China corrige a su manera

Tras su pertinaz resistencia a la razón, China desarrolla su propia vacuna de ARN

Una enfermera prepara una dosis vacuna contra la covid-19.Luis Eduardo Noriega A. (EFE)

Cada vez que agarro un teléfono sale un tipo que tiene covid. Yo mismo soy unos de ellos. Mis amigos y colegas están cayendo como chinches en las garras de la enfermedad más famosa del siglo XXI. Los que nos habíamos librado durante dos años, tal vez gracias a nuestro carácter taciturno y socialmente torpe, estamos ahora pagando la deuda que habíamos contraído con la naturaleza. Todos multivacunados y pertrechados de paracetamol de un gramo, hemos pasado estas semanas una covid leve, con fiebre durante un par de días, dolor de...

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Cada vez que agarro un teléfono sale un tipo que tiene covid. Yo mismo soy unos de ellos. Mis amigos y colegas están cayendo como chinches en las garras de la enfermedad más famosa del siglo XXI. Los que nos habíamos librado durante dos años, tal vez gracias a nuestro carácter taciturno y socialmente torpe, estamos ahora pagando la deuda que habíamos contraído con la naturaleza. Todos multivacunados y pertrechados de paracetamol de un gramo, hemos pasado estas semanas una covid leve, con fiebre durante un par de días, dolor de cabeza y síntomas algo más persistentes en las altas vías respiratorias, como tos bronquial y congestión nasofaríngea. Hace un año o dos habríamos palmado muchos, pero las cosas han cambiado. Las altas tasas de vacunación en el mundo rico y la gentileza de la variante ómicron y sus descendientes, que contagian mucho y matan poco, nos han librado de una nueva escabechina. Pero lean la última puesta al día de Pablo Linde, porque revela que faltan algunas cosas por abordar y decidir. Cosas importantes.

La destreza de los últimos sublinajes del linaje ómicron (BA.4 y BA.5) para contagiar a todos tus familiares y amigos se debe a un factor doble. Primero, estos virus de última generación tienen la mayor capacidad de propagación que hemos conocido hasta ahora. Hay indicios de que ello se debe a cambios estructurales en las espículas, las proteínas que adornan la superficie exterior de los coronavirus, les dan su nombre (imagina un rey de bastos visto desde arriba) e interactúan con las células humanas con la clara intención de colarse dentro. Si esto se confirma, investigar esa espícula hipereficaz producirá un tesoro de datos. En segundo lugar, BA.4 y BA.5 son excepcionalmente escurridizos para el sistema inmune. Ello les permite eludir nuestros anticuerpos, ya estén generados por vacunas o por infecciones previas. Por eso causan tantas reinfecciones e infecciones en gente vacunada.

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Hay movimientos al respecto. Con su política de covid cero, China se ha acabado metiendo en un berenjenal. Que nadie se contagie, decidió Pekín mientras cerraba a cal y canto ciudades de decenas de millones de habitantes. Funcionó un tiempo, pero ómicron y sus sublinajes se han acabado colando por la muralla, y ahora han pillado a la población con un sistema inmune virgen o mal preparado para enfrentarse a toda esta familia de agentes infecciosos. Aún más importante, el dragón asiático decidió utilizar exclusivamente la vacuna china, desarrollada con técnicas más bien primitivas y demostradamente ineficaces. Pekín se negó en redondo a importar las nuevas vacunas de ARN, pese a que tuvo repetidas oportunidades de hacerlo. Llámenlo cabeza dura, pero así han sido las cosas en la potencia mundial emergente. Muy mal.

Pero China ha encontrado una forma curiosa de aliviar el daño sin renunciar a sus principios. Ha desarrollado sus propias vacunas de ARN. Según informa Nature, la vacuna china de ARN ha demostrado una respuesta inmune mayor que la inyección tradicional que han usado hasta ahora, y está cerca de la aprobación por la agencia gubernamental. Nadie puede garantizar que la nueva vacuna vaya a resolver el problema de la política de covid cero, pero la inyección revela mucho sobre la psicología de una dictadura.

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