Putin, Hitler, Ucrania

En 1939, las potencias democráticas reaccionaron tarde. En el camino se sacrificó a Checoslovaquia y a la República española en guerra. En 2022, la UE y EE UU no pueden repetir los errores de entonces. Y no los repetirán

Una pintada en Viena compara a Hitler con Putin, en una imagen del día 7.GEORG HOCHMUTH (AFP)

Si algo bueno está teniendo la guerra de Ucrania es la posibilidad de difundir más informaciones y análisis sobre lo que significan Putin, su partido Rusia Unida y su régimen autoritario conservador para la población rusa. Aunque han vuelto a verse imágenes de valerosos ciudadanos concentrándose en plazas y calles los pocos minutos que las fuerzas del orden han tardado en detenerlos, estas han sido escasas. Hace ya año...

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Si algo bueno está teniendo la guerra de Ucrania es la posibilidad de difundir más informaciones y análisis sobre lo que significan Putin, su partido Rusia Unida y su régimen autoritario conservador para la población rusa. Aunque han vuelto a verse imágenes de valerosos ciudadanos concentrándose en plazas y calles los pocos minutos que las fuerzas del orden han tardado en detenerlos, estas han sido escasas. Hace ya años que la oposición organizada y legal al régimen de dictadura encubierta de Putin y los suyos ha sido suprimida en aplicación de una legislación que, ni más ni menos, los equipara a (presuntos) “agentes extranjeros”. El último ejemplo ha sido Memorial.

Así están las cosas en un país con casi tres veces la población de España y un nivel de riqueza (PIB) parecido, aunque con un gasto en defensa que cuadriplica el nuestro, mientras el dedicado al cuidado de la salud de sus ciudadanos es la mitad. Por no hablar de un salario mínimo casi 10 veces inferior al español, cuando el costo de la vida es de la mitad. Ni más ni menos. Un país con una Constitución que declara solemnemente que Rusia tiene “una historia de mil años, preservando la memoria de los antepasados que nos transmitieron los ideales y la fe en Dios”, que reconoce “la unidad estatal históricamente establecida” y que asegura la protección de la verdad histórica, y con el objetivo, no declarado explícitamente pero real, de rehacer una “Gran Rusia” en la que estarían Bielorrusia y Ucrania —la primera de acuerdo con su dictador y la segunda por la fuerza—.

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Así hemos llegado al drama de estos días. Primero fueron Crimea y las zonas presuntamente más rusas de la frontera, y ahora, envalentonado por la supuesta debilidad de la Administración de Biden y de una Unión Europea dividida en su actitud ante Rusia dada su (desigual) dependencia de las materias primas energéticas provenientes de ese país, ha redoblado su apuesta agresiva desencadenando una guerra contra un país al que supone débil.

Las patéticas justificaciones ofrecidas por Putin de su inicio unilateral de una guerra hacen reír. Habla de nazis ucranios —y, efectivamente, hay pronazis ucranios y los ha habido históricamente, y muchos, pero hoy en día no son en absoluto relevantes ni decisivos, aparte de que, puestos a buscar pronazis, también hay organizaciones de este tipo en Rusia, aunque no lo declaren abiertamente— y habla de peligros para la existencia de Rusia relacionados con la OTAN. Nada de esto resiste el más mínimo análisis, dado que la Organización del Tratado del Atlántico Norte no tiene ninguna estrategia de destrucción de Rusia hoy en día. Otra cosa fue la etapa de la Guerra Fría. Lo que sí existe, es muy real e inquieta profundamente a Putin y a la cúpula de su régimen nacionalista conservador, es una Ucrania dispuesta a ser ella misma, a desarrollarse democráticamente, a existir sin vivir bajo el temor constante a lo que precisamente acaba de ocurrir: una invasión militar en toda regla que busca acabar con el régimen actual y sustituirlo por otro afín al proyecto ucranio de Putin y los suyos.

La invasión rusa de Ucrania nada tiene que ver con el 22 de junio de 1941 de la invasión nazi —y de sus aliados italianos, rumanos y otros, incluyendo la llamada División Azul española, llegada unos meses después— de la URSS. Aquella que dejó tan traumatizado al mismo Stalin que había firmado con Hitler el pacto del 23 de agosto de 1939 por el que ambos dictadores totalitarios se habían repartido Polonia. Es otra cosa. Ni Putin es Hitler ni su partido Rusia Unida es un partido nazi. Ni el mundo de 2021 es el de 1939 o 1941. Pero el uso de la fuerza militar para lograr hacer realidad proyectos de expansión territorial nos retrotrae a esa Europa. En 1939, las potencias democráticas reaccionaron tarde. En el camino se sacrificó a Checoslovaquia y a la República española en guerra. En 2022, la Unión Europea y Estados Unidos no pueden repetir los errores de entonces. Y no los repetirán. Esta vez tienen a millones de ciudadanos detrás. A muchos más que entonces, más unidos que entonces. Tras el desastre de la gestión de la crisis financiera de 2008, con sus políticas de austeridad salvaje y desprotección de sus ciudadanos, muchos en la Unión Europea son conscientes de lo que han acabado contribuyendo a provocar: el crecimiento de las nuevas extremas derechas populistas en todos los países de la Unión. Ya la gestión de la pandemia ha sido otra cosa. Y en esta nueva crisis no podemos fallarle a la población de Ucrania. Por decencia. Porque la Historia esta vez debe ser diferente. Porque no podemos dejar que los acosadores de ningún tipo se salgan con la suya.

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