Vivir aprendiendo
Los programas de transformación que desplegamos con los fondos europeos tienen que incorporar la fuerza innovadora y el capital formativo de las universidades públicas españolas
Las universidades públicas de este país han ido desarrollando de manera globalmente positiva sus tres labores básicas: docencia, investigación y servicio público. Están ahora en una encrucijada significativa. La pandemia ha acelerado la adaptación a la formación on line y ello obliga a revalorizar una presencialidad que no sea meramente pasiva. Aprender juntos, debatir, contrastar lo que pensamos, compartir con los demás. Por otro lado, la Universidad ha de ampliar su capacida...
Las universidades públicas de este país han ido desarrollando de manera globalmente positiva sus tres labores básicas: docencia, investigación y servicio público. Están ahora en una encrucijada significativa. La pandemia ha acelerado la adaptación a la formación on line y ello obliga a revalorizar una presencialidad que no sea meramente pasiva. Aprender juntos, debatir, contrastar lo que pensamos, compartir con los demás. Por otro lado, la Universidad ha de ampliar su capacidad de ofrecer nuevas competencias y habilidades al conjunto de la sociedad en este cambio de época. Un cambio en el que la Universidad se ha involucrado activamente, investigando, pensando, modificando ideas y perspectivas. La Universidad debe ahora contribuir a que el conjunto de la sociedad pueda afrontar ese cambio de época con la dignidad y la fuerza necesaria.
Somos conscientes de que la formación que recibimos en su momento, y con la cual hemos ido transitando por la vida, ha ya caducado o está en vías de hacerlo. Las tres etapas tradicionales de la vida (aprender, trabajar, descansar) son hoy material de nostalgia. Para vivir, para trabajar, para pensar o simplemente para ser necesitamos ponernos al día constantemente. Incorporar avances, repensar costumbres, probar nuevas vías. El sistema educativo y su significativa y positiva democratización ha permitido superar barreras sociales que habían lastrado nuestro avance como país. Pero la educación ya no es posible circunscribirla a una edad temprana. Sobre todo, si consideramos su capacidad de seguir contribuyendo al avance personal y social. Estamos cada vez más obligados a seguir aprendiendo, a seguir dudando de lo que aprendimos, a seguir contrastando aprendizaje con experiencia profesional y vital.
Hace unos años, la Formación Profesional era el plan b para quiénes tenían dificultades para seguir la senda universitaria. Hoy, por suerte, crece su capacidad de atracción más allá de los que están en su ciclo vital formativo, incorporando a adultos que quieren actualizar capacidades y habilidades. Pero la tarea por delante es aún significativa. En la cumbre social de Oporto de la UE de hace un año, se postuló la necesidad de doblar el porcentaje de europeos entre 16 y 75 años en proceso de formación, pasando del actual 30% a un 60% en 2030. Como puede contrastarse en el informe de prospectiva España 2050, la exigencia de reciclaje formativo aquí es más necesaria que en otros países y su falta de ejecución supondrá graves problemas de desigualdad social en pocos años por la falta de acceso equitativo a un escenario ubicuo de cambio tecnológico y productivo que castiga más a quienes menos saben.
El aprendizaje a lo largo de la vida es la expresión que resume la exigencia democrática y educativa del presente. La Universidad no puede quedar al margen de ello. Pero, por ahora, más del 93% del estudiantado universitario no supera los 30 años en estudios de grado y máster presenciales. Una franja de edad, la de 18 a 30, que va a menguar significativamente debido a la caída de la natalidad. Tenemos 50 universidades públicas, presentes en 200 ciudades del país, con 120.000 profesores que combinan labores docentes e investigadoras. La rigidez del formato y el tiempo que exige un grado, un posgrado o el doctorado casan mal con la flexibilidad y adaptación a perfiles muy distintos que exige la formación a lo largo de la vida. La UE —y su apuesta por el Espacio Europeo de Educación Superior— incorpora los programas de corta duración, de microcredenciales, como fórmulas a desplegar y experimentar entre universidades y entidades, empresas, administraciones o cualquier otro espacio de desarrollo profesional, desde lógicas interdisciplinares, acordes con la complejidad de los retos a los que nos enfrentamos. Cursos que se hacen cuando se necesitan. Más basados en aprendizajes a adquirir que en procesos a seguir. Más adaptables a las necesidades y limitaciones que cada alumno incorpora, combinando presencialidad y formación a distancia, combinando saberes entre profesores, expertos y profesionales, abiertos a todos los que lo precisen. Cursos modulares, trasladables y capitalizables si uno quiere seguir formándose y acreditando conocimientos.
Tenemos un gran camino por explorar y por impulsar legislativamente en la combinación de la capacidad formativa de las universidades, la experiencia profesional de los responsables de entidades, administraciones, empresas y nuevas líneas y ofertas que permitan actualizar y mejorar las competencias y habilidades de personas empleadas, desempleadas o de aquellos que quieran poner al día sus conocimientos. Los programas de transformación que desplegamos con los fondos europeos han de incorporar la fuerza innovadora y el capital formativo de las universidades públicas españolas, relacionando la esfera productiva y social y la academia, impulsando la adaptación del país a las nuevas exigencias del cambio de época. Las universidades, en esta nueva encrucijada, deberán volver a demostrar su milenaria adaptabilidad. Su capacidad de innovación y experimentación están fuera de duda, ya que forman parte de su propia razón de ser. Lo que ahora se les exige, además, es que sean capaces de adaptarse a las necesidades sociales y democráticas de aprendizaje a lo largo de la vida del conjunto de la población.