Resistencia
Reverberan en la determinación de los ucranios de defender su libertad las historias de David contra Goliat, de Antígona desafiando a Creonte, de Espartaco y los suyos combatiendo a las legiones de Craso
La resistencia frente al gigante, contra la arbitrariedad, ante el terror y a costa de la propia vida ha escrito las páginas más bellas, y más emocionantes, de la historia de la humanidad. La determinación del pueblo de Ucrania frente al invasor, incluso aunque acabe siendo una aventura imposible y dure lo que dure, se inscribe para siempre en esa estela. Varios días y sus noches, ya: una marca imborrable, aunque no pueda prolongarse infinitamente.
Hay algo —mucho— de mágico en ese imperativo categórico que conduce a enarbolar la libertad sin condiciones. A sabiendas de que su portaesta...
La resistencia frente al gigante, contra la arbitrariedad, ante el terror y a costa de la propia vida ha escrito las páginas más bellas, y más emocionantes, de la historia de la humanidad. La determinación del pueblo de Ucrania frente al invasor, incluso aunque acabe siendo una aventura imposible y dure lo que dure, se inscribe para siempre en esa estela. Varios días y sus noches, ya: una marca imborrable, aunque no pueda prolongarse infinitamente.
Hay algo —mucho— de mágico en ese imperativo categórico que conduce a enarbolar la libertad sin condiciones. A sabiendas de que su portaestandarte tendrá los días contados por la obvia abrasiva superioridad numérica y de fuerza tecnológica que ostenta el poder arbitrista y autocrático.
Por eso, reverbera en la gesta de los ucranios la historia del pastor David, que se enfrentó con una simple honda y una piedra engastada en ella al gigantesco Goliat, cuando este amenazaba al pueblo de Israel. O la de la princesa Antígona, que desafió la prohibición de su tío, el rey usurpador Creonte, y honró la memoria de su hermano asesinado. O la de Espartaco, que congregó un ejército creciente de más de 100.000 esclavos y en el cambio de era desafió a la élite romana y a su delegado Craso, antes de ser vencido, y exterminados los suyos.
Tampoco la historia de la última guerra mundial es hermosa por la sangre vertida ni por el final feliz ante la potencia metálica de quienes empezaron victoriosos y resultaron derrotados, sino por ese arrojo que condujo —y recreó la filmografía anglosajona— a grandes escapadas de lóbregas prisiones, asaltos a cuarteles inexpugnables en cumbres imposibles o batallas aéreas desiguales y dramáticas. Y que las cintas francesas e italianas en blanco y negro llevaron a las pantallas, íntimas y temblorosas: aventuras esenciales, asediadas por espías y verdugos, de redes honestas trenzadas entre tantas personas que decidieron jugárselo todo porque, de lo contrario, la vida no valía nada.
El monstruoso dictador, ahíto de bótox, dispensador habitual de veneno a tantos rivales, prometió una aparentemente esterilizada “operación técnico-militar”. Esa helada cirugía que al cabo consiste en bombardear edificios de viviendas habitados por familias. Al primer revés, propinado por los resistentes de Kiev pertrechados de tirachinas, y por los miles de honrados ciudadanos rusos que disienten en la calle del exterminio contra sus hermanos, se precipita a preparar la activación del arma nuclear contra David, Espartaco y Antígona. Poderoso y nimio, ignora que moralmente es ya Goliat, Craso, Creonte. Esa gente atroz.