Tribuna

La falaz nueva guerra fría

La agresividad de Putin en Ucrania no está impulsada por un sentimiento de fortaleza, sino por el miedo a ser débil e inferior. La respuesta de la OTAN tiene mucho de hablar alto y cargar un garrote pequeño

De izquierda a derecha, el presidente de EE UU, Joe Biden, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, el canciller de Alemania, Olaf Scholz, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, el pasado marzo en Bruselas.POOL (REUTERS)

Mientras la guerra caliente en Ucrania continúa sembrando muerte y destrucción, la OTAN intenta lanzar una nueva guerra fría contra Rusia que probablemente será una parodia de la Guerra Fría contra la Unión Soviética de Josef Stalin y Leonidas Breznev.

Hace unos años, tras la anexión de Crimea por Rusia, la proclamación de dos repúblicas ...

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Mientras la guerra caliente en Ucrania continúa sembrando muerte y destrucción, la OTAN intenta lanzar una nueva guerra fría contra Rusia que probablemente será una parodia de la Guerra Fría contra la Unión Soviética de Josef Stalin y Leonidas Breznev.

Hace unos años, tras la anexión de Crimea por Rusia, la proclamación de dos repúblicas separadas en el este de Ucrania y el fracaso de los primeros Acuerdos de Minsk entre Europa y Rusia, fui testigo cercano de cómo el complejo militar-industrial americano y la burbuja de política exterior de Washington aprovecharon inmediatamente la ocasión para llenar el vacío. En su nombre, el Atlantic Council, un think tank con fuertes conexiones con la OTAN, el Pentágono y la diplomacia, proclamó solemnemente la urgencia de que “Estados Unidos debe proporcionar asistencia militar defensiva letal (sic) a Ucrania”. Pocos días después, se firmaron los segundos Acuerdos de Minsk para descentralizar Ucrania y establecer un estatus especial para las dos repúblicas de Donbás —que, sin la participación de Estados Unidos, nunca se aplicaron—. En el proceso posterior, Ucrania reformó su Constitución para consagrar el “curso estratégico” de convertirse en miembro de la OTAN. Todavía en septiembre de 2021, la OTAN estaba realizando ejercicios militares en Ucrania.

El error criminal de Vladímir Putin de atacar a Ucrania ha satisfecho esos impulsos beligerantes. Sin embargo, las diferencias con la amenaza roja de la Unión Soviética son enormes. Ahora no hay misiles nucleares dirigidos al enemigo. No hay carrera armamentística sino reducción de armas. Rusia no ocupa ni controla media Europa. Los regímenes comunistas no gobiernan una cuarta parte de la población mundial. No hay una ideología política ni una inclinación intelectual para confrontar dos sistemas políticos y económicos antagónicos. No hay partidos políticos prorrusos con apoyo popular en las democracias occidentales. Las guerras locales en África, Asia o América Latina no son exacerbadas por la rivalidad entre dos grandes potencias. Las economías son interdependientes en un mundo globalizado.

Por un lado, la “amenaza más significativa y directa” de Rusia, como declaró la reciente cumbre de la OTAN, es casi patética. La agresividad de Putin no está impulsada por un sentimiento de fortaleza, sino por el miedo a ser débil e inferior, el temor a estar rodeado de un peligro inminente. El imperio ruso perdió casi el 20% de su población en la revolución bolchevique y la disolución de la Unión Soviética separó al 50% de sus habitantes; como compensación, Crimea y Donbás apenas añadirían un 4% a la población actual de Rusia. El Ejército ruso es más poderoso de lo que correspondería a su economía y población. Pero el imperio sigue decayendo, y la guerra de Ucrania es una coartada para el sufrimiento interno y una retórica de “unidad nacional”.

Por otro lado, el rearme de Estados Unidos y sus aliados será extremadamente limitado. El gasto militar de EE UU, que llegó a representar el 8% del PIB en los años ochenta, está ahora por debajo del 4%. Las tropas norteamericanas en Europa son menos de un tercio de las que había durante la Guerra Fría. No habrá un despliegue de nuevas tropas, sino una rotación de algunas de las actualmente desplegadas. El aumento del gasto militar de los demás miembros de la OTAN hasta el 2% del PIB es sólo una hipótesis para sucesivos gobiernos y ciclos electorales. En resumen, el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN parece lo contrario del lema del guerrero presidente Ted Roosevelt: algo así como hablar alto y cargar un garrote pequeño.

Mientras tanto, Ucrania seguirá sufriendo muerte y destrucción. No se convertirá en miembro de la OTAN, algo que la cumbre de Madrid no mencionó como posibilidad, en contraste con su ferviente apoyo en la cumbre de 2021. Los ucranios también seguirán soñando con el ingreso en la Unión Europea, que a otros catorce países excomunistas les costó entre ocho y doce años. Ucrania es más grande que todos estos países y el más corrupto y pobre de Europa.

No debemos olvidar que el horizonte de los políticos es a corto plazo. El anterior Concepto Estratégico de la OTAN en 2010, que acogía a Rusia como “socio estratégico”, fue cancelado menos de dos años después. En 2024 habrá elecciones en Estados Unidos, en el Reino Unido y al Parlamento Europeo. Es muy dudoso que la guerra sea un tema de campaña relevante para entonces. Ese año también debería haber elecciones en Rusia y Ucrania, pero ya se vera si es así.

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