Fantasmas

Existe otra memoria democrática feliz, con perfume de lavanda, confundido con el sueño romántico de la cultura que guarda el hotel Reina Victoria de cuando todavía quedaba alguna esperanza

Hemingway firma autógrafos tras la corrida en la plaza de toros de Valencia, 1959.Lumen

En el ascensor del hotel Reina Victoria, que me sube a la habitación, leo un pequeño cartel protegido con cristal: “En este hotel Hemingway empezó a escribir la novela Fiesta en 1925″. Fue el año en que el escritor en compañía de su mujer Hadley y unos amigos bajó desde París a Pamplona para ver el encierro y luego alargó el viaje hasta Valencia, donde en el restaurante La Pepica en la playa se tomó un vino y un...

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En el ascensor del hotel Reina Victoria, que me sube a la habitación, leo un pequeño cartel protegido con cristal: “En este hotel Hemingway empezó a escribir la novela Fiesta en 1925″. Fue el año en que el escritor en compañía de su mujer Hadley y unos amigos bajó desde París a Pamplona para ver el encierro y luego alargó el viaje hasta Valencia, donde en el restaurante La Pepica en la playa se tomó un vino y una sandía. Sin saberlo había inaugurado la primera sangría turística, una creación muy superior a su novela. Adonde quiera que vayas inevitablemente antes ha pasado por allí Ernest Hemingway. El hotel Reina Victoria es el más antiguo de Valencia, se abrió en 1913 y ahora ante la Ley de Memoria Democrática no hay que olvidar que este establecimiento albergó a algunos ministros del Gobierno de la Segunda República cuando en plena Guerra Civil tuvo que abandonar Madrid para ponerse a salvo en esta ciudad. Por este hotel pasó Federico García Lorca y se hospedaron muchos corresponsales extranjeros, entre ellos Robert Capa, e intelectuales que de todas partes del mundo acudieron al II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura celebrado en Valencia en julio de 1937. Los fantasmas de Pablo Neruda, Nicolás Guillén, André Malraux, Tristán Tzara, Iliá Ehrenburg, John dos Passos se pasean todavía por el gran salón de té donde concurrían espías, traficantes de armas, agentes soviéticos y mujeres misteriosas. Por desgracia, la memoria democrática está hoy asimilada al escarnio de juicios sumarísimos, a fusilamientos, a fosas comunes, a exhumaciones de cadáveres. Antígona seguirá gritando mientras los muertos no alcancen el honor de ser bien enterrados. Pero existe otra memoria democrática feliz, con perfume de lavanda, confundido con el sueño romántico de la cultura que guarda este hotel Reina Victoria de cuando todavía quedaba alguna esperanza.

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