“Tía, te quiero un montón”

Los mejores hilos de Twitter son los que escapan al algoritmo y recuperan intacto un viejo recuerdo perdido en la memoria

Paula Figuereo (izquierda) y Yanisse Alexandra posan minutos después de cantar el Gordo.Eduardo Parra (Europa Press)

Esta columna, como su propio nombre indica, debiera ir de lo que pasa en Twitter, y en eso andaba, atravesando polvaredas y dudando de si hablar de las declaraciones infames de Díaz Ayuso contra los sanitarios que nos cuidan, del anuncio tan inoportuno de Campofrío en plena sexta ola de contagios o de la cesta de Navidad que unos emprendedores de Murcia querían sortear incluyendo en el premio cocaína, hachís, un vale de media hora e...

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Esta columna, como su propio nombre indica, debiera ir de lo que pasa en Twitter, y en eso andaba, atravesando polvaredas y dudando de si hablar de las declaraciones infames de Díaz Ayuso contra los sanitarios que nos cuidan, del anuncio tan inoportuno de Campofrío en plena sexta ola de contagios o de la cesta de Navidad que unos emprendedores de Murcia querían sortear incluyendo en el premio cocaína, hachís, un vale de media hora en un prostíbulo de la zona y un jamón serrano (se supone que para despistar), cuando, de pronto, se me vino a la memoria un viejo compañero que se llamaba Joaquín Vidal.

Conocí a Joaquín hace unos 30 años, siendo yo un joven reportero en la delegación de Sevilla de EL PAÍS y él ya un periodista veterano. Era Joaquín un tipo elegante —en todos los aspectos—, con un fino sentido del humor, amable y atento con todo el mundo por igual, escribía como nadie en el periódico y además era incorruptible. Las crónicas taurinas de Joaquín eran seguidas por los aficionados y por los que no, y había en ese mundillo, tan decadente ya entonces, quien le tenía tirria porque Joaquín jamás le bailó el agua a ningún torero, ganadero o empresario; y, de hecho, si algo odiaba él —aunque nunca lo vi practicar tal vicio— era a los periodistas sobre-cogedores. No sé, aunque me lo imagino, qué pensaría hoy Joaquín del espectáculo diario que dan algunos colegas en las tertulias y en sus cuentas de Twitter, donde, más que su propio criterio, defienden sin pudor el del líder de su partido afín. Además de sus celebradas crónicas taurinas, Joaquín Vidal se reservaba todos los años el 22 de diciembre para cubrir en directo el sorteo de la Lotería. Tal vez por eso me he acordado de él. He leído un tuit de Alberto Moyano en el que reproducía la conversación que captaron los micrófonos entre las dos niñas de San Ildefonso que cantaron el Gordo:

—Tía, te quiero un montón.

—Yo también... Venga, no llores.

Y añade Moyano: “Ojalá acabe así la reunión de Pedro Sánchez y los presidentes autonómicos”.

Y entonces he buscado en el servicio de documentación del periódico —que ahora ya solo es digital y se echa de menos a los colegas tan sabios que había allí— aquellas crónicas de Joaquín. Es del sorteo del 22 de diciembre de 2001. Se titulaba Seguirá siendo el día de la salud y empezaba así: “Fue el último sorteo de Navidad cantado en pesetas, el próximo será en euros y seguirá siendo el día nacional de la salud. Al terminar, muchos de los espectadores que llenaban el salón de sorteos se repetían aquello de ‘Salud y economía es la mejor lotería’ para demostrar que si el gordo había caído en Murcia, para ellos carecía de importancia. Contra lo esperado, en el salón se notaba menos expectación que nunca. Así, los que acudían vestidos de piratas, el que va con un traje forrado de monedas, el que lo lleva cubierto de décimos de la lotería, no estaban. Y sólo se advertían algunos pocos por el patio de butacas, discretamente aderezados a lo Papa Noel, salvo uno que se tocaba con unos hermosos cuernos. La señora que se desmaya no se desmayó. Ciertamente se iba a desmayar en cuanto oyó cantar el gordo (que es lo suyo), más al cruzar su mirada con la de quienes observábamos sus reacciones, desistió, miró para otro lado y se puso colorada”. Fue la última crónica de la lotería que escribió Joaquín. Murió en abril del año siguiente y me he acordado de él —lo que son las cosas— por el destello de un tuit cualquiera. Son los mejores hilos de Twitter, aquellos que se escapan al algoritmo y por no se sabe qué día, qué atardecer, qué estado de ánimo, te traen a la memoria, intacto, el recuerdo de quienes pasaron por la vida mejorando la tierra que pisaban.

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