Los animales, armas de manipulación masiva

No hay democracia en Occidente sin un político dispuesto a servirse de un gato, un perro o un conejo para humanizarse y ganar votos

Partidarios de Joe Biden celebran junto a sus perros la victoria del demócrata en las presidenciales, en California, Estados Unidos, el 7 de noviembre de 2020.MIKE BLAKE (Reuters)

Virilidad. Eso es lo que el retrato que realizó de él en 1997 Helmut Newton inspiró a Jean-Marie Le Pen. En la imagen en blanco y negro realizada para The New Yorker, el fundador y entonces presidente del partido de extrema derecha Frente Nacional (FN), abraza a dos de sus tres dóberman. Con esa expresión suficiente y desafiante, tan característica, Le Pen mira a cámara orgulloso de encontrarse entre los modelos del célebre fotógrafo alemá...

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Virilidad. Eso es lo que el retrato que realizó de él en 1997 Helmut Newton inspiró a Jean-Marie Le Pen. En la imagen en blanco y negro realizada para The New Yorker, el fundador y entonces presidente del partido de extrema derecha Frente Nacional (FN), abraza a dos de sus tres dóberman. Con esa expresión suficiente y desafiante, tan característica, Le Pen mira a cámara orgulloso de encontrarse entre los modelos del célebre fotógrafo alemán de origen judío, cuyos desnudos de mujeres le gustan especialmente. El parecido con un retrato de Hitler junto a su pastora alemana, Blondi, es evidente tanto como la intención apenas velada de Newton. Pero en esa época, a Le Pen, no parece molestarle demasiado. A finales de los 90, el FN ―hoy Reagrupamiento Nacional (RN)― es un partido abiertamente masculino, antisemita y xenófobo que considera los campos de concentración como “un mero detalle de la historia”. No disimula. Lo que interesa al dirigente, de cara al electorado, es aparecer como un líder viril, capaz de domar a dos bestias de 75 kilos. Pero los tiempos cambian y hoy, más de 20 años después, es un dulce e inocente conejito el que figura en un reciente vídeo publicado en Twitter junto al número dos de la formación, Jordan Bardella.

Las mascotas, esos seres que el imaginario colectivo asocia con la bondad, han contribuido indudablemente al proceso de desdiabolización del partido de Marine Le Pen. En la última campaña electoral francesa, no han faltado los tuits de la candidata RN compartiendo su pasión por los felinos que pueblan su casa, ella que incluso aprovechó el confinamiento para obtener un diploma profesional de criadora de gatos. La líder entendió que si se suma al capital de simpatía que otorgan inconscientemente los animales a sus dueños el creciente interés de los ciudadanos por la causa animal, se obtiene el arma perfecta para la manipulación de masas en la era de las redes sociales. Una poderosa herramienta de comunicación política a la que acuden los dirigentes de toda ideología, ya sean demócratas o asumidos déspotas, y que aunque pueda parecer grotesca ―Albert Rivera y el caniche Lucas, “que es para comérselo y huele a leche”, algo sabe de eso― funciona en muchas ocasiones. Así lo cuenta el periodista francés Lucas Jakubowicz, en Un animal para gobernarlos a todos, uno de los pocos libros que existen sobre el tema, donde repasa los casos más sonados de manipulación en ese intento desesperado de los políticos por humanizarse.

El libro es interesante porque no solo evoca a autócratas obsesionados con tener sus propios zoos, montar a caballo o retratarse confrontándose cuerpo a cuerpo con la fauna salvaje, la especialidad de Putin. En realidad, donde la manipulación bate récords, es en las democracias occidentales. Están los que utilizan los gatitos, como Matteo Salvini y Giorgia Meloni, o los que optan por un conejo, como el Marlon Bundo que viajaba en el Air Force Two junto a Mike Pence y que consiguió rectificar la imagen fría y altiva del entonces vicepresidente de Donald Trump. Pero, sobre todo, abundan los que acuden a los perros: no hay nada como el mejor amigo del hombre para ganar votos, y si es labrador, mejor. Tanto es así que cuando Emmanuel Macron llegó al Elíseo en 2017 no dudó ni un segundo en confiar Fígaro, su imponente braco alemán, a un familiar para adoptar al pequeño Nemo, un mestizo de labrador, mucho más adecuado a la imagen de cercanía que Júpiter quería entonces transmitir.

Al otro lado del Atlántico, la manipulación canina ha servido incluso para destrozar a un adversario. En 2012, el equipo de campaña de Barack Obama recuperó una foto de 1983 en la que se veía al perro de su rival Mitt Romney atado al techo del coche con el que la familia del republicano se disponía a irse de vacaciones. Mientras los defensores de los animales salieron a la calle al grito de Mitt is mean (Mitt es malo), Twitter se derretía con la imagen de Bo, el caniche de Obama, viajando tan pancho junto a su dueño en la limusina presidencial.

El único presidente estadounidense en los siglos XX y XXI que no ha tenido mascota, explica el autor, fue Trump. El desprecio del magnate hacia cualquier especie viva, y en particular su odio por los perros, ha sido capitalizado por Joe Biden para imponerse como el gran defensor de la causa. Para conseguir ese objetivo no renunció a nada: adoptó casualmente un pastor alemán, el perro más popular en los swing states (los Estados indecisos), unos meses antes de declarar su candidatura; lanzó en enero de 2021 una cuenta de Twitter dedicada a sus dos pastores alemanes, The first dogs of the United States (110.000 seguidores) ―le fue mejor que al de Pecas Aguirre, seguido por solo 2.400 personas―, e incluso impulsó la publicación de un libro para niños sobre las aventuras de Champ y Major. Un método de comunicación política, este último, que casi parece sacado... de las mejores autocracias.

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