Envilecimiento parlamentario
Los insultos machistas de la ultraderecha de Vox contra Irene Montero repugnan a la conciencia democrática
Mientras el Parlamento aprobaba los terceros Presupuestos Generales del primer Gobierno de coalición de la democracia, el debate político estaba monopolizado por los graves insultos machistas que Vox vertió desde la tribuna del Congreso sobre la ministra de Igualdad, Irene Montero. La legítima crítica política a la ley del solo sí es sí no autoriza en ningún caso un recurso que repugna a la conciencia democrática. El desencuentro y el ch...
Mientras el Parlamento aprobaba los terceros Presupuestos Generales del primer Gobierno de coalición de la democracia, el debate político estaba monopolizado por los graves insultos machistas que Vox vertió desde la tribuna del Congreso sobre la ministra de Igualdad, Irene Montero. La legítima crítica política a la ley del solo sí es sí no autoriza en ningún caso un recurso que repugna a la conciencia democrática. El desencuentro y el choque dialéctico son leyes básicas de las democracias modernas, pero no lo son las mentiras, las descalificaciones personales y los insultos como modos de atraer la atención de las redes y apedrear a una diputada, sea o no ministra.
Amparar la legitimidad de esos ataques en los aspectos criticables de la ley del solo sí es sí es política y moralmente deplorable. El ejercicio del poder está sometido a la crítica de aliados y adversarios, pero no figura entre sus deberes el silencio o la indiferencia ante agresiones destinadas a minar su dignidad como persona. Lo ocurrido es mucho más que machismo ramplón y agrio: es negacionismo de la dignidad de las mujeres, como quedó patente ayer cuando otro diputado ultra quiso elogiar a otra diputada de su grupo señalando su “hombría”. La estrategia programática de provocación de la ultraderecha tiene eficacia mediática. La descalificación de brocha gorda y retrógrada alimenta una máquina política fundada en la desinformación deliberada, la añoranza reaccionaria y el odio para consumo masivo. La ultraderecha, de capa caída en las encuestas, necesita foco y lo busca a costa de lesionar las reglas básicas de la democracia en la tribuna del Congreso.
La visible jactancia de Vox en esta institución estos dos últimos días tiene causa: consiguió el objetivo de instalar el ruido del odio en el Parlamento en la víspera de la aprobación de unos Presupuestos concebidos para mejorar la capacidad de resistencia de la sociedad española a los embates de la crisis. Y le permite activar su único resorte electoral: acusar de tibieza al PP. Los primeros interesados en marcar distancias con este brutalismo político deberían ser los populares. Solo la portavoz, Cuca Gamarra, salió en las redes a condenar las ofensas a Montero. La pasividad visible de los diputados del PP en sus escaños —mientras toda la izquierda y muchos otros grupos ovacionaban en pie a la ministra en repulsa del ataque inmoral que había sufrido— no se sumó a la protesta del resto de formaciones políticas, y entre diputadas (y diputados) del PP hubo de sentirse un aliento de vergüenza irremediable. Al trumpismo desbocado se le combate con dignidad y coraje democráticos, como el que sin duda albergan numerosas diputadas del PP, con vidas independientes y emancipadas de tutela alguna de varón. A la presidencia de la cámara y a todos los demás grupos políticos les corresponde ahora analizar los cauces para que haya consecuencias reglamentarias a quienes atentan contra la dignidad básica de las mujeres.