Liderar en tiempos de guerra
Los altos precios energéticos y de los alimentos, agravados por la guerra en Ucrania, castigan particularmente a los más vulnerables, que han visto su capacidad adquisitiva notablemente reducida
Algo más de un mes de guerra ha sido tiempo suficiente para que la invasión rusa de Ucrania extienda sus efectos sobre nuestra economía y sociedad: a los paros del transporte, cabe añadir los del sector pesquero, los cierres temporales de algunas industrias —bien po...
Algo más de un mes de guerra ha sido tiempo suficiente para que la invasión rusa de Ucrania extienda sus efectos sobre nuestra economía y sociedad: a los paros del transporte, cabe añadir los del sector pesquero, los cierres temporales de algunas industrias —bien porque no llegan suministros, bien por el alto coste de la energía— y los problemas puntuales de desabastecimientos en algunos comercios, adecuadamente magnificados por la prensa sensacionalista. Por el lado del consumo, los altos precios energéticos y de los alimentos castigan particularmente a los más vulnerables, que han visto su capacidad adquisitiva notablemente reducida. Este escenario podría prolongarse si no se toman medidas para reconducirlo, llevando al país a una situación de deterioro económico y social en la que llueve sobre mojado tras la crisis financiera de 2008 y la producida por la pandemia, de la que todavía no nos hemos recuperado.
El plan de actuación del Gobierno tiene como objetivo mitigar los efectos de la guerra en nuestra economía, con un foco especial en los precios energéticos, pero necesariamente debe ir más allá. El Ejecutivo tiene ante sí el triple reto de frenar el empeoramiento económico y evitar una espiral inflacionaria, atender a los sectores sociales más vulnerables y avanzar en la transición energética, la única opción a largo plazo para garantizar que esta situación no se vuelva crónica.
Estamos en guerra y debemos esperar un liderazgo a la altura. El Gobierno debe plantear y ejecutar un paquete lo suficientemente ambicioso como para ser capaz de reconducir una situación que por momentos ha parecido escaparse de su control, evitando la tentación de tomar medidas low cost que terminen siendo insuficientes en pocos meses. Si en 2020 la respuesta fue más que suficiente para fijar las expectativas de los agentes económicos y evitar un derrumbe social, ahora debería serlo en mayor medida, pues la situación, en términos económicos, es mucho más compleja. Si las medidas son identificadas como tímidas o pacatas, no lograran su efecto y el deterioro continuará.
La amplitud de miras no depende únicamente del Gobierno. La oposición debería probar su talla política y su compromiso con el país, evitando coquetear con el caos, una tentación en la que cae demasiado frecuentemente. Y los agentes sociales, tan determinantes en la crisis del covid y en la recuperación, no pueden dimitir ahora de su responsabilidad urgente de acordar un pacto de rentas justo, sólido y de largo alcance. Este doble acuerdo, político y social, es, bajo estas circunstancias, un imperativo económico, político y nos atreveríamos a decir que moral.
Dicen que en tiempos de paz se gestiona y en tiempos de guerra se lidera. Ante la gravedad de la situación, urge ofrecer desde los agentes relevantes —el gobierno y sus aliados, la oposición responsable y los agentes sociales— una respuesta a la altura. Es más, puede que lleguemos tarde. Y cuanto más tarde sea, mayor tendrá que ser la respuesta para surtir efecto.