Hazme llorar con seis palabras

Mi país se ha entregado a tres asuntos que nos están matando: el maltrato de la filosofía, el ninguneo de la educación y el sabotaje de la belleza

Estudiantes de Bachillerato durante una clase de Filosofía en un instituto valenciano.Mònica Torres (EL PAÍS)

“Haz llorar a un filósofo con seis palabras como máximo”, escribe @jzamorabonilla en Twitter en una propuesta donde las lágrimas pueden terminar siendo de risa, aunque no solo. Veamos una selección de dolorosas repuestas: “Mi filósofo favorito es Paulo Coelho”. “Libros de autoayuda clasificados como Filosofía”. “Mi filosofía de la vida es la calle”. “Mi filosofía de la vida es respetar”. “Definamos primero qué son las palabras”. “Enséñame lo que has aprendido a hacer”. “¿Para qué sirve eso que estudias?”. “¿Filosofía? Todo el dí...

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“Haz llorar a un filósofo con seis palabras como máximo”, escribe @jzamorabonilla en Twitter en una propuesta donde las lágrimas pueden terminar siendo de risa, aunque no solo. Veamos una selección de dolorosas repuestas: “Mi filósofo favorito es Paulo Coelho”. “Libros de autoayuda clasificados como Filosofía”. “Mi filosofía de la vida es la calle”. “Mi filosofía de la vida es respetar”. “Definamos primero qué son las palabras”. “Enséñame lo que has aprendido a hacer”. “¿Para qué sirve eso que estudias?”. “¿Filosofía? Todo el día venga porritos”. “También soy filósofo porque pienso mucho”. El hilo se alarga en lo que me parece una radiografía precisa y tragicómica del lugar que ocupa el pensamiento en España. Pienso con cierta melancolía sobre la vieja idea de que la filosofía es el amor al conocimiento por el conocimiento, esa ciencia (quizá la única) que ayuda al bienestar del alma. La filosofía es un antídoto para los peores males humanos, impulsa el diálogo, crea comunidad y nos permite pensar el mundo antes de seguir destruyéndolo. Aquí mis seis palabras antes del llanto amargo. “Es optativa (no obligatoria) en ESO”.

“Haz llorar a un docente con seis palabras”, sugiere ahora @maestradepueblo como quien sube una apuesta complicada. Y Twitter responde con precisión y obediencia. “Voy a consultar esto en inspección”. “¿Pero para qué sirve el griego?”. “No pasa nada, tenéis muchas vacaciones”, “Pues en casa se lo sabía”, “Ola, nesecito avlar con hustez oi”, “Lode, Logse, Loce, Loe, Lomce, Lomloe”, “El próximo curso aumentan los ratios”, “¿Con boli rojo o boli azul?”, “Tienes que rehacer toda la programación”. Hasta que aparece una tuitera con la receta definitiva para llorar de alegría educativa de una vez por todas. La fórmula consta de tres deseos, solo 18 palabras. Uno. “Hay un pacto nacional de educación”. Dos. “Han bajado la ratio para siempre”. Tres. “La sociedad española valora nuestro trabajo”. No creo que haga falta añadir nada, salvo la falta de voluntad política y sentido de Estado en un tema tan crucial que podría ser el único. Pero ahí seguimos, más dispuestos a la broma que a la acción.

Finalmente, aparece el llanto que faltaba, brillante y azul como una tormenta. Es el de quien pide una lágrima por la belleza. El tuit lo lanza @elbarroquista. “Haz llorar a un historiador del arte con seis palabras como máximo”. Y lo que sigue es una marea. “Yo no entiendo el arte contemporáneo”. “Artistas barrocos italianos: Bernini y Borrigueti”. “Yo estudiaría tu carrera como hobbie”. “Seguro que ganas siempre al Trivial”. “Goya técnicamente está sobrevalorado”. “¿Eso es de Botticelli o Versace?”. “Tenías que haber escogido ciencias”. “Eso lo pinta hasta un niño”. “Qué buen cuadro, parece una foto”. “¿Y tú? ¿De qué vives?”. La tuitera @ConchiBDD excede la norma de las seis palabras para citar a Bertrand Russell: “Cuando el público no puede comprender un cuadro o un poema, cree que son detestables. Cuando no comprende la teoría de la relatividad, cree que su educación es imperfecta”.

Por mi parte no voy a citar a Russell sino a Camarón, a quien una vez escuché que había tres cositas que le estaban matando. Las cositas eran el alcohol, el tabaco y la cocaína. Él lo explicaba con alegría y sin darse demasiada importancia. Mi país, también con alegría y como quien no quiere la cosa, se ha entregado a tres asuntos que nos están matando: el maltrato de la filosofía, el ninguneo de la educación y el sabotaje de la belleza. Ahora con seis palabras hazme llorar por mi país: “Cuándo podremos mirarnos sin sentir lástima”.

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