No abandonemos a las mujeres de Irán
La acción colectiva de las iraníes les sirve para mostrarse en toda su individualidad, sin el velo que las borra y las estandariza
Un mechón al descubierto por llevar el pañuelo “de forma inadecuada”. Algo tan absurdo provocó el asesinato de Mahsa Amini a manos de la Policía de la Moral, pero las mujeres iraníes lo han convertido en símbolo de su rebelión. Lo que está pasando en Irán nos habla de la dialéctica de vulnerabilidad y resistencia que, a veces, brota bajo un sistema de dominación. Nos habla también del poder de la acción colectiva y la polí...
Un mechón al descubierto por llevar el pañuelo “de forma inadecuada”. Algo tan absurdo provocó el asesinato de Mahsa Amini a manos de la Policía de la Moral, pero las mujeres iraníes lo han convertido en símbolo de su rebelión. Lo que está pasando en Irán nos habla de la dialéctica de vulnerabilidad y resistencia que, a veces, brota bajo un sistema de dominación. Nos habla también del poder de la acción colectiva y la política simbólica en la lucha por la apertura real (esta sí, revolucionaria) en un país que no les ofrece ningún horizonte de futuro. Estamos tan acostumbrados a escuchar la voz personal, individualizada, de tantos intelectuales y líderes políticos que a veces nos cuesta interpretar otras formas de expresión política que se alejen de la racionalidad pretendida de nuestros discursos. Pero estos días nos llegan esas potentes imágenes que circulan por nuestras redes, tomadas por las mujeres con sus propios móviles: hogueras a las que lanzan sus mechones cortados, mujeres cantando y bailando con las melenas al viento y el rostro visible, libres del velo que las aparta de una vida pública.
Su acción colectiva les sirve para mostrarse en toda su individualidad, sin el velo que las borra y las estandariza. La aparición de otros cuerpos de jóvenes torturadas, como el de Nika Shakarami esta misma semana, no da lugar a engaños: son los cuerpos y las vidas de esas mujeres lo que está en juego, lo único que tienen para afirmarse, para ser ellas mismas y no un instrumento de un régimen medieval. De ahí la importancia de que mantengan su acceso a internet, de amplificar y magnificar sus propias voces. El régimen las retrata como títeres de la influencia extranjera, víctimas del diabólico complot occidental. Ellas sí se lo juegan todo, y por eso es dudosa la eficacia de esos vídeos de actrices y artistas españolas y francesas que circulan por las redes.
Mientras en Irán luchan contra el hedor de un régimen teocrático, en Afganistán las mujeres se la juegan contra los talibanes, aunque aquí ya las hemos olvidado. Lo señalaba en Twitter la periodista iraní Masih Alinejad apuntando al corazón mismo de la opresión: la dictadura religiosa y masculina. El peligro de ese mensaje explica el silencio cómplice de los países vecinos de Oriente Próximo, pues al grito de “¡Mujeres, vida, libertad!” se suma ya el de “¡Muerte al dictador!”, y no hace tanto de aquellas primaveras árabes (¿las recuerdan?). Pero es extraño el poder que aún sigue ejerciendo Occidente. Ahora que hablamos por doquier de nuestro declive, un hipotético fin de la obligatoriedad del velo en Irán abriría la puerta a la modernidad occidental, “tan temida en Teherán como en el Kremlin de Putin”, escribía el periodista Alain Frachón. Pero, ¿se acuerdan de las mujeres sirias, de las tunecinas, saben qué ocurre en Libia o Jordania? Esperemos que la lucha de las mujeres iraníes no se silencie al calor del próximo suceso. No las abandonemos esta vez.