La victoria de la yegua ‘Alpinista’
En el premio Arco del Triunfo, se puso en cabeza con engañosa facilidad y resistió los sucesivos ataques de sus adversarios como si fuesen simples aficionados y ella la única profesional
Aprovechando que vuelvo a estar de moda por escándalo público (nada, lo de siempre, por meterme con el Gobierno y sus entusiastas) voy a hablarles de carreras de caballos, un tema pacífico que me gusta más. Acaba de disputarse en París el premio Arco de Triunfo, uno de los más destacados del turf mundial. Cada año, antes de esta prueba formidable, sólo dos cosas pueden darse por seguras: que los contendientes serán de la máxima categoría y que la pista estará encharcada como un bebedero de patos. Si quieren, añadamos ot...
Aprovechando que vuelvo a estar de moda por escándalo público (nada, lo de siempre, por meterme con el Gobierno y sus entusiastas) voy a hablarles de carreras de caballos, un tema pacífico que me gusta más. Acaba de disputarse en París el premio Arco de Triunfo, uno de los más destacados del turf mundial. Cada año, antes de esta prueba formidable, sólo dos cosas pueden darse por seguras: que los contendientes serán de la máxima categoría y que la pista estará encharcada como un bebedero de patos. Si quieren, añadamos otra certeza: que los japoneses mandarán lo mejor de casa con toda ilusión… y que no ganarán. Este año, as usual, el terreno estaba empapado y además cayó un chaparrón antes de la carrera. Cuando se dio la salida los japoneses tomaron alegremente la cabeza pero en la recta final tuvieron que humillar la cerviz (y mira que lo siento, simpatizo con ellos, por lo menos no obedecen a Von der Leyen). Ganó Alpinista, que Diomedes ―divino patrón de los turfistas― sea loado. Es una yegua chiquita, de pálida capa torda, que entre el resto de los campeones parecía un error de casting. Pero es hija del insuperable Frankel, dicen que el mejor caballo que ha pisado nunca un hipódromo. Visto superficialmente no lo parece: Frankel era un coloso, un verdadero tanque veloz y ella es menuda y casi remilgada, pero dura como el pedernal y con un corazón de león. ¡Ya quisiera papá! En la larga recta de Longchamp se puso en cabeza con engañosa facilidad y resistió los sucesivos ataques de sus adversarios como si fuesen simples aficionados y ella la única profesional.
Aunque yo sobre todo me alegro por sir Mark Prescott, su entrenador. Tiene 74 años, la edad de los mejores desafíos (¡díganmelo a mí, ursulinas!), es un gran aficionado a los toros y a los habanos, y narra leyendas hípicas como nadie. ¡Qué bien contará la gesta de Alpinista!