Canarios en la mina

Si alguien quiere saber con qué tipo de régimen trata, solo tiene que observar qué hace el gobierno con los periodistas

La periodista María Ressa, en Manila (Filipinas), en diciembre de 2018.ELOISA LOPEZ (Reuters)

El periodista es el canario en la mina. Si alguien quiere saber con qué tipo de régimen trata, solo tiene que observar qué sucede con los periodistas, como les sucede a los pájaros destinados a detectar los gases letales en los pozos mineros. Mueren o son encarcelados donde no hay libertad, viven allí donde la hay e incluso sobreviven o malviven allí donde la libertad es todavía un combate abierto.

La moda lleva a confundirlo todo, dictadura con democracia, incitación a la violencia y al odio con libertad de conciencia y de expresión, Estado de derecho con dictaduras de partido o de maf...

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El periodista es el canario en la mina. Si alguien quiere saber con qué tipo de régimen trata, solo tiene que observar qué sucede con los periodistas, como les sucede a los pájaros destinados a detectar los gases letales en los pozos mineros. Mueren o son encarcelados donde no hay libertad, viven allí donde la hay e incluso sobreviven o malviven allí donde la libertad es todavía un combate abierto.

La moda lleva a confundirlo todo, dictadura con democracia, incitación a la violencia y al odio con libertad de conciencia y de expresión, Estado de derecho con dictaduras de partido o de mafias alrededor de un caudillo corrupto. Donde los periodistas pierden la libertad y mueren, la palabra democracia es solo un chiste truculento. No hay dictadura en cambio donde critican a los poderosos en sus narices y les llaman incluso dictadores.

Nadie quiere un mundo dividido en dos, entre regímenes autoritarios y democracias, democracias liberales y regímenes de poder personal o de partido único. Desgraciadamente la realidad desmiente los buenos deseos. Bastan tres rotundos testimonios recientes. El primero, el de Jimmy Lai, empresario de medios de comunicación de Hong Kong, desposeído de su periódico tabloide Apple Daily y condenado a 13 meses de prisión por alumbrar una vela en memoria de los estudiantes asesinados en Tiananmen por el ejército chino en junio de 1989. Hasta 2020, Lai se hallaba protegido por la legislación local de Hong Kong, pero desde entonces el régimen de Pekín ha desposeído a las instituciones de autogobierno de la ex colonia británica de sus competencias y ha fijado los límites a los medios de comunicación o los ha cerrado sin contemplaciones.

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El fragor de las redes sociales se ha tragado estos días las palabras que nos explican la efectiva y brutal división del mundo. Las de la periodista filipina María Ressa, contra los discursos de odio y de violencia, y las de su colega ruso Dimitri Muratov, frente al asesinato de periodistas por orden de los gobiernos y las mafias, en los discursos de recepción del Premio Nobel de la Paz (“quiero que los periodistas mueran de viejos”, dijo). Y las de Jimmy Lai tras su condena: “Si es un crimen conmemorar a quienes murieron por una injusticia, entonces castíguenme y déjenme sufrir el castigo, y así puedo compartir la carga y la gloria de aquellos jóvenes que vertieron su sangre para proclamar la verdad, la justicia y el bien”.

Irán, Arabia Saudí, Filipinas, Turquía, Cuba, Venezuela, México… La lista es cada vez más larga. En cabeza, gracias a la dictadura digital, China se acerca a la perfección. Rusia luego, con su veterana tradición autocrática, insuperable en la rotundidad de sus zarpazos. No le basta con la cárcel, sino que usa el veneno y la bala, paso previo, por supuesto, para denunciar el doble rasero de las democracias occidentales, como hacen todas las dictaduras y los pazguatos que suelen acompañarlas.

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