Esclavos de nuestra propia fatalidad

Los lectores escriben de la dependencia de la tecnología de algunos jóvenes, los salarios de los investigadores, la clase política y la sequía

Una profesora imparte clase en la Facultad de la Información en la Universidad Complutense de Madrid.David Expósito

El otro día, en clase, en la universidad, la profesora pidió hoja y bolígrafo. Ningún alumno llevaba ninguna de las dos cosas encima. La generación de esta promoción no nació con el smartphone, ni con la tableta ni el portátil al alcance de la mano. Aun así, pudo crecer y evolucionar a la vez que la mayoría de estos dispositivos hasta el punto de crear una dependencia que predomina sobre la materialidad orgánica de ciertos elementos tan sencillos y esenciales para generaciones pasadas: un folio, un boli. Queremos mejorar la condición humana a través del desarrollo y el progreso tecnológ...

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El otro día, en clase, en la universidad, la profesora pidió hoja y bolígrafo. Ningún alumno llevaba ninguna de las dos cosas encima. La generación de esta promoción no nació con el smartphone, ni con la tableta ni el portátil al alcance de la mano. Aun así, pudo crecer y evolucionar a la vez que la mayoría de estos dispositivos hasta el punto de crear una dependencia que predomina sobre la materialidad orgánica de ciertos elementos tan sencillos y esenciales para generaciones pasadas: un folio, un boli. Queremos mejorar la condición humana a través del desarrollo y el progreso tecnológico, pero si se pretenden superar las limitaciones humanas fundamentales, ¿no significará eso que en vez de mejorar la condición humana estaremos más bien transformándola? ¿Dónde está el límite entre lo estrictamente humano y lo antinatural? ¿Queremos realmente despojarnos de aquella sensibilidad que nos caracteriza como humanos? Si acabamos tan atados a la tecnología y sus promesas, ¿no acabaremos siendo esclavos de nuestra propia fatalidad?

Laura Leonelli. Barcelona

La auténtica marca España

En febrero de 2022, en algún lugar de la provincia de Cáceres, un diputado, Casero de apellido, con problemas para distinguir un sí de un no, comprueba de forma rutinaria que, un mes más, le llegan los 4.000 euros netos que percibe por sus actividades parlamentarias. Al mismo tiempo, en una pequeña habitación de un piso compartido de una gran ciudad, una doctora en Bioquímica que investiga buscando una cura para el alzhéimer se resigna, un mes más, a los 1.200 euros que recibe, casi como una limosna, por su impagable trabajo. Auténtica marca España.

Daniel Castillejo Pons. Tomares (Sevilla)

Mal reflejo

Dicen que nuestros políticos son reflejo de la sociedad. No sé si mi sociedad es distinta de la suya o vivo en otro país, porque el reflejo que yo veo no es ni por asomo parecido al de nuestros políticos. Soy profesora de Formación Profesional y las alumnas y alumnos que veo cada día son capaces de trabajar en equipo, sacan lo mejor de cada uno, apoyan al que más difícil lo tiene; algunas son madres jóvenes que dejaron los estudios y los han retomado ahora, otros compaginan tres trabajos, y lo más sorprendente de todo, no se quejan, y respetan, cosa que me temo, no conocen nuestros políticos cuando hablan de sacrificio.

Sabina Sánchez Castillo. Granada

Una ayuda necesaria

Como cada año por estas fechas hay una presión en el sector primario: el agua. Estamos ante una sequía nacional muy grave. Los ganaderos y agricultores son los que lo están notando, y nosotros, los “señoritos” de ciudad, andamos pasivos ante nuestro egocentrismo. Quiero expresar mi disconformidad ante esta situación y ante la pasividad de los dirigentes de este país, que están dejando de lado a un sector que alimenta a la población española. Es fundamental actuar para ayudar a este sector gravemente perjudicado.

Pedro Plasencia Carranza. Sevilla


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