Los críos están saliendo fachas

El fenómeno no solo concierne a los cachorros de los pijos de derechas, esos que van a colegios mayores en los que celebran berreas

Varias jóvenes celebraban los resultados electorales de Vox, en abril de 2019 en Madrid.OSCAR DEL POZO (Getty)

A los siete años, al más pequeño de mis primos le dio por decir dos cosas: la primera, que su madre votaba a Vox. La segunda, que dormía en una litera: él abajo y arriba España. Educado en una familia de tradición comunista, el chaval, que es muy espabilado, sabía que aquello tenía todas las papeletas de escandalizar. Y así era: cuando me lo decía, solía reírme primero y llamarlo al orden después.

Un año antes, con seis, me había enseñado uno de los juegos de su tablet, que consistía en ser un emprendedor del m...

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A los siete años, al más pequeño de mis primos le dio por decir dos cosas: la primera, que su madre votaba a Vox. La segunda, que dormía en una litera: él abajo y arriba España. Educado en una familia de tradición comunista, el chaval, que es muy espabilado, sabía que aquello tenía todas las papeletas de escandalizar. Y así era: cuando me lo decía, solía reírme primero y llamarlo al orden después.

Un año antes, con seis, me había enseñado uno de los juegos de su tablet, que consistía en ser un emprendedor del mundo hostelero: ponías una pizzería en una aldea y si te iba bien fundabas una en un pueblo; cuando conseguías sacarla adelante, inaugurabas una filial en una ciudad y, si lograbas prosperar, ponías tu propio restaurante en la luna. Cuando le pregunté que para qué querría poner un restaurante en la luna, me respondió con lógica reprobación que por qué iba a ser: porque el juego era así.

Pienso en ello mientras leo un artículo de Héctor G. Barnés en El Confidencial que habla de lo fachas que están saliendo los críos. No son solo los cachorros de los pijos de derechas, esos que van a colegios mayores en los que celebran berreas: la cosa es que están saliendo fachas hasta los nuestros.

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El fenómeno, los datos que lo confirman y sus porqués se están convirtiendo en un género literario. Hace unos meses, Juan Soto Ivars escribía también en esa misma publicación que “algunos hijos de gente de izquierdas están saliendo fachas por el mismo motivo por el que muchas hijas de beatos metidas en colegios de monjas salían más frescas que el Pirulo: los chavales se rebelan contra lo que detectan como moralina rancia”.

Pero muchos de estos análisis, incluido el mío al reprender a mi primo pequeño por bromear con que su madre vota a Vox mientras naturalizo que juegue a ser un consejero delegado con mentalidad de tiburón, obvian lo que sabía Pier Paolo Pasolini: que lo facha ya no es lo que era. El italiano señalaba a la sociedad de consumo como el “nuevo fascismo” y decía de ella que “ha transformado profundamente a los jóvenes, los ha tocado en su intimidad, les ha dado otros sentimientos, otros modos de pensar, de vivir, otros modelos culturales”. Según él, “no se trata, como en la época de Mussolini, de una regimentación superficial, escenográfica, sino de una real que les ha robado y cambiado el alma”.

Y la verdad es que los ídolos de la mayoría de chavales no son ni Franco ni Millán Astray sino los youtubers que se marchan a Andorra esgrimiendo que los impuestos son un robo. Las lecturas que los tienen lobotomizados no son ni el catecismo ni las obras completas de José Antonio, sino publicaciones de criptomonedas en las que se cuelan arengas al mercado en lugar de a la patria. Más que la represión y el puritanismo nacionalcatólico, es el acceso al porno cuando apenas han aprendido a restar llevando (empiezan a verlo a los ocho), la sexualización temprana o la mercantilización de los cuerpos lo que está haciendo mella en ellos.

Escribía Marx que las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época. Además, en la nuestra son a veces imperceptibles, pues los mandatos se disfrazan de libertades. Por eso muchas veces nos regimos por ellos sin identificarlos ni cuestionarlos. Al final, no somos tan distintos a mi primo pequeño: todos nos contamos a nosotros mismos que es así como funciona el juego y punto.

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