Periodismo: una historia de desamor

Es oportuno preguntarse “¿Qué hubiese hecho Nora?” al tuitear sobre el escándalo en el gremio

La hija de Meryl Streep, Grace Gummer, interpretó a Nora Ephron en su paso por 'Newsweek' en la serie 'La rebelión de las buenas chicas'.Prime Video

El Twitter Periodista lleva una semana tumbado en el diván. No es un dato sorprendente. Estoy convencida de que no hay profesión en este portal más encantada de conocerse, parlotear de sí misma y, al mismo tiempo, ser la más presta a señalar en tiempo real los errores de los demás; a los que no están en el bando correcto —el nuestro, por supuesto—; a los que no leen los artículos acertados; a los que no se enteran de nada en general. Si el psicoanálisis deontológico es una constante en el feed del gremio, ...

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El Twitter Periodista lleva una semana tumbado en el diván. No es un dato sorprendente. Estoy convencida de que no hay profesión en este portal más encantada de conocerse, parlotear de sí misma y, al mismo tiempo, ser la más presta a señalar en tiempo real los errores de los demás; a los que no están en el bando correcto —el nuestro, por supuesto—; a los que no leen los artículos acertados; a los que no se enteran de nada en general. Si el psicoanálisis deontológico es una constante en el feed del gremio, la filtración de los audios en los que Antonio G. Ferreras admitía al comisario Villarejo haber tratado una información “burda” sobre Pablo Iglesias por su amistad con Eduardo Inda ha sido como presenciar una inyección comunal de esteroides y velocidad discursiva en riguroso directo.

Para no marear con los múltiples reproches y decapitaciones de las que hemos sido testigo ante la gravedad del asunto, buscando los tuits recientes más aplaudidos incluyendo la palabra “periodismo” —es decir, aquellos que acumulen más de 10.000 me gusta— el algoritmo no deja espacio posible a la autocomplacencia: “Ferreras ya no tiene arreglo pero está destrozando el periodismo español”, tuiteó Pablo Iglesias con casi 20.000 likes de apoyo. También triunfaron los de tuiteros ajenos al escándalo y a la profesión, como esta drástica exigencia de regeneración: “O cae Ferreras o cae todo el periodismo. En este tema no hay grises posibles” (14.600 me gusta para el escritor Javier Giner). Y unas posiciones por debajo, Javier Gallego, director de Carne Cruda, consiguió 10.000 corazones con una afirmación tan lógica como cristalina: “Si no tienes confirmada la veracidad de una información, no la das y punto […] Dar información sin contrastar no es periodismo, es negocio, intoxicación y propaganda”.

Frente a este chorreo de reflexiones en unas pantallas casi tan fritas como nuestro cerebro en este calor apocalíptico, la única frase que se ha repetido en mi cabeza es la de la siempre sagaz Nora Ephron recordando sus años de periodista: “Me encantaba que se utilizara el periódico del día anterior para envolver el pescado”. La escribió en Periodismo: una historia de amor, uno de sus textos de despedida en No me acuerdo de nada, el libro que publicó poco antes de su muerte por leucemia y que Libros del Asteroide acaba de traducir para mejorar nuestra vida. En ese texto no solo hacía una lectura mordaz sobre cómo pasó de chica del correo en Newsweek a trabajar en el New York Post antes de convertirse en la escritora, guionista y directora de cine genial que todos recordamos. También destacó lo institucionalizado que estaba el sexismo en el gremio en los sesenta (“Por cada hombre, una mujer inferior. Por cada redactor, una machaca”) y nos enseñó “que con cinismo y desapego emocional no se llega demasiado lejos”.

Como hizo Vogue cuando se impuso el confinamiento, es oportuno preguntarse “¿Qué hubiese hecho Nora?” al tuitear sobre este escándalo. “Me encantaba fumar, beber whisky escocés y jugar al póquer. No sabía de nada y había elegido una profesión que no requería saber demasiado. Me encantaba la velocidad. Me encantaban los plazos de entrega. Me encantaba que se utilizara el pescado para envolver el periódico del día anterior”, apuntó sobre una profesión que amó.

Yo también llegué a fumar en una redacción por la que pasé —algo que jamás echarán de menos mis pulmones o el olor de mi ropa— y, casi dos décadas después, no puedo más que revolverme frente a esa épica de borrachera y juerga generacional de un pasado que siempre pintó mejor para quienes se agarraron a una certidumbre económica que les permite pontificar sobre la ética del oficio este verano asfixiante desde sus idílicas terceras residencias. Aunque sí me encanta la velocidad. Y los plazos de entrega. Pero he asumido que ya nadie envuelve el pescado con el periódico del día anterior.

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