Malvinas 4.0

Cada vez que pienso en aquel tiempo siento que esa vida, tan muerta, es lo más auténtico que tengo, lo que más me pasa

Vigilia en Río Grande (Argentina) en el 40º aniversario del inicio de la guerra de las Malvinas, en abril.Debora Rementeria

Este martes terminó la guerra de Malvinas. Cuarenta años atrás, el 14 de junio de 1982, el comandante británico Jeremy Moore aceptó la rendición del general argentino Mario Benjamín Menéndez. Yo tenía 15 y me preocupaba que a mi padre le tocara alistarse y lo mataran. Pensaba en la redacción que tendría que escribir para el colegio titulada Adiós, papá. Eso me producía pánico y pudor. Exponer así los sentimientos, llorar en un velorio. El primer día de la guerra, la profesora de Historia nos dijo que íbamos a hab...

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Este martes terminó la guerra de Malvinas. Cuarenta años atrás, el 14 de junio de 1982, el comandante británico Jeremy Moore aceptó la rendición del general argentino Mario Benjamín Menéndez. Yo tenía 15 y me preocupaba que a mi padre le tocara alistarse y lo mataran. Pensaba en la redacción que tendría que escribir para el colegio titulada Adiós, papá. Eso me producía pánico y pudor. Exponer así los sentimientos, llorar en un velorio. El primer día de la guerra, la profesora de Historia nos dijo que íbamos a hablar acerca de por qué era absurda. La había declarado el teniente general Galtieri, dictador del momento, y la preocupación de mi profesora no era la que campeaba en la calle, donde se había despertado un espíritu patriotero que hizo que una multitud vivara al dictador el día del desembarco en las islas. Las imágenes de esos años me hunden en una tristeza alborotada. Recuerdo un amasijo indiscernible: el olor plástico de las banderitas argentinas que vendían por todas partes, la textura chirriante de las medias marca Ciudadela que usaba para ir al colegio (se nos prohibía acudir con jeans), un jingle —”Argentinos a vencer”— que pasaban por televisión, el programa ómnibus para recaudar fondos —24 horas por Malvinas, 50 puntos de rating— en el que famosos e ignotos donaron abrigos de visón, una limusina, dinero, y el llanto de mi madre cuando la viejísima actriz Pierina Dealessi se quitó ante las cámaras los aros de su propia madre diciendo: “Es lo último que tengo de ella y lo voy a donar”. El aroma del chocolate Toblerone, las canciones de Charly García, los titulares de los diarios —”Estamos ganando”—, se mezclan con los rostros de los chicos que me gustaban, el Mundial de España, la lectura de Miguel Hernández. No me pasó nada terrible, ni tengo familiares o amigos caídos en el conflicto. Pero cada vez que pienso en aquel tiempo siento que esa vida, tan muerta, es lo más auténtico que tengo, lo que más me pasa.

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