Atlantismo europeísta y de izquierdas

Un nuevo telón de acero ha caído sobre Europa. Incluso las iliberales Polonia y Hungría aparecen como paraísos de la libertad al lado de la autocrática Rusia de Putin

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, durante una rueda de prensa ofrecida el miércoles en Bruselas.JOHANNA GERON (REUTERS)

Es una vieja y caduca idea la que identifica la Alianza Atlántica, y especialmente el papel de Estados Unidos en territorio europeo, con ideologías militaristas y derechistas. Pertenece a los tiempos en que comunismo y capitalismo competían como ideologías y sistemas políticos. El orden mundial que se está configurando ahora está presidido por la inquietante convergencia autoritaria e iliberal entre los populismos nacionalistas surgidos de la extrema derecha con las ideologías sucesoras del comunismo ruso y chino.

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Es una vieja y caduca idea la que identifica la Alianza Atlántica, y especialmente el papel de Estados Unidos en territorio europeo, con ideologías militaristas y derechistas. Pertenece a los tiempos en que comunismo y capitalismo competían como ideologías y sistemas políticos. El orden mundial que se está configurando ahora está presidido por la inquietante convergencia autoritaria e iliberal entre los populismos nacionalistas surgidos de la extrema derecha con las ideologías sucesoras del comunismo ruso y chino.

Rusia y China han heredado lo peor de los dos sistemas anteriores: la depredación del capitalismo salvaje y la verticalidad de un poder autocrático. Estados Unidos y Europa, en cambio, han conservado en sus imperfectos sistemas políticos los impulsos liberales de la sociedad de mercado y de la democracia parlamentaria y las aspiraciones a la igualdad y a la solidaridad del reformismo socialdemócrata. Gracias a la globalidad compartida hasta ahora, sufren de unas asimetrías respecto a los autoritarios que, paulatinamente, han convertido las interdependencias en dependencias estratégicamente peligrosas, fácilmente objeto de chantaje.

Todo ha estallado con la invasión de Ucrania, cuando Vladímir Putin pensó que de un rápido manotazo podría recuperar la hegemonía perdida a partir de 1989, sin dar tiempo a la respuesta adecuada de sus rivales estratégicos. De haber triunfado a estas horas su blitzkrieg sobre Kiev, el ejército putinista estaría ya preparando el siguiente asalto, con las repúblicas bálticas y Polonia en la diana. Hubiera sido un golpe mortal para la UE y la OTAN. Agua de mayo para el aislacionismo en Washington. Fiesta grande para los nacionalpopulismos de uno y otro bordo y, por supuesto, los oligarcas impunes en sus yates y fincas de Londres y las costas europeas.

La guerra relámpago de Putin ha fracasado. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg ha explicado los motivos: por el coraje de los ucranios, la profesionalidad del Ejército de Ucrania y la capacidad de quienes les están dirigiendo, los tres poderes morales imprescindibles en la guerra, según Carl von Clausewitz, que Putin ha subestimado. Si se suma la unidad entre los aliados —su resolución en las sanciones, el suministro de armas, el socorro humanitario de los ucranios y el colosal reforzamiento militar en el flanco oriental—, aparece el cuadro entero de lo que Stoltenberg, prudentemente, no quiere todavía reconocer como la victoria. Queda la reserva enorme de la fuerza militar rusa y de los nulos escrúpulos de Putin a la hora de utilizar las armas más impías y letales. Su uso dañaría a todos, pero hundiría todavía más al zar ruso, aislado internacionalmente y sospechoso de crímenes de guerra e incluso de genocidio.

Un nuevo telón de acero ha caído sobre Europa. Incluso las iliberales Polonia y Hungría aparecen como paraísos de la libertad al lado de la autocrática Rusia de Putin. Cerrar filas con la OTAN al lado de Ucrania y aumentar el gasto en defensa son políticas de izquierdas.

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