Vidas sin luz: demasiada Europa deprimida, ansiosa y pesimista

Tras el golpe de la pandemia, la pérdida de poder adquisitivo se perfila como nuevo factor de desestabilización de la salud mental

Una mujer retira cinta adhesiva colocada en una ventana de su piso, iluminado por generadores, ayer en Kiev.SERGEY DOLZHENKO (EFE)

Europa vive los días con menos luz del año. La oscuridad domina, el frío avanza, y a la ciudadanía ucrania le toca afrontar eso sin electricidad por los bombardeos con los que Vladímir Putin busca quebrar a la población civil. En la UE, los ciudadanos no están sometidos a circunstancias tan dramáticas, pero esto no impide que sean muchos, demasiados, aquellos que, al mirar los cielos encapotados color metal y ceniza de estos días, tengan la sensación de que son espejos. Depresión, ansiedad y pesimismo corroen por dentro a muchos europeos. Datos previos a la pandemia situaban en ...

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Europa vive los días con menos luz del año. La oscuridad domina, el frío avanza, y a la ciudadanía ucrania le toca afrontar eso sin electricidad por los bombardeos con los que Vladímir Putin busca quebrar a la población civil. En la UE, los ciudadanos no están sometidos a circunstancias tan dramáticas, pero esto no impide que sean muchos, demasiados, aquellos que, al mirar los cielos encapotados color metal y ceniza de estos días, tengan la sensación de que son espejos. Depresión, ansiedad y pesimismo corroen por dentro a muchos europeos. Datos previos a la pandemia situaban en alrededor del 7% la parte de la población que sufría depresión crónica. Abundan los estudios que señalan que los trastornos mentales se han disparado durante la fase pandémica. ¿Qué está ocurriendo ahora?

Dos estudios publicados esta semana aportan nuevos elementos para desarrollar la reflexión sobre una plaga que, afortunadamente, ha atraído una creciente atención político-mediática, pero acerca de la cual es preciso seguir alertando hasta que se afiancen respuestas públicas mucho más eficaces del estado actual. El primero es Salud en una mirada: Europa 2022, una cooperación de la OCDE y la UE, que sistematiza un amplio número de indicadores recopilados por instituciones nacionales; el segundo, Vivir, trabajar y covid-19 en la UE y diez países vecinos, elaborado por la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo y la Fundación Europea de Formación, dos organismos de la UE, es una encuesta con un muestreo de unos 39.000 ciudadanos europeos y unos 18.000 de los países vecinos.

El primer estudio incide mucho en las afecciones mentales del segmento juvenil, con los casos de depresión que se dispararon a más del doble con el estallido de la pandemia en muchos países, y los de ansiedad casi se duplicaron. “Un conjunto limitado de datos nacionales sugiere que la salud mental de los jóvenes ha registrado una leve mejoría en la primera mitad de 2022″, indica el documento. En cuanto a los adultos, también se detecta una mejoría con respecto a los picos de 2020 y 2021, pero permaneciendo en niveles superiores a los prepandémicos. El estrés vinculado a la crisis de la covid se va evaporando, pero el informe señala la subida del coste de la vida y la guerra en Ucrania como nuevos elementos desestabilizadores.

El segundo estudio ofrece potentes indicios de vinculación entre el estado de salud general, y en concreto el mental, y el poder adquisitivo de las personas. Un 12% de los encuestados en la UE reporta un mal estado de salud. Esta cifra llega al 22% en los hogares con dificultades para llegar a fin de mes, y se queda en un 5% en los más prósperos. Igual que la salud en general, el riesgo de depresión también está muy vinculado a las condiciones económicas, comentan los autores a partir de los datos recopilados. El informe también incluye un dato revelador: los encuestados de la UE son más pesimistas sobre el futuro que los de los vecinos, que no disfrutan del mismo nivel de desarrollo (Albania, Georgia, Jordania, Kosovo, Líbano, Moldavia, Marruecos, Macedonia del Norte, Palestina y Túnez). Algo va mal. Subestimar el impacto de la pandemia, primero, y de la pérdida de poder adquisitivo, después, porque no conviene por motivos políticos sería un grave error.

Los problemas mentales no son exclusivos de las clases menos prósperas. Abundan, desgraciadamente, los casos de jóvenes sin carencias materiales y, sin embargo, deprimidos por cortocircuitos relacionales, falta de autoestima, el nefasto peso cuantificador de likes y seguidores en redes; o los casos de directivos y super-profesionales con ansiedad, que siguen en sus puestos porque no se resisten a seguir engrosando el ego y la cuenta bancaria aunque sean infelices tengan que recurrir al lexatin. No obstante, el problema central reside en el segmento poblacional socioeconómicamente más frágil. El coste individual y colectivo de no tratar bien estas afecciones es enorme. Es necesaria una potente respuesta pública de atención sanitaria. También es necesario seguir en la concienciación a escala privada, seguir borrando lo que queda de estigma, mejorar la detección de los síntomas. Entender a tiempo el significado de ciertos síntomas en uno mismo o en el entorno y reaccionar pronto, antes de que degeneren, es clave en la salud individual así como en la de la vida pública.

Esta época no es peor que otras. Al contrario, en muchos sentidos nunca se ha vivido mejor. Pero la misma legítima expectativa de un cierto tipo de vida crea grandes frustraciones en quien no la tiene; entre quienes sí la tienen, son frecuentes los tropiezos en el camino de las enormes posibilidades de proyección personal, en los campos profesionales y sociales, que este tiempo ofrece más que ningún otro. La resistencia del pueblo ucranio encierra muchas lecciones y nos convoca a la acción y al optimismo de lo posible. Pronto llegará el solsticio de invierno, y los días empezarán a alargarse.

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