Rafael Caro Quintero: Final del juego
Para bien y para mal, el capo ha sido uno de los personajes clave en la historia del narcotráfico en México
El juego ha terminado. Ocho años, once meses y seis días después de salir de prisión por última vez, Rafael Caro Quintero volvió a dormir en una celda. Con ello termina la leyenda de El Príncipe, uno de los personajes que definió, para bien y para mal, la historia del narcotráfico en México.
Hijo de campesin...
El juego ha terminado. Ocho años, once meses y seis días después de salir de prisión por última vez, Rafael Caro Quintero volvió a dormir en una celda. Con ello termina la leyenda de El Príncipe, uno de los personajes que definió, para bien y para mal, la historia del narcotráfico en México.
Hijo de campesinos, Rafael Caro Quintero nació en 1952, cuando Miguel Alemán Valdés era todavía presidente de México. Como tantos otros narcotraficantes de su generación, se crio en Badiraguato, Sinaloa, bajo las faldas de las montañas de la Sierra Madre, tierra mítica. Sin haber cumplido apenas veinte años, gracias al padrinazgo de Pedro Avilés Pérez, El León de la Sierra, Caro Quintero comenzó a cultivar marihuana en Sinaloa y Sonora. El negocio era bueno, pero su posición fue secundaria por varios años. El asesinato de Avilés Pérez en 1978 le abrió nuevas puertas y le permitió sentarse a la mesa con Ernesto Fonseca Carrillo Don Neto, Juan José Esparragoza Moreno El Azul y Miguel Ángel Félix Gallardo El jefe de jefes.
Entre todos ellos construyeron una red de tráfico de droga cuasi familiar que en los primeros años de la década de los ochenta controló gran parte del tráfico de marihuana y opio en el país. Esta red que hoy se conoce equivocadamente como cartel de Guadalajara logró, además, transportar por primera vez cocaína a gran escala desde Colombia a Estados Unidos. Aunque la organización nunca logró una completa integración vertical de su proceso de producción, transporte y comercio de drogas, ni establecer un mecanismo de toma de decisiones consensuado, sí logró mantener ciertas reglas entre sus miembros y una estructura extraordinaria para su época. Su relevancia en la historia del narcotráfico en México es indiscutible y no puede minimizarse.
De carácter extrovertido y volátil, Caro Quintero tuvo la capacidad de administrar enormes campos de marihuana en Sinaloa, Jalisco, Zacatecas, Chihuahua y otra media docena de Estados. En algunos de sus fincas llegaron a trabajar cientos de jornaleros bajo condiciones de semiesclavitud. Gracias a la mancuerna virtuosa con Miguel Ángel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca, logró corromper lo mismo a autoridades civiles como a policías y militares. El grado de cooptación criminal de varios circuitos institucionales fue profundo y llegó, hoy lo sabemos, hasta las más altas esferas del poder político. Esto no pasó desapercibido por los agentes antidrogas de Estados Unidos que comenzaron a seguirle el rastro cada vez más de cerca. Se sabe: la suerte y los buenos negocios no duran para siempre.
Dice un proverbio que cuando los dioses quieren destruir a alguien, primero lo ciegan y luego lo vuelven loco. Aturdido por el poder y el dinero, Caro Quintero comenzó a dar pasos en falso, a quedarse ciego.
En enero de 1985, Caro Quintero descuartizó con picahielos, cuchillos y navajas a dos turistas estadounidenses que tuvieron a mal ir a cenar al mismo lugar en el que él y sus compinches bebían; a Caro Quintero se le ocurrió que podían ser agentes de la DEA. El restaurante se llamaba La Langosta Loca. Una semana después, el ocho de febrero de 1985, el narcotraficante ordenó el secuestro del agente de la DEA, Enrique Kiki Camarena. Nunca sabremos las verdaderas motivaciones de ese acto, aunque lo más probable es que se tratase de una venganza por las redadas que Camarena y otros agentes habían liderado meses atrás en los campos de marihuana de Caro Quintero.
Fue el error de su vida. Durante 30 horas los matones de Caro Quintero torturaron a Camarena hasta romperle las costillas y fracturarle el cráneo. Las cintas del interrogatorio, que meses después encontró la DEA en una de las casas de Don Neto, dan cuenta de un sadismo sin límites.
Una vez asimiladas las consecuencias de aquel acto, Caro Quintero salió del país rumbo a Costa Rica de la mano de su novia, Sara Cosío Vidaurri. Por algunos meses disfrutó la vida plácida junto a mar hasta que en septiembre de 1985 fue arrestado en el país centroamericano bajo cargos de secuestro, homicidio calificado, siembra, cultivo, transporte y tráfico de marihuana, suministro de cocaína y asociación delictuosa. Tenía 32 años.
El resto de la historia la conocemos todos. Durante 28 años Caro Quintero estuvo preso, primero en el Altiplano y luego en Puente Grande. En 2013, un tribunal colegiado de Jalisco lo dejó sorpresivamente en libertad al señalar que Caro Quintero debió haber sido juzgado por el homicidio de Camarena en el orden local y no en el orden federal, como ocurrió. Su liberación sorprendió a todo mundo. Cuando la Embajada de Estados Unidos y el Gobierno federal se dieron cuenta era demasiado tarde. Caro Quintero se había esfumado.
En Estados Unidos la liberación de Caro Quintero se interpretó primero como burla y luego como ofensa. Su recaptura se convirtió en una obsesión para la cual la DEA llegó a ofrecer hasta veinte millones de dólares. El nombre del narcotraficante pronto estuvo en las listas de los criminales más buscados. Era un símbolo, un trofeo, una venganza.
Aunque algunas versiones señalan que Caro Quintero volvió sobre su derrotero y logró consolidarse como una figura importante en el narcotráfico actual, especialmente en el norte de Sonora, lo más probable es que los últimos ocho años estuviese más concentrado en escapar de la justicia que por continuar de forjar su mito. A salto de mata entre Sinaloa y Sonora lo imagino como un fantasma intentando entender la rapidez de un mundo que ya no era el suyo.
Con dos órdenes de aprehensión encima y una orden de extradición a Estados Unidos, el futuro de Caro Quintero parece marcado. El juego terminó.