La lengua de Scholz

Quizá lo más simbólico del primer viaje realizado por el canciller alemán —a París de la Francia, como es costumbre— sea su empleo público de la lengua inglesa: en su dicción germana, o sea, gasoil, eficaz y fácil para todos

El canciller alemán, Olaf Scholz, el viernes en el Palacio del Elíseo, en París.THIBAULT CAMUS (AFP)

La lengua fascina y encona, separa y une. Hace algún tiempo hacían las delicias de los chavales unos versotes de Moratín que empezaban así: “Admirose un portugués/ de ver que en su tierna infancia/ todos los niños en Francia/ supiesen hablar francés…”.

Quizá lo más simbólico del primer viaje realizado por el canciller Olaf Scholza París de la Francia, como es co...

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La lengua fascina y encona, separa y une. Hace algún tiempo hacían las delicias de los chavales unos versotes de Moratín que empezaban así: “Admirose un portugués/ de ver que en su tierna infancia/ todos los niños en Francia/ supiesen hablar francés…”.

Quizá lo más simbólico del primer viaje realizado por el canciller Olaf Scholza París de la Francia, como es costumbre— sea su empleo público de la lengua inglesa: en su dicción germana, o sea, gasoil, eficaz y fácil para todos.

El simbolismo no se circunscribe al nuevo líder alemán. Con él, los dirigentes de los cuatro grandes países de la UE (Alemania, Francia, Italia, España) exhiben un fluido nivel en esa lengua. Que les permitirá comunicarse directamente, sin necesidad de intérpretes. Se acabaron los corrillos de las cumbres con intermediarios. Y con el presidente de turno español papando moscas en un rincón, como solía verse, o aparentando entender al levantar un dedo índice imperativo, de lo que gustaba uno.

Por supuesto que esa sintonía objetiva va más lejos que la cuestión idiomática. La ardua resurrección de la socialdemocracia que abandera Scholz es específica de esa familia ideológica, sí. Pero se encarna en un cuadro ya no bipartidista (necesitado como máximo de una bisagra menor) sino más fragmentado.

Lo más auspicioso de la coalición semáforo es que pone en valor los mejores valores de cada componente. Y que eso derramará sus efectos por toda la Unión: los liberales de Christian Lindner han tenido que marcar distancias con el neoliberalismo reaccionario, egoísta y falsamente frugal que marcaba la pauta del nuevo austeritarismo de factura holandesa. Los Verdes de Robert Habeck sintonizan más con la cultura institucional de los Comuns/Iniciativa/Compromís que con el frentismo del macizo de la raza podémico.

Esas esperanzas serán pronto sometidas a prueba. En cuatro turnos. El inmediato es el reemplazo del halcón dimisionario del Bundesbank (y del BCE) Jens Weidmann por alguien dúctil. El segundo, el debate sobre las reglas fiscales, rigorismo contra expansionismo. Luego, el futuro del plan de recuperación europeo: solo mantenimiento, o ampliación cuantitativa, o cualitativa mediante eurobonos perpetuos y Tesoro común.

Y al cabo, la culminación política de la integración económica mediante la Conferencia sobre el Futuro de Europa y la consiguiente Convención constitucional que reforme los Tratados, como han prometido en su programa: muy militante a favor de “un Estado federal europeo”. Sin circunloquios.

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