Los desafíos iniciales del Gobierno de Lula

El presidente electo tendrá un inicio de mandato muy difícil con retos que abarcan la situación de la economía, las desigualdades sociales, la relación con el Congreso o las fuerzas armadas

Lula Da Silva celebra el domingo por la noche la victoria en las elecciones brasileñas.Reuters

El resultado de las elecciones brasileñas más importantes de principios del siglo XXI muestra un país muy dividido, inmerso en una crisis económica que afecta fuertemente a la población más pobre y socava el funcionamiento de las instituciones políticas del país. Además, el país se encuentra en un periodo de aislamiento internacional en términos geopolíticos y económicos.

El presidente electo, ...

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El resultado de las elecciones brasileñas más importantes de principios del siglo XXI muestra un país muy dividido, inmerso en una crisis económica que afecta fuertemente a la población más pobre y socava el funcionamiento de las instituciones políticas del país. Además, el país se encuentra en un periodo de aislamiento internacional en términos geopolíticos y económicos.

El presidente electo, Lula da Silva, tendrá un inicio de mandato muy difícil en 2023, con retos que abarcan la situación de la economía, las desigualdades sociales, la relación con el Congreso, la presencia de las fuerzas armadas en la política brasileña y, en el ámbito internacional, la tarea de recuperar el respeto de Brasil en un contexto marcado por una mayor competencia geopolítica entre Estados Unidos, China y Rusia.

Los desafíos son tantos que es necesario que el presidente Lula y su equipo de Gobierno establezcan prioridades inmediatas que deben ser atacadas desde el primer día de 2023. ¿Cuáles podrían ser estos retos justo al inicio del gobierno? Entre los diversos desafíos existentes merecen destacarse cinco, que han sido objeto de debate por el propio Lula.

El primer reto es la economía. Desde su elección en 2018, Jair Bolsonaro y su ministro de Economía, Paulo Guedes, han implementado un ultraliberalismo que pretendía desmantelar el papel del Estado en la vida económica. El resultado, agravado por la pésima gestión del gobierno durante la pandemia a partir de 2020, fue la caída del PIB, la precarización de las relaciones laborales, el endeudamiento de las familias brasileñas y el aumento de la dependencia de la exportación de productos agrícolas y minerales de escaso valor añadido. El crecimiento económico simplemente se detuvo, con un aumento del desempleo y la caída en la miseria de decenas de millones de brasileños. Retomar el crecimiento cualitativo de la economía brasileña, manteniendo lo que funciona, innovando e implementando políticas públicas para generar empleo se convierte en una prioridad urgente para el nuevo gobierno.

Esto nos lleva al segundo reto: la lucha contra la pobreza y el desempleo. Está estrechamente vinculado a la necesidad de mejorar la situación de la economía, pero debe incorporar a las masas trabajadoras. De hecho, para recuperar la economía y luchar contra la pobreza y el desempleo, se hace imprescindible la acción decidida del Estado. La de hacerlo a a corto plazo es mediante la reactivación de las obras de infraestructura, que pueden contar con inversión pública y capital privado nacional e internacional. El efecto es la generación de millones de puestos de trabajo de forma sinérgica, directamente en la ejecución de obras públicas o en actividades de apoyo. En Brasil, el Estado tiene experiencia en la prestación de asistencia alimentaria y económica básica a las poblaciones más vulnerables, y el presidente Lula debería utilizar la experiencia de sus dos primeros gobiernos con la Bolsa Família y los programas de compra de alimentos para afrontar este reto ya el próximo año.

El tercer reto pasa por las relaciones con el congreso nacional. Las elecciones de este año abarcaban también el Senado y la Cámara de Diputados. Por los resultados, ambas cámaras estarán compuestas, en su mayoría, por congresistas conservadores. El presidente Lula tendrá que relacionarse con el Parlamento para desarrollar sus proyectos de recuperación económica y lucha contra la pobreza. Tendrá que conseguir el apoyo de los congresistas de la oposición para realizar cambios estructurales en los fondos federales —por ejemplo, modificar o acabar con el infame tope del gasto público— y conseguir dar cabida a la población más pobre en el presupuesto nacional.

El cuarto reto es un problema histórico: establecer la preponderancia del poder civil sobre las Fuerzas Armadas. El presidente Bolsonaro ha implementado un regreso masivo de los militares a la vida política nacional. Hoy ocupan más puestos en la administración pública que durante la última dictadura que sufrió Brasil, entre 1964 y 1984. Ejército, Armada y Fuerza Aérea ya habían apoyado la candidatura de Bolsonaro en 2018, pasando por encima de sus funciones constitucionales. Se beneficiaron de los elevados salarios de varios funcionarios, de una mayor participación en el presupuesto federal para la compra de equipos y de un fortalecimiento de su poder político. Las Fuerzas Armadas ya han demostrado, a través de declaraciones de sus generales, su oposición al regreso de Lula a la presidencia y siempre han buscado escapar de cualquier control civil. Por desgracia, lo han conseguido a lo largo de los años. Afrontar este problema es crucial para el fortalecimiento democrático de Brasil.

El quinto reto será reposicionar a Brasil en la escena internacional en un contexto de mayor competencia entre Estados Unidos, China y Rusia. La disputa geopolítica no sólo afecta a estos actores, sino que ya demuestra el potencial de arrastrar al sistema internacional a situaciones de guerra y conflictos diplomáticos y geoeconómicos, como observamos en la guerra de Ucrania. La política exterior de Jair Bolsonaro ha sido un desastre ideológico en su mayor parte: buscó un alineamiento incondicional con los Estados Unidos de Donald Trump, generó animadversión con los países europeos a cuenta de la agenda medioambiental y se distanció de China y de las relaciones con los países latinoamericanos gobernados por partidos de centroizquierda. El resultado fue el aislamiento internacional de Brasil, que generó problemas diplomáticos y económicos que estarán presentes en 2023. Lula tendrá la tarea de utilizar su experiencia y prestigio internacional para liderar una reinserción soberana de Brasil en el escenario global, buscando defender los intereses nacionales y contribuir como fuerza política estabilizadora a la resolución pacífica de los conflictos entre las grandes potencias, que tenderán a aumentar a corto y medio plazo. Para este reposicionamiento, Brasil tiene que reanudar y profundizar sus relaciones con los países del sur global, y en particular con América Latina y África, al mismo tiempo que tiene que reforzar su participación en los BRICS.

Estos son los principales retos a los que se enfrentará el nuevo presidente a corto plazo, es decir, en 2023. Resolverlos es una requisito fundamental para el éxito no solo de su gobierno, sino también para la reconstrucción y el fortalecimiento de la democracia brasileña como condición para aumentar el papel propositivo de Brasil en el mundo.

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