¡Qué escándalo! ¡Aquí se traiciona!

Casado se achantó, claudicó, pidió clemencia. Ya no le importaba tanto la corrupción como su propia supervivencia

Los diputados del PP aplauden a Pablo Casado durante la sesión en el Congreso de los Diputados.Eduardo Parra (Europa Press)

A las dos de la tarde, el diputado Pablo Montesinos estaba a punto de subir a los altares. Los tuiteros son así. Van de duros —insultándose y soltando zascas envenenados a cara descubierta o bajo la capucha del anonimato—, pero enseguida se vienen abajo. El gesto compungido de Montesinos al salir del hemiciclo tras Pablo Casado justo después de que esa caterva de Judas que es hoy por hoy el grupo parlamentario del Partido Popular l...

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A las dos de la tarde, el diputado Pablo Montesinos estaba a punto de subir a los altares. Los tuiteros son así. Van de duros —insultándose y soltando zascas envenenados a cara descubierta o bajo la capucha del anonimato—, pero enseguida se vienen abajo. El gesto compungido de Montesinos al salir del hemiciclo tras Pablo Casado justo después de que esa caterva de Judas que es hoy por hoy el grupo parlamentario del Partido Popular lo dejara tirado —no es una opinión; es un dato avalado por cientos de tuits y declaraciones— les tocó el corazón. Hacía falta un héroe entre tanta inmundicia y el altar de las tendencias en Twitter lo alcanzaba al fin un hombre leal, y no esas arpías de Ana Pastor y Cuca Gamarra, que, no contentas con traicionar a Casado cuatro días después de haberle dorado la píldora, lo escoltaron a su entrada al salón de plenos, en una escena que a los más viejos del lugar les recordaría aquella de El Lute entre dos guardias civiles.

El todavía líder del PP, el único que aún le aguantaba el pulso a Pedro Sánchez después de que Albert Rivera y Pablo Iglesias hicieran mutis por el foro, estaba a punto de pronunciar su último discurso. Una faena corta, correcta dadas las circunstancias, tras la cual los diputados del PP aplaudieron primero y se pusieron de pie después, tal vez para asegurarse de que habían atinado con la estocada. El presidente Sánchez no quiso hacer demasiada sangre —apenas había ya espacio—, y sus señorías de la oposición asistían con cierta displicencia, tan extrañados ante el espectáculo de la traición como el capitán Renault en aquella escena de Casablanca: “¡Qué escándalo! ¡He descubierto que aquí se juega!”.

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Así que vayamos por partes. Es verdad que el espectáculo ha resultado nauseabundo, de una obscenidad nunca vista, declaraciones como navajazos a la luz del día entre compañeros de partido, en directo, sin filtros, con tanta saña y tal velocidad que Twitter, esa máquina de fabricar inquina, parecía en comparación un lago quieto. Pero la traición, aunque sea un ingrediente que mejora cualquier crónica, no es algo nuevo en la política española: ni en el PP, que acumula trienios de acreditada experiencia, ni en el PSOE ni tampoco en los nuevos partidos, que la pusieron en práctica con entusiasmo y numerosas víctimas en cuanto cataron el poder. “La política”, recordó Rubén Múgica en un tuit, “es el único oficio donde los amigos son falsos, y los enemigos verdaderos”. De ahí que la traición sufrida por Pablo Casado, tan espectacular por su puesta en escena, pueda inducir a perder el norte. Y basta darse una vuelta por Twitter para percatarse de que, entre tuits ingeniosos y mensajes cariñosos de quienes hasta ahora lo ponían verde, la espuma vaya ocultando lo verdaderamente grave, y esto no es otra cosa que Casado retó a Isabel Díaz Ayuso en privado por el feo asunto de su hermano y las mascarillas, que ella se rebeló en público y aumentó la apuesta, que él se pasó de frenada en la entrevista con Carlos Herrera y que, al ver que ella no cedía, se achantó, claudicó, pidió clemencia; ya no le importaba tanto la corrupción como su propia supervivencia. Todo en directo. A pelo. Sin intermediarios. Del fabricante al consumidor. Brutal.

Dicho esto, la verdad es que lo de Casado es una pena. Pero no porque lo hayan destronado —es parte del juego— ni siquiera por cómo, sino porque durante sus años al frente del PP ha tonteado con Vox, dado alas a la querencia populista de Díaz Ayuso y, sobre todo, no ha sido capaz de aportar ideas al debate político cuando el país —esa España que no se le caía de la boca— lo necesitaba. Y en esta deriva lo ha acompañado todo el grupo parlamentario, los traidores y también los fieles que se irán con él al destierro.

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