Apagarse así

Las macetas eran ancestrales, como las plantas. Teníamos peines de carey y brochas de afeitar que habían llegado en barco. Preservábamos ramos de bodas pasadas. Los objetos guardaban nuestro espíritu. Quisimos dejarlo así

"Las macetas eran ancestrales, como las plantas".David G. Folgueiras

Vivíamos los años en los que las cosas se arreglaban. Llorábamos pequeños sollozos sobre las cortinas rasgadas, sobre las tazas partidas, sobre los agujeros de las medias, sobre los bancos que perdían una pata, sobre los almohadones descosidos, sobre las mantas apolilladas. Llorábamos un duelo corto, pragmático, soltero, cada uno por su cuenta, y después le rezábamos al pequeño dios de los arreglos que sabe cómo hacer las cosas. Él acudía para coronar nuestra labor de zurcido y pegamento, nos ungía con el vigorizante aroma de la aguja, nos bendecía con la euforia de la recuperación. Las cosas ...

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Vivíamos los años en los que las cosas se arreglaban. Llorábamos pequeños sollozos sobre las cortinas rasgadas, sobre las tazas partidas, sobre los agujeros de las medias, sobre los bancos que perdían una pata, sobre los almohadones descosidos, sobre las mantas apolilladas. Llorábamos un duelo corto, pragmático, soltero, cada uno por su cuenta, y después le rezábamos al pequeño dios de los arreglos que sabe cómo hacer las cosas. Él acudía para coronar nuestra labor de zurcido y pegamento, nos ungía con el vigorizante aroma de la aguja, nos bendecía con la euforia de la recuperación. Las cosas vivían mucho. Los ruedos de las faldas descendían al crecer los cuerpos. Los uniformes del colegio eran siempre los mismos, impregnados por el olor de antiguas gomas de borrar, de lapiceras eternas. Usábamos tintura blanca para devolver el brío a las zapatillas que lo habían perdido. Esta heladera tiene 20 años, decíamos con orgullo, este lavarropas lo usaba mi abuela, he aquí la mesa de toda la vida. Conservábamos ollas y manteles. Huíamos de lo perecedero, forma de la monstruosidad y del derroche. Con un sistema de resurrección, las camisetas ascendían al paraíso proletario: se usaban nuevas para salir, gastadas para ir al colegio, agujereadas para podar olivos. Todos los recién nacidos usaban la misma cuna: la hermana mayor, el hermano menor, el que seguía a ese. Guardábamos en papel de seda los primeros mechones de sus cabezas dulces. Las palas y las hachas llevaban allí generaciones, reparadas con alambres enérgicos, con clavos vertebrales. Nos gustaba la duración, los objetos engarzados en el tiempo. Venerábamos con amor chispeante nuestros autos viejos. Las macetas eran ancestrales, como las plantas. Teníamos peines de carey y brochas de afeitar que habían llegado en barco. Preservábamos ramos de bodas pasadas. Los objetos guardaban nuestro espíritu. Quisimos dejarlo así. Apagarnos con ellos.


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