Democracia Tom & Jerry

Lo ocurrido con Castillo no es algo circunscrito solamente a Perú, ocurre en todo el continente, todo el tiempo desde hace demasiados años

El expresidente de Perú Pedro Castillo.-- (EFE/ Presidencia del Perú)

El criminal amago de Pedro Castillo, la huida desalada, su tumultuaria detención camino a una embajada, la moralina de Andrés Manuel López Obrador y su fementida doctrina Estrada, el descabellado cuento de la droga en la bebida que improvisó un abogado; todo ello, con ser muy zafio, pero muy entretenido, no hace olvidar que de ultrajes y asaltos a Congresos está tristemente llena nuestra historia de dos siglos de independencia.

Al contrario, la ocurrencia recuerda lo que la liturgia católica llama “fiesta movible”: acontecer sin ...

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El criminal amago de Pedro Castillo, la huida desalada, su tumultuaria detención camino a una embajada, la moralina de Andrés Manuel López Obrador y su fementida doctrina Estrada, el descabellado cuento de la droga en la bebida que improvisó un abogado; todo ello, con ser muy zafio, pero muy entretenido, no hace olvidar que de ultrajes y asaltos a Congresos está tristemente llena nuestra historia de dos siglos de independencia.

Al contrario, la ocurrencia recuerda lo que la liturgia católica llama “fiesta movible”: acontecer sin fecha fija pero inexorable. Alguien, esta vez, dio a beber una pócima embobecedora al expresidente y “otros” escribieron su mostrenco discurso. Tal es la patraña que contó un abogado de Castillo cuando habló “de una cierta agua” hechicera. Al parecer, olvidaron darle a beber de la misma agua al Alto Mando militar y esa omisión habría salvado el día.

Lo único verosímil es el designio de disolver el Congreso peruano e instaurar una dictadura en cuya historia el hombre del sombrero a lo Speedy González sería solo un instrumento desprevenido. Se habla de un Svengali del lastimoso Castillo, de un tenebroso personaje, un empecinado comunista que duró pocos días en su primer gabinete.

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Sea como haya sido, en las calles de Lima ya hay caídos entre quienes manifestaron su apoyo al maestro rural. La idea de redactar una nueva Constitución, tal como anunció Castillo cuando se vio perdido, cobra vuelo en el de Rosendo Maqui, como en tantas otras de nuestras naciones cada cierto tiempo. Por lo pronto, y quizá esto ya emerge como un patrón andino, una mujer viene al quite mientras todos cruzan los dedos porque Dina Boluarte encamine al Perú a lo que un día pueda llamarse normalidad política.

En mi ficción latinoamericana favorita, un avorazado ambicioso y tiránico clausura el Congreso y el héroe colectivo es un grupo de valerosos resistentes quienes, después de una matanza, se ven reducidos a prisión. El más listo de ellos escribe un libro esclarecedor y entusiasmante que agrupa a un habilidoso y joven núcleo liberal regenerador de toda la vida política.

Puede resultar una historia larga e ingenua, lo sé, pero creo que es la única que estaría dispuesto a oír contar una y otra vez hasta que se cumpliese en la vida real. Ya hemos tenido demasiada utopía y caudillos y derramado demasiada sangre. Y la pobreza y el hambre no ceden terreno.

Nada parecido a mi ficción favorita ocurre aún en el Perú, donde la experiencia reciente sugiere, más bien, que en cada diputado alienta un Pedro Castilllo o su Svengali o ambos atrapados a la vez en un mismo cuerpo.

Esto último ha dado pie a muchos análisis de urgencia sobre la composición de la clase política peruana, sus mentalidades, su prosopografía, su feng shui, sus hábitos de apareamiento, etc. Se explica este interés porque la perenne tensión entre el Ejecutivo y el Congreso ha alcanzado en el Perú el estatuto de un interminable y sangriento cartón animado de Tom y Jerry.

Confieso que lo ocurrido con Castillo es el tipo de cosas que me hace desesperar de nuestra América. No es, sin embargo, algo circunscrito solamente a Perú. Ocurre en todo el continente, todo el tiempo desde hace demasiado tiempo.

Y es desoladora la resignada desazón con la que los latinoamericanos asistimos inermes al envilecimiento y, se podría decir también, al jubiloso desguazamiento de nuestras instituciones a cargo de demagogos de derecha y de izquierda que hacen cada día más inhabitables nuestras democracias y nuestro futuro.

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