“¿Muertos por ola de calor? Stop inventing”
En Twitter, hasta las muertes que causa el cambio climático son un tema con el que hacerse un poco de daño
Pocas cosas recuerdan más al calor que el estridular de las cigarras. El sonido, incluso en invierno, te lleva en volandas a la sartén de España, a las siestas infinitas con despertares sudorosos y de ánimo revuelto, a las tardes que se alargan hasta las 10 de la noche, cuando empieza a ser prudente poner un pie en la calle. Solo la inconsciencia de los niños les permite juntarse antes para salir a tocar timbres. El silencio reina en las casas, donde las paredes caen a pl...
Pocas cosas recuerdan más al calor que el estridular de las cigarras. El sonido, incluso en invierno, te lleva en volandas a la sartén de España, a las siestas infinitas con despertares sudorosos y de ánimo revuelto, a las tardes que se alargan hasta las 10 de la noche, cuando empieza a ser prudente poner un pie en la calle. Solo la inconsciencia de los niños les permite juntarse antes para salir a tocar timbres. El silencio reina en las casas, donde las paredes caen a plomo y las cortinas pesan, inmóviles, sin una miserable corriente de aire que las meza.
Pero ya no hace falta que sea agosto, en Sevilla, a las dos de la tarde para gozar o sufrir, según se sea, de la subida del termómetro. Las olas de calor han venido para quedarse, en julio, en junio… ¿en mayo? Y en Twitter, donde todo, desde las rozaduras en los muslos de los locos que osan caminar por la calle a más de 30 grados hasta las muertes que causa el cambio climático son un tema con el que hacerse un poco de daño, insultarse un rato y soltar el Grinch que llevamos dentro.
“ÚLTIMA HORA | La ola de calor que ha azotado España en esta última semana ha dejado 360 personas muertas a causa de las altas temperaturas”, tuiteó la cuenta de EL PAÍS el sábado, a una hora tórrida, las 2.52 de la tarde. En ese momento, el mapa de las alertas por calor dibujaba una España roja, un color que sea el tipo de emergencia que sea indica que la cosa está fea. Uno de los muertos era un barrendero del Ayuntamiento de Madrid que se desplomó mientras trabajaba en la calle, a las cinco y media de la tarde y 40 grados de temperatura.
Pero el quién y el cómo es lo de menos en esta, nuestra red social. Lo importante es dejar claro lo que pensamos y sentimos del sujeto tuiteador y la materia tuiteada: “Hay que confinar a Lo País”, “Ahora tiene la culpa el cambio climático, con Rajoy era la pobreza energética”, “El climacambiatismo como covidiatismo”, “claro, claro, jajajaaa, y porque [sic] no 856? Puestos a inventar”, “stop inventing”, “y ninguna en la redacción de Lo País”… Y así, hasta el infinito.
Los periodistas (algunos) nos pasamos la vida en Twitter, lo que puede llegar a resultar muy deprimente. Si nuestro algoritmo, repetitivo y en bucle, es la realidad, el mío dice que somos negacionistas del cambio climático, de la covid, de la violencia machista, racistas, antipodemos, antisanchistas, antindepes… Da hasta miedo tuitear, visto el campo de minas que alguien ha creado especialmente para nosotros según (¡ojo!) nuestras propias preferencias.
En una entrevista sin desperdicio en el diario ABC, el director de The New York Times, Joe Khan, contó por qué había recomendado a sus periodistas que pasasen menos tiempo en Twitter. Me tomo la libertad de reproducir la respuesta casi entera: “No queremos que la gente se tome Twitter como si representara a la audiencia, que es mucho más amplia y rica. Deberíamos estar siempre dispuestos a escuchar críticas, pero en las redes sociales no son tan útiles y tampoco son representativas. Queremos que los periodistas sigan su misión al margen de las redes. Esta recomendación es un mensaje para que los periodistas se centren en lo importante. Twitter genera debates muy tóxicos y no deberíamos utilizarlo como una especie de barómetro de lo que es bueno y de lo que no”. Amén.