La paz total o la guerra total

La paz total no es una idea loca, es ambiciosa, grandilocuente, y quizá una utopía. Lo que pedimos los colombianos es que, si no es exitosa, no nos lleve a un recrudecimiento de la violencia

Un policía abraza a sus familiares después de la explosión en la academia de policía General Santander en Bogotá, el 17 de enero de 2019.Anadolu Agency (Getty Images)

El 7 de febrero del 2003 las FARC volaron en pedazos el Club el Nogal en Bogotá. En el atentado murieron 36 personas y 200 más quedaron heridas. El estremecimiento con la noticia trajo en segundos el recuerdo del anuncio del fin del proceso de paz. Estaba claro, la bomba era una consecuencia de ese proceso frustrado. Era la cuenta de cobro.

El 23 de enero del 2019 ...

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El 7 de febrero del 2003 las FARC volaron en pedazos el Club el Nogal en Bogotá. En el atentado murieron 36 personas y 200 más quedaron heridas. El estremecimiento con la noticia trajo en segundos el recuerdo del anuncio del fin del proceso de paz. Estaba claro, la bomba era una consecuencia de ese proceso frustrado. Era la cuenta de cobro.

El 23 de enero del 2019 el ELN estalló una bomba en el interior de la Escuela General Santander en la que murieron 22 jóvenes que estudiaban para ser policías. El estremecimiento con la noticia trajo de inmediato el recuerdo del anuncio del fin del proceso de paz. Estaba claro, la bomba era una consecuencia de ese proceso frustrado. Era la cuenta de cobro.

Poner bombas desvirtúa el argumento de la lucha armada, aleja las posibilidades de pactar la paz, confunde las emociones y el propósito de las negociaciones, increpa la moral e invoca la barbarie. Pero la guerra en Colombia se volvió una guerra de bombazos y bombardeos. De tú me matas y yo te mato porque aquí nada se ha terminado, y ninguno ha ganado.

Cada vez que la paz se frustra, la guerra muestra su peor cara. La más desgraciada y cruel, porque es la cara de la venganza, de la humillación, y de esas demostraciones de fuerza que no reparan en inocentes, en desarmados, en jóvenes, en niños, en el campo o en la ciudad. Es esa la principal razón por la que cada paz que se logra, hay que cuidarla.

Una política de paz de Estado es el empeño decidido de ponerle fin a la confrontación armada de tal manera que no termine en la voluntad de un gobernante. Eso puede disminuir el riesgo de esos coletazos que, como en los ejemplos anteriores, convierten el fin de un proceso de paz en el incremento de la violencia y en atentados que cierran las puertas con montones de muertos de por medio.

El empeño del presidente Petro entonces comienza planteando ese marco general y jurídico sobre un camino de largo plazo. Lo hace en la nueva Ley de orden público que ya está en trámite en el Congreso, sin embargo, esa Ley no asegura que las dinámicas de la confrontación no sigan su curso y se salten por supuesto la Ley y cualquier política.

Por esto es necesario advertir que al comenzar procesos de conversaciones simultáneos, con varios ceses al fuego de diferentes naturalezas, el Gobierno de Petro tendrá que tener previsto que, si no se terminan con éxito, podríamos pasar de la paz total a la guerra total.

Es una apuesta audaz que demandará un permanente y potente liderazgo del Presidente que tendrá que dedicarle un alto porcentaje de su tiempo como gobernante, y requerirá de temple para mantener el margen de maniobra político y social, incluyendo la cohesión de las Fuerzas Militares, elementos esenciales para cumplir con su propósito.

El nuevo intento de negociar con el ELN es la punta de lanza para desactivar una buena parte de la confrontación armada que hoy tiene el país. Por muchas razones. La primera es que representa la guerrilla más antigua de América Latina, la única que persiste desde la década de los años 60, la más reacia a creer en las bondades de las negociaciones con el Estado y la que más tiempo ha estado en una mesa de diálogo durante su historia. La segunda es que en su proceso de resistencia ha logrado permear las comunidades y las instituciones en muchas regiones del país en las que son autoridad. La tercera es que, como actor ilegal en permanente lucha territorial, tiene sus propias guerras con la mayoría de grupos criminales que se han enquistado en sus tradicionales zonas de influencia. Por lo tanto, es un actor que articula en muchos sentidos el desmonte de la violencia en la nación.

Desde el 2019 el ELN sabía que sería un gobierno de izquierdas el que les cambiaría el panorama y los conminaría a una nueva etapa de diálogo. En una entrevista que concede Pablo Beltrán en 2019, dice que dados los 8 millones de votos que obtuvo Gustavo Petro en el 2018 se abrirán las puertas a una etapa para la paz del país. El ELN sabe esperar y ese momento ha llegado. Aun así, no es claro que las condiciones de una paz definitiva estén a la vuelta de la esquina.

En campaña, el candidato del Pacto Histórico decía que negociaba con el ELN en tres meses, y no. Es previsible que los tiempos se alarguen mientras una nueva delegación del Gobierno traduce los términos y significados de la agenda de las negociaciones que tiene mucho fondo y poco pragmatismo.

Sin embargo, es cierto que el proceso comienza con una etapa ya recorrida y la velocidad de los encuentros así lo demuestran, y dado que las partes acordaron retomar sus negociaciones en el punto en que se suspendió hace cuatro años, se ahorrarán una parte engorrosa, aburrida y que poco valora la opinión pública, como son estas formalidades del comienzo.

El comisionado de Paz, Danilo Rueda, ha dicho que van paso a paso, que están verificando las voluntades de acatar la exigencia de no matar. Y por algunos índices de homicidios e informaciones que trascienden desde la periferia, parece que no son pocos grupos los que están interesados. Ir cerrando el cerco de la difusa expansión de una violencia sin nombre es una tarea obligada del Estado, y la expectativa crece con el paso de los días, que en ésta etapa del “petrismo” parecen más largos y más intensos.

La paz total no es una idea loca, es ambiciosa, grandilocuente, y quizá una utopía, pero es la que Petro se sueña y en realidad la que el país necesita. Lo que pedimos los colombianos es que no conduzca a estremecedores bombazos de múltiples grupos que regados por todas las regiones nos ponga ante una nueva frustración y esta nos recuerde que la guerra nos pasa siempre la cuenta de cobro. Y esta sería total.

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