La ‘matrioska’ de todas las crisis

Esta es una partida de ajedrez a tres bandas en la que juegan los intereses de Rusia, Estados Unidos y la UE, que no son exactamente los del amigo americano. Pero se pueden añadir más jugadores

Protesta contra la invasión rusa de Ucrania, este miércoles frente a la sede del Parlamento Europeo, en Bruselas.STEPHANIE LECOCQ (EFE)

Hay quien compara la actual crisis de Ucrania con una partida de ajedrez. Puede ser, si consideramos que se trata del ajedrez a tres bandas, como el inventado (se cree) por Tamerlán. Porque aquí juegan los intereses de Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea, que no son exactamente los del amigo americano. Pero se pueden añadir más jugadores, como el Gobierno ucranio, que se inserta en los parámetros de la relación que Ucrania mantiene con Rusia y que históricamente no han sido de animadversión.

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Hay quien compara la actual crisis de Ucrania con una partida de ajedrez. Puede ser, si consideramos que se trata del ajedrez a tres bandas, como el inventado (se cree) por Tamerlán. Porque aquí juegan los intereses de Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea, que no son exactamente los del amigo americano. Pero se pueden añadir más jugadores, como el Gobierno ucranio, que se inserta en los parámetros de la relación que Ucrania mantiene con Rusia y que históricamente no han sido de animadversión.

Hay quien ve aquí una nueva guerra fría. Sin embargo, la tal confrontación era de alcance global y oponía al bloque liberal capitalista con el soviético y marxista. Aquella disputa fue dirimida con la victoria de uno y la derrota del otro. Hay quien quiere ver en la Rusia actual una continuación de la Unión Soviética. Pero eso es una cuestión de fe; no responde a la realidad política y social de esa potencia. Donde sí que ha pervivido, con los oportunos reajustes, es en China.

Rusia es, hoy por hoy, una potencia cuyo motor político más evidente es el nacionalismo. Nacionalistas han sido las justificaciones y agravios expresados por Putin en esta fase del conflicto por Ucrania. Pero no es un pulso puramente político. La derrota armenia en la guerra de Nagorno Karabaj, en 2020, ha tenido bastante que ver. En Moscú han visto con alarma no sólo cómo los sistemas armamentísticos y tácticas militares exportadas a los aliados armenios han sido puestos fuera de combate por las innovaciones aportadas por turcos e israelíes y manejadas por los azeríes.

De hecho, lo que está sucediendo es la repetición del ciclo de guerra en el Cáucaso (ya vivida en Georgia en 2008) seguida de crisis en Ucrania (a la manera de 2014-2105). Hay una relación de causa y efecto entre ambos escenarios, porque esas regiones son zonas de paso de los vitales ductos que llevan la energía a Europa. En ese caso, la victoria azerí de hace dos años fue seguida de una aproximación turca a Ucrania que ha puesto muy nervioso a Moscú. Por razones evidentes: control conjunto del mar Negro con amenaza a la posición de Crimea; consolidación del eje antirruso que va desde los países bálticos al Cáucaso; puesta en marcha conjunta turco-ucrania de sistemas de desarrollo de armas...

A su vez, esta crisis, tan relacionada con los grandes corredores eurasiáticos de energía, se inscribe en el contexto del desajuste que generó la pandemia de la covid-19 en el mercado internacional de los hidrocarburos, el cual afectó también a Rusia. Caídas de precios, interrupción en las inversiones o derivación hacia las energías alternativas; todo ello impulsó un cambio geoestratégico en Oriente Próximo que concluyó en los Acuerdos de Abraham, en 2020.

Mientras Rusia se veía envuelta en este torbellino, que amenazaba la credibilidad interna e internacional del régimen de Putin, Biden intentaba hacer frente a sus propios problemas. La retirada final de Afganistán estuvo muy mal gestionada, cosa que ahora parece haberse olvidado, lo cual también marcó la renuncia americana al protagonismo en Oriente Próximo que intentó sacar adelante Barack Obama. De hecho, ese repliegue se terminó extendiendo al África subsahariana y está concluyendo precisamente por estas fechas. Buena parte del enorme vacío ha sido ocupado por rusos y chinos.

En medio de ese reflujo, Biden debe hacer frente a la resaca de la presidencia de Trump, que ha generado un importante terremoto social y político en el país y que ha distorsionado también la política exterior estadounidense. No es de extrañar que el presidente americano aparezca tan desbordado en la actual crisis ucrania, y sus intentos de mostrarse firmes ante Moscú estén siendo tan bien manipulados por los rusos.

Por último, el tercer jugador. La Unión Europea se debate entre la necesidad de mantener sus lazos estratégicos y económicos con Estados Unidos y las buenas relaciones con una Rusia que es, y seguirá siendo, el suministrador principal de energía. Cerrar ese grifo como sanción parece un planteamiento, a priori, temerario: China comprará toda la energía que los europeos rechacen. Y, seguramente, a unos precios mejores que aquellos que pagará ésta en concepto de reestructuración del mercado. Por tanto, parece difícil que Estados Unidos logre ese viejo objetivo de separar a Europa de Rusia.

¿Qué va a suceder ahora? Es la pregunta del millón. Rusia podría jugar sus cartas metódicamente, como lo hizo en el siglo XVIII, forzando el reparto de Polonia, sólo que en la actualidad podría ir dirigido contra Ucrania. Sea como fuere, estamos ante un cambio de paradigma y parece poco probable que el genio pueda volver a la botella. A no ser que toda esta crisis termine en una gran reconciliación que, como en la de los misiles cubanos en 1962, inaugure una nueva era de “pacífica coexistencia”.


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