Las nuevas campañas
Hay que bajar a las bodegas de Twitter y de otras redes para entender cómo Zemmour y otros candidatos o fuerzas populistas arañan cada día cuotas de poder
Los franceses pueden este domingo renovar su confianza en Macron o mandar a Francia a terreno desconocido si optan por la ultraderechista Marine Le Pen. En cualquier caso, la extrema derecha francesa saldrá hipervitaminada de estas elecciones gracias al caudal adicional de dos millones y medios de votos obtenido por el periodista y pole...
Los franceses pueden este domingo renovar su confianza en Macron o mandar a Francia a terreno desconocido si optan por la ultraderechista Marine Le Pen. En cualquier caso, la extrema derecha francesa saldrá hipervitaminada de estas elecciones gracias al caudal adicional de dos millones y medios de votos obtenido por el periodista y polemista Éric Zemmour. ¿Cómo ha conseguido Zemmour abrir, en tan poco tiempo, una nueva ruta para el extremismo en el país de las Luces? ¿De qué forma ha logrado extender sus ideas de forma tan efectiva y convencido a decenas de miles de franceses con su sombrío diagnóstico y sus soluciones radicales?
Hay que bajar a las bodegas de Twitter y de otras redes para entender cómo Zemmour y otros candidatos o fuerzas populistas arañan cada día cuotas de poder. Es lo que hizo el periodista francés Vicent Bresson. Consciente de lo difícil que es documentar y mostrar una realidad tan líquida y difusa como una campaña electoral digital sin límites éticos, decidió infiltrarse en ella. Contactó en septiembre con una organización juvenil de apoyo a Zemmour y se convirtió en un voluntario más durante tres meses. Después escribió un libro para narrar su experiencia. Bresson describe en En el corazón de Z cómo es el campo de batalla del candidato de extrema derecha en las redes sociales. Con la ayuda de grupos de Telegram se repartían las tareas. Había que zemmourizar la Wikipedia editando las referencias al candidato; cubrir, con publicaciones pro Zemmour, los muros de decenas de grupos de apoyo de Facebook, “el corazón de la batalla final”. Los responsables digitales estaban “obsesionados por saturar las redes y el espacio mediático”, dar la impresión de que las polémicas que generaban eran espontáneas.
El diario Le Monde apuntaló las revelaciones de Bresson con una investigación propia a partir de decenas de miles de tuits. El equipo de Zemmour dinamitó todas las reglas de Twitter con operaciones masivas desde cuentas falsas. Una estructura de “palmeros” digitales se dedicaba a inflar artificialmente etiquetas de conversación relacionadas con el candidato (#profesoresconZemmour, #lasmujeresconZemmour, #losmilitaresconZemmour) hasta hacerlas aparecer en las tendencias del día. De esta forma, el candidato ganaba en relevancia y parecía contar con muchos más apoyos de los reales.
Zemmour ha “industrializado” la amplificación de su presencia en las redes sociales a la manera de otros candidatos y fuerzas ultras en Europa y, como estos, ha recurrido a los dos ingredientes de la fórmula magistral de aquellos a los que el periodista italiano Giuliano Da Empoli llama “los ingenieros del caos”: la ira de una parte de la clase trabajadora, que se alimenta de motivos sociales y económicos reales, y una “máquina de comunicación imponente”. Y ha obtenido un gran rédito por ello. Su formación política, Reconquista, ya trabaja en las próximas elecciones legislativas de junio.
También ellos han comprendido que la construcción de un relato alternativo, a caballo del miedo y el odio, los dos grandes pulmones de la viralización, necesita de una campaña sin fin desde las tripas de las redes. Es el credo de numerosas formaciones populistas del mundo, en Francia, pero también en España.
El futuro parece sonreír a aquellos que explotan todos los resortes de una nueva realidad en la que, como señala la periodista Anne Applebaum, la forma en que la gente transmite y recibe información política ha experimentado una profunda y fulgurante transformación. Asumir esta mutación y combatir sus disfunciones son dos pasos necesarios para defender la esencia de nuestras democracias.