluso—, ahorrar energía al máximo, ya sea reduciendo la calefacción o el aire acondicionado, o dejar de usar plásticos y pasarnos a la bolsa de tela. Vamos, que e...
Vivimos inmersos en un discurso un tanto inculpatorio que nos recuerda que tenemos que ser conscientes y contribuir en la lucha contra el cambio climático. Nos dicen que la solución pasa por abandonar los coches que funcionan con diésel o gasolina, consumir la menor carne posible —o no comerla, incluso—, ahorrar energía al máximo, ya sea reduciendo la calefacción o el aire acondicionado, o dejar de usar plásticos y pasarnos a la bolsa de tela. Vamos, que entre todos hemos de cuidar el planeta. Una recomendación que, a día de hoy, es una verdad de Perogrullo... en Occidente.
Y no lo es menos que esos elementos anteriores, entre otros muchos que de ellos se derivan, han acabado generando toda una nueva moralidad. Existen los eco-responsables buenos —personas y países— que luchan por el planeta y los eco-terroristas criminales —personas y países— que los están destruyendo con su insensibilidad.
Consecuencia de toda nueva moralidad es el postureo que tienen algunas actitudes que, a veces, no solo rozan el ridículo, sino que además acaban produciendo justo el efecto contrario: o sea, siendo “eco-perjudiciales” o vendiéndonos “eco-mentiras”. De unas y otras acabamos siendo culpables los ciudadanos de a pie y los países del Tercer Mundo.
Vayamos por partes, porque muchos son los elementos que no llevan a la —errónea— conclusión anterior.
Mientras los responsables políticos insisten, una y otra vez, en concienciarnos de que debemos ir en tren, andando o en bici a los sitios para evitar aumentar las emisiones, en la pasada COP27 más de 400 aviones llegaron a Egipto para asistir a la cumbre de la ONU. Aviones a los que hay que sumar otros cientos de empresas patrocinadoras y participantes en el evento. Todos sus ocupantes, eso sí, llegaban dispuestos a hablar de cómo frenar el cambio climático. La verdad, fueron más honestos el futbolista Kylian Mbappé y el técnico del PSG, Christophe Galtier, cuando se pusieron a reír al preguntarles si iban a ir en tren en lugar de en avión a los partidos.
No contentos con eso, en esa misma cumbre, uno de los patrocinadores fue Coca-Cola, una de las empresas más contaminantes del mundo. Produce la friolera de 120.000 millones de botellas de plástico de usar y tirar al año y el 99% de sus plásticos se fabrica con combustibles fósiles, asegura un informe del movimiento Break Free From Plastic.
Ni que decir tiene que no se llegó a ningún acuerdo en la cumbre del clima, salvo el compromiso de los países de reducir progresivamente el uso de energías que provocan emisiones de CO₂. Olvidando que solo el G20 es responsable del 75% de los gases de efecto invernadero que se envían a la atmósfera.
Sorprende, la verdad, que en un contexto en que se nos pide a los ciudadanos de a pie que nos esforcemos por ayudar en la lucha contra el cambio climático y la crisis energética, los que más pueden hacer, en realidad menos contribuyan.
Pero sigamos con los ejemplos.
Que reciclar es cosa de ricos parece claro (o mejor dicho del lavado de conciencia de ricos). El 10% más rico de Estados Unidos contamina en toneladas más del doble que el 10% más rico de Europa. Y ese 10% más rico de Europa contamina más que el 90% restante de Europa. Además, EE UU es la nación del planeta que más residuos plásticos genera, por más que trata de ocultarlos. Primero los manda a China, pero desde que el país asiático dijera basta a recibirlos, Washington envía su porquería en mayor escala a países asiáticos pobres, contraviniendo el Convenio de Basilea. Consecuencia: solo se recicla un 8% del plástico mundial.
Pero aquí no se libra nadie, el Parlamento Europeo ha aprobado el recorte de las emisiones de CO₂ para todos los coches a partir de 2035. Todos los coches… menos los de lujo.
Y ya, por aquello de reducir el consumo de carne, el bitcoin contamina más que la extracción de petróleo o la producción de carne de vacuno, leo en Scientific Reports.
Por resumir, casi la mitad de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero en 2019 fueron responsabilidad del 10% más rico de la población. De hecho, el 1% más rico emitió lo mismo que el 50% más pobre.
Poco más que decir, salvo que igual resulta que no somos todos igual de culpables y, entonces, no iría mal que nos agarremos a las palabras del historiador indio Vijay Prashad, a propósito de las demandas del movimiento Justicia Climática: “Les gusta decir que estamos juntos en esto, pero no estamos juntos en esto. (…) Dicen que están preocupados por nuestro futuro, ¿qué futuro? Los niños en el continente africano, en Asia, en América Latina no tienen un futuro, no tiene un presente. No están preocupados por el futuro, están preocupados por el presente. Su eslogan es ‘nos preocupa el futuro’. ¿Qué futuro? Un eslogan de clase media burguesa occidental. Tienes que preocuparte por el ahora. 2.700 millones de personas no pueden comer y le dices a la gente: ‘Reduzca su consumo’. ¿Cómo le suena eso a un niño que no ha comido en días?”.