Isla Fantasía
Este es un estío melancólico, con un cierto regusto a despedida, pero no sabemos de qué
Este es un verano distinto. El calor es infernal, las noticias en los periódicos no son nada halagüeñas y el peso de la incertidumbre es aplastante. Da la sensación de que estamos asistiendo al amanecer de una nueva era, pero no sabemos qué cara tiene. A su vez, después de estos años de pandemia, este es un verano al que nos hemos tirado de cabeza, con un ímpetu casi salvaje.
A primera hora de una mañana de agosto —un amanecer tórrido hasta lo incomprensible, un día más— buscamos la parada del autobús en que lleva a Isla Fantasía, un parque acuático a 20 kilómetros de Barcelona. Por el ...
Este es un verano distinto. El calor es infernal, las noticias en los periódicos no son nada halagüeñas y el peso de la incertidumbre es aplastante. Da la sensación de que estamos asistiendo al amanecer de una nueva era, pero no sabemos qué cara tiene. A su vez, después de estos años de pandemia, este es un verano al que nos hemos tirado de cabeza, con un ímpetu casi salvaje.
A primera hora de una mañana de agosto —un amanecer tórrido hasta lo incomprensible, un día más— buscamos la parada del autobús en que lleva a Isla Fantasía, un parque acuático a 20 kilómetros de Barcelona. Por el camino entramos en la única tienda abierta a comprar agua, y allí asistimos a un comienzo de una historia de amor, la de un padre con su bebé en brazos, riéndose, mirándose a los ojos asombrados, junto a cajas de limones.
Unos metros más allá, una mujer cruza la calle desierta mientras teclea convulsivamente el móvil. Quizás aún no se ha ido a dormir y juraríamos que busca una última oportunidad en el radar de Tinder. Nunca lo sabremos. Ya en el autobús, el paisaje urbano va cediendo espacio a ese interregno extraño, ese no lugar entre campo y ciudad. El conductor es tan paciente y atento con las preguntas de los viajeros que dan ganas de llorar de emoción.
Acomodado ya el cuerpo en el asiento, el móvil destaca la noticia de un hombre de 67 años que ha violado a una jornalera en Mula, en Murcia, a la que amenazó con despedir si se iba de la lengua. Estamos a punto de pensar en esa España cruel, esa de terratenientes y campesinos como en el siglo XIX, pero llega un chiste. Un tío le dice a otro “¿sabes que eres un ególatra?”, a lo que el interpelado responde “¡Pues anda que yo!”. Después, Google nos muestra fotos de hace cinco años, algunas con personas bailando que ya no están en este mundo. Llega entonces un link de una entrevista a la paleoantropóloga María Martinón, en la que dice: “La selección natural favorece para nuestro éxito los comportamientos altruistas y prosociales. Y son los que nos están sacando las castañas del fuego. Hay que quitarse un poco ese cliché de que el ser humano es malo, egoísta. El individualismo tiene un recorrido muy corto en esta especie”.
El autobús devora kilómetros y el scroll del dedo no se detiene. Ha muerto Olivia Newton John, y en alguna parte del cerebro permanece el asombro infantil ante esa sonrisa inmensa, casi monstruosa. Otra información —que al releerla buscamos la huella de El Mundo Today, pero no— recoge un tuit de Juan Manuel López Zafra, el Director General de Economía de la Comunidad de Madrid, en el que afirma: “Que falte hielo en España es como que le falte arena al Sáhara. En ningún otro sitio del mundo ponen las copas como aquí. Este es el paraíso del cubata”. Definitivamente, esta no es una de esas noticias del estilo que The Beatles enumeran en la canción A Day in the Life.
Al levantar la cabeza y mirar por la ventana, ahí sigue ese paisaje amarillo, quemado por el sol. Este es un estío melancólico, con un cierto regusto a despedida, pero no sabemos de qué. Hacemos un esfuerzo por recordar datos a favor del futuro: se venden más libros que antes, y el número de estudiantes universitarios de Filosofía ha aumentado más del 30%. Llegamos a la parada del parque acuático, nos bajamos una muchedumbre y el autobús desaparece en una rotonda.
El mundo gira pero hay cosas que no cambian. Ahí está esa felicidad concreta de la piscina, con sus olores a cloro y a buganvilla abrasada, las voces de niños gritando al sol y de adultos conversando entre las sombras, el splash de los chapuzones que, como una pantalla azul con imágenes de cataratas y cascadas, nos refrescan a todos. Llega luego una de esas madrugadas de música —porque este año parece que nadie quiere irse a dormir— en apartamento propio o ajeno, donde, como si una batalla de bandas se tratara, se mezclan los ritmos de canciones como Momento, de los cubanos Gente de Zona, con All Day and All of the Night, de The Kinks.
En una esquina de la terraza se respira una brizna de aire fresco. Huele a jazmín y a aftersun, y la memoria recuerda una frase de la actriz Emma Cohen: “Elijo no sufrir…puedes tener una alegría sencilla o una alegría gorda, y yo estoy por la gorda”. De repente, decidimos que en septiembre nos haremos activistas contra el cambio climático, a favor del porvenir. Es posible. Los cambios existen. Mirando hacia las montañas violetas, el paisaje se parece cada vez más al de la película Mad Max pero, por un instante, las ilusiones renacen intactas. Hace horas que creemos que hemos abandonado la Isla Fantasía, pero ese nombre es solo otro apelativo del planeta Tierra.