Políticos versus ONG
En Venezuela hemos visto en el curso de dos décadas cómo fue creciendo la animosidad de buena parte de la clase política opositora contra la academia y las organizaciones no gubernamentales
Durante 2021, arrostrando la pandemia, las restricciones sanitarias de movilidad en vigor en todo el continente y el alzamiento de cada vez más infranqueables barreras migratorias, más de 100.000 venezolanos llegaron a plantarse en la frontera entre México y Estados Unidos con ánimo de solicitar asilo en este último país.
Es ya un tópico de prensa comparar el éxodo de millones de venezolanos durante los últimos seis años con la crisis migratoria causada...
Durante 2021, arrostrando la pandemia, las restricciones sanitarias de movilidad en vigor en todo el continente y el alzamiento de cada vez más infranqueables barreras migratorias, más de 100.000 venezolanos llegaron a plantarse en la frontera entre México y Estados Unidos con ánimo de solicitar asilo en este último país.
Es ya un tópico de prensa comparar el éxodo de millones de venezolanos durante los últimos seis años con la crisis migratoria causada por la guerra en Siria. Autoridades de la ONU afirman que se trata ya del 20% de la población y es seguro que la cifra rebasará este año los ocho millones de emigrantes.
Decía una gran pensadora francesa, Marthe Robert, que para comenzar a ver claro en cualquier ámbito de la realidad conviene ir prevenidos contra el hechizo de las jergas especializadas, el afán de hacer distinciones tan propio de los expertos y el efecto distractivo y adormecedor que todo ello puede tener. Esto es especialmente cierto tratándose del nervio humanitario.
Para ser justos, las organizaciones que en el mundo de hoy atienden las carencias y el sufrimiento de la mayoría de las personas, han debido con el tiempo especializar su lenguaje para comunicarse mejor en su seno, para compartir mejor lo que van averiguando, hacerse entender de los demás, ser más funcionales y eficaces. Es mucho lo que debemos a ellas y las nobles ideas que las mueven.
Sin embargo, distinguir entre “desplazados” y “refugiados”, como nunca dejan de hacerlo los expertos en materia migratoria, ni añade ni resta esencia a nuestra compasión por Mayerlin Mayor, la maestra de Maracaibo que, víctima de los traficantes de personas, perdió a Victoria, su hijita de solo siete años, en el cruce del río Bravo.
El estremecedor suceso, ocurrido hace solo tres semanas, no tardará en ser olvidado, como lo serán los nombres de la pareja de laureados profesores universitarios, Pedro e Ysbelia Salinas, septuagenaria ella y octogenario él, cuyas pensiones como jubilados, volatilizadas por la hiperinflación, no llegaban a cinco dólares cada una. Fueron hallados muertos en su apartamento de Mérida, por lo que los forenses dictaminaron como “desnutrición proteico calórica”. Hambre; murieron de hambre.
Ambas tragedias, la de Mayerlin y Victoria y la de Ysbelia y Pedro, se pierden, inevitablemente, en una definición técnica—”crisis humanitaria compleja”— que, al igual que otras expresiones, se percibe hoy, fácilmente, como una emanación más de la retórica tuitera de nuestros líderes de oposición. Un giro maquinal que goza ya del mismo estatuto banalizador de la frase “construir una narrativa” o “los más vulnerables”.
Nuestros políticos—hablo ahora solo de Venezuela—, no se interesan por ninguna idea que no tenga una agarradera para servirse de ella y suelen remedar en público la autoridad con que hablan los voceros más despiertos y probos de las ONG. O de la academia, o de las artes. Por eso roban su lenguaje. Pero, comúnmente, en sus cabezas no hay nada que no sea la próxima elección regional. Hay excepciones y lo diré otra vez para que no me tachen de antipolítico: hay excepciones.
En Venezuela hemos visto en el curso de dos décadas cómo fue creciendo la animosidad de buena parte de la clase política opositora contra la academia y las ONG. Se expresan como onegeros pero odian a muerte al gremio.
Esa animosidad no sabría yo decir si es puro reflejo anti-intelectual o meramente “celos escénicos”, como llamó Chéjov a la desconfianza que disuelve la magia de un elenco. En todo caso, entre nosotros, el recelo de los políticos hacia las ONG se resuelve, sin más, en remedo y… ninguneo.
¿Derechos Humanos? ¿Presos políticos? En esta materia, la ortodoxia exige ningunear a Provea y ni por pienso citar las cifras de Foro Penal. ¿Violencia de Estado, ejecuciones extrajudiciales? Denunciarla in toto, es lo mejor; ¿para qué provocar a Maduro invocando el trabajo del Observatorio Venezolano de Violencia? ¿Pobreza, desnutrición, criminales omisiones ante la pandemia? ¿Corrupción? Asuntos de ONG, de portal de periodismo investigativo.
La política es el reino de lo posible, mi doctor. Las tareas del diálogo en México son otras, compañero. Fingir, por ejemplo, que se tiene influencia suficiente en Washington para hacer levantar la sanciones. El mantra ahora es “condiciones electorales para las presidenciales de 2024″.
La otra idea polar es “control de activos petroleros en el exterior”. Dejémoslo en “condiciones electorales y activos petroleros”. En las ONG hay mucho resentido, pana, mucho político fracasado, gente que quiso y no pudo. Mucho bate quebrado, mucho infiltrado, mucho cañón suelto rodando en la cubierta.
Con las ONG mejor es de lejitos.
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