Boric, a hombros de gigantes para mirar al futuro

Una fuerza de radicalidad democrática, de justicia social y con la agenda verde más clara y ambiciosa de América ha ganado las elecciones precisamente en Chile, que era algo así como “la joya de la corona del neoliberalismo” en la región

El presidente electo de Chile, Gabriel Boric, celebra su victoria en las elecciones del país el pasado 19 de diciembre.Felipe Figueroa (Getty Images)

La victoria electoral de Gabriel Boric y Apruebo Dignidad en las pasadas elecciones presidenciales chilenas ha supuesto un verdadero terremoto político que ha resonado en Latinoamérica y más allá, llegando hasta nuestro país. En primer lugar porque una fuerza de radicalidad democrática, de justicia social y con la agenda verde más clara y ambiciosa de América ha ganado las elecciones precisamente en Chile, que era algo así como “la joya de la corona del neoliberalismo” en la región. El país en el que las reformas de los Chicago Boys realizadas por la dictadura de Pinochet configuraron un orden...

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La victoria electoral de Gabriel Boric y Apruebo Dignidad en las pasadas elecciones presidenciales chilenas ha supuesto un verdadero terremoto político que ha resonado en Latinoamérica y más allá, llegando hasta nuestro país. En primer lugar porque una fuerza de radicalidad democrática, de justicia social y con la agenda verde más clara y ambiciosa de América ha ganado las elecciones precisamente en Chile, que era algo así como “la joya de la corona del neoliberalismo” en la región. El país en el que las reformas de los Chicago Boys realizadas por la dictadura de Pinochet configuraron un orden social que sobrevivió como revolución pasiva a la transición a la democracia, estrechando la soberanía popular y limitando al máximo los componentes igualitaristas de la promesa democrática. En una región a menudo representada como inestable y tumultuosa, Chile era el caso perfecto de los estudiosos más conservadores. La galopante desigualdad y anquilosamiento institucional no producía cambios políticos más allá de la alternancia entre los dos grandes polos que compartían lo fundamental del modelo. Sin embargo, en ese Chile una protesta que comenzó siendo estudiantil por el precio del transporte empezó a concatenar reivindicaciones hasta desembocar en un estado de una creciente impugnación social al orden existente, denunciado como excluyente y propio de unas élites endogámicas y cerradas sobre sí mismas.

En segundo lugar, porque el cambio político lo protagoniza y encabeza una generación de chilenas y chilenos forjados en las protestas y la militancia extraparlamentaria, que crearon sus propios instrumentos electorales, -más allá de los partidos del orden establecido pero también más allá de la izquierda tradicional- para abrir el sistema político a la voluntad popular que se estaba gestando “por fuera”. En eso las similitudes, incluso biográficas e intelectuales, son extremas con diversos casos europeos, también el español del primer Podemos en los años 2014 y 2015. Pero el cambio no es sólo de orden generacional, sino que tiene que ver con los contenidos, con el horizonte propuesto y con la forma de mirar al propio país. En este sentido Apruebo Dignidad, la coalición que ha llevado a Gabriel Boric a La Moneda, es una fuerza netamente contemporánea: que se hace cargo de los problemas y tensiones de su tiempo, que no pretende ganar las batallas de sus mayores sino las presentes y futuras. Con los mismos valores pero en los términos y condiciones actuales.

Toda la campaña del miedo desatada contra Boric y Apruebo Dignidad por los poderosos sectores conservadores y ultras chilenos no pudo frenar su ascenso político por una sencilla e importante razón: quienes hoy se disponen a conducir los destinos de Chile nunca cometieron la torpeza de imaginarse ni presentar el cambio político y social como una tabula rasa. Esta idea, que parece esencialmente teórica, tiene profundas consecuencias políticas prácticas.

Boric y los suyos saben que todo orden exitoso, y claramente el neoliberalismo lo fue en Chile en el sentido de que reordenó completamente el país, produce su propia subjetividad: produce vida cotidiana, afectos, expectativas y una manera de mirar la vida. Esto no es una “mentira” que se combata simplemente “diciendo la verdad”, como arrancando de la ignorancia a los subalternos. Una dominación es un modo de vida que incorpora a los dominados, y quienes aspiran a cambiarlo, a transformarlo para hacerlo más justo, tienen que partir de la composición social, cultural y afectiva realmente existente de sus conciudadanos, no de la que desearían o la que dicen los manuales. Esto explica en parte su triunfo: no hay regreso a un tiempo preneoliberal. Ningún orden puede ser desafiado desde la plena exterioridad. Existe, eso sí, la posibilidad de un futuro posneoliberal, pero se construirá necesariamente con los límites y contradicciones de los sujetos constituidos por el orden anterior, a partir de sus promesas incumplidas, pero también de su régimen de deseos y miedos. No todas las declinaciones posibles del famoso Frente Amplio entendían esto, y por eso no todas podrían haber ganado. Las provenientes de la izquierda tradicional, de hecho, criticaron a Gabriel Boric y sus compañeros por ser demasiado transversales.

La posición de Apruebo Dignidad implica un reconocimiento de la relación entre libertad, pasado y cambio. Si las transformaciones nunca son tabula rasa y si el pluralismo es un horizonte irrenunciable, entonces los revolucionarios han de asumir que incluso las revoluciones más audaces heredan mucho más del orden anterior de lo que a menudo están dispuestas a asumir. De hecho las transformaciones más radicales son las que son capaces de incorporar el pasado, lo heredado, e integrarlo en un horizonte nuevo. Porque construyen un nuevo suelo de derechos del que participan incluso los adversarios. Sólo gracias a esta forma de pensar la política Apruebo Dignidad fue capaz de seducir no sólo a los sectores más movilizados sino también a todos aquellos que, más temerosos o prudentes, no querían un salto al vacío. Y sólo así fue capaz de articular una nueva mayoría moral que no ofendía a quienes antes habían votado por otras opciones sino que los integraba en un plano distinto, en una propuesta superadora.

Boric así se hizo cargo de la diversidad de su país, de sus contradicciones y su configuración histórica, se hizo cargo de su pasado y de su sociedad realmente existente, a la que propuso una idea de orden futuro creíble y atractiva. No propuso ponerlo todo patas arriba, pues eso es exactamente lo que hace el poder despótico de los mercados y los que más tienen cada día con la vida cotidiana de la mayoría. Propuso ponerle límites al poder de unos pocos para hacer más segura, más libre y mejor la vida de las y los chilenos. Propuso regeneración democrática y equilibrar la balanza social para poder hacer vidas tranquilas y más felices. Propuso feminismo para llevar la igualdad a todos los rincones de la vida. Propuso un Estado emprendedor que conduzca una transición ecológica que cuide del planeta generando prosperidad y equidad. Propuso un futuro en un mundo en el que la depredación ecológica, el desgarro social y la ausencia de perspectivas parecen imponer la idea de una permanente, dolorosa e imposible huída hacia adelante, contra nosotros mismos y contra el planeta, en una guerra que sólo podemos perder. Se ancló firmemente en la vida cotidiana y en el sentido común de su tiempo para ser radical y a la vez comprensible por la gran mayoría de su pueblo. Así, Boric no fue un candidato reactivo, no hizo campaña “para frenar a la derecha”. Más bien la derecha hizo campaña para frenarle. La diferencia no es menor, es la que va de la defensiva a la ofensiva, de la alternancia a la superación.

En un momento dado de la campaña Boric dejó de ser el candidato de la izquierda para ser el candidato de los chilenos, de un nuevo Chile. Comenzó a ser, con Antonio Gramsci, dirigente antes de gobernante. Incluso de los que no iban a votar por él pero a los que ya se dirigía como su futuro presidente. Por eso ahora va a gobernar. Su reto será convertir su mayoría electoral en una nueva mayoría moral, en una voluntad general que reordene Chile para hacerlo un país más verde, más justo y de personas más libres. Para que la vida sea mejor. Tendrá en frente muchas dificultades, tantas como hermosas son sus metas. Por lo pronto ha llegado a La Moneda con la voluntad y el compromiso de que vuelvan a abrirse “las grandes alamedas”. Y lo ha hecho con el mejor homenaje a nuestros referentes del pasado: hablando de futuro.

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