El otro que hay en ti

Creo que sufro daltonismo de la otredad. Me cuesta percibir como ajenos aquellos que todo el mundo identifica automáticamente como extraños, extranjeros, otros

Un migrante lleva a su bebé en brazos después de cruzar el mar Egeo desde Turquía.Aris Messinis

Creo que sufro daltonismo de la otredad. Me cuesta percibir como ajenos aquellos que todo el mundo identifica automáticamente como extraños, extranjeros, otros. No es que no pueda distinguir las diferencias culturales, lingüísticas, religiosas, fenotípicas o de nacionalidad. Es que soy incapaz de clasificar a las personas en base a tales diferencias. Al fin y al cabo, yo misma me convertí en una especie de extranjera para mi propia madre hablando lenguas que ella no comprendía o adoptando valores que ella no comparte y sé que algo parecido acabará pasando con mis propios hijos. Si la diferenci...

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Creo que sufro daltonismo de la otredad. Me cuesta percibir como ajenos aquellos que todo el mundo identifica automáticamente como extraños, extranjeros, otros. No es que no pueda distinguir las diferencias culturales, lingüísticas, religiosas, fenotípicas o de nacionalidad. Es que soy incapaz de clasificar a las personas en base a tales diferencias. Al fin y al cabo, yo misma me convertí en una especie de extranjera para mi propia madre hablando lenguas que ella no comprendía o adoptando valores que ella no comparte y sé que algo parecido acabará pasando con mis propios hijos. Si la diferencia anida en el más fuerte y profundo de los vínculos, ¿cómo podemos hablar del distinto como si fuera un extraterrestre negándole todos los derechos? Pues olvidándonos deliberadamente o por inducción ambiental de que ese extraño también ama y sufre y respira y piensa y vive y le duelen más o menos las mismas cosas que nos duelen a nosotros. Es decir: el extranjero no existe, lo inventamos en nuestra organización del mundo al despojarlo de su humanidad.

No es fácil vivir con este tipo de daltonismo cuando la mayoría de los que te rodean no lo sufren: me miran y son capaces de ver en mí rasgos que no les son propios en estas latitudes con una precisión que me desarma. A pesar de lo mucho que me he mirado en el espejo, no veo en la imagen reflejada tales distinciones. Pero da igual. Da igual hasta que entran en juego la capacidad de decidir sobre la vida de quienes son tenidos por extranjeros, da igual hasta que se tiene poder para trazar una frontera. En una encuesta reciente el 60 % de los europeos cree que hay demasiados inmigrantes en la UE. Algo que me sorprende porque no creo que llegue al 60 % el número de ciudadanos de este continente que no haya vivido de forma cercana la experiencia de la emigración. La desmemoria en este caso, sea o no consciente, es cavarse la propia tumba: aceptar que “otros” sean sometidos, explotados, traficados, excluidos y abandonados a su suerte en medio de un mar de indiferencia es aceptar que tarde o temprano seamos nosotros los sometidos, traficados, excluidos y abandonado en la indiferencia. Porque el “otro” somos nosotros, una sola especie humana formando “un mismo tejido contagioso”, en palabras de David Grossman al principio de esta pandemia.

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