Rita Maestre y los odiadores
La política de Más Madrid anuncia en la Red su embarazo y una jauría de fanáticos aprovecha para lanzarse contra ella
Hay que ser muy miserable para... Estaba pensando en eso, en que hay que ser muy canalla para desear mal fario a una mujer que acaba de anunciar a través de Twitter que está embarazada, cuando una cuenta llamada Ojo Cinéfilo cuelga en la Red un viejo vídeo con el siguiente mensaje: “Me encanta esta anécdota de Orson Welles sobre Winston Churchill”. El vídeo dura dos minutos y tres segundos, y aunque lo hay...
Hay que ser muy miserable para... Estaba pensando en eso, en que hay que ser muy canalla para desear mal fario a una mujer que acaba de anunciar a través de Twitter que está embarazada, cuando una cuenta llamada Ojo Cinéfilo cuelga en la Red un viejo vídeo con el siguiente mensaje: “Me encanta esta anécdota de Orson Welles sobre Winston Churchill”. El vídeo dura dos minutos y tres segundos, y aunque lo hayan visto o conozcan la historia, les aconsejo que lo vean de nuevo. No destriparé el final, pero si lo hiciera tampoco importaría tanto, porque lo que resulta imposible de trasladar aquí es la gracia del gran cineasta en contar su encuentro fortuito con el político en un hotel de Venecia durante el festival de cine. Churchill ya no era primer ministro del Reino Unido y Welles se encontraba en el restaurante “con un empresario ruso al que estaba tratando de quitarle dinero” para hacer una película. El resto dejo que lo busquen en Twitter para que disfruten de todo lo que cabe en los dos minutos y tres segundos —experiencia de vida, contexto histórico, humor, picardía— de una anécdota con más enjundia que algunos largometrajes. El caso es que el propio vértigo en el que habita Twitter, y que lo convierte en un pozo sin fondo de tiempo y podredumbre, ofrece de pronto un alivio pasajero, una vía de escape e incluso algún momento de belleza. El resto, por lo visto en los últimos días, es desolador.
Rita Maestre, que es una mujer de 34 años, politóloga y portavoz de Más Madrid en el Ayuntamiento que preside José Luis Martínez-Almeida, cuelga en su cuenta de Twitter una fotografía en la que aparece sonriente, de medio perfil, junto a una frase inequívoca: “Deseando poder enseñarle todo lo bonito que es Madrid”. Muchas de las respuestas a su tuit son de felicitación, pero hay otras muchas que da hasta apuro reproducir aquí. Un buen porcentaje de los comentarios más rastreros se esconden bajo la cobardía del anonimato, pero hay otros que lo hacen a cuerpo gentil, con nombres y apellidos, como el de un exdiputado de un casi expartido.
Ante el chaparrón de mezquindad, la concejala de Más Madrid reflexiona: “A mí me pasa que a veces dudo si contestar porque en la ficción de Twitter todo parece una conversación. Luego recuerdo que hay quien viene a compartir, escuchar y debatir, es decir, a conversar, y hay quien viene a generar odio, puro odio. Es duro, pero peor debe ser su vida”.
Es interesante esta última frase. ¿Cómo tiene que ser la vida, las ideas, los principios de alguien que, al leer un tuit así de un adversario político, no solo siente el impulso de hacer escarnio, sino que ni siquiera lo refrena, aunque solo sea por respeto hacía sí mismo, por lo que los demás puedan pensar de sus instintos desatados? El escritor israelí Amos Oz escribió en 2002 un pequeño pero gran ensayo titulado Contra el fanatismo. Tiene 100 páginas, cuesta unos 12 euros y está publicado por Siruela. La primera frase es sugerente: “¿Cómo curar a un fanático?”. Y el siguiente párrafo da una idea de la complejidad de la respuesta: “El fanatismo es más viejo que el islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Más viejo que cualquier Estado, Gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo del mundo. Desgraciadamente, el fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera”. Fanáticos de derechas, de izquierdas, hoy contra Rita Maestre y mañana contra Inés Arrimadas, nunca falta una causa —aunque sea pequeña— contra la que desatar ese odio de salón que tan cómodo se encuentra en Twitter.